...y cómo saber qué lectura
online es espiritualmente beneficiosa
Nada hay entre
vosotros que pueda dividiros, sino estad unidos al Obispo y a los superiores
como ejemplo y enseñanza de inmortalidad. — San Ignacio de Antioquía, Carta a los Magnesios
Los obispos y
los papas son humanos. Como la mayoría de vosotros, quizás, yo también he
tenido que luchar de forma muy personal y directa con la realidad de la imperfección
humana en los pastores de nuestra Iglesia.
Cuando salí de
la Iglesia tenía una profunda sensación de rebelión contra cualquier tipo de
autoridad. Sentía que no tenía motivos para vivir bajo el mandato de nadie, de
ningún papa, de ningún obispo y desde luego de ningún Dios imaginario.
Sin embargo,
después de vivir mis propias normas hasta el extremo, regresé a la Iglesia. La
vida bajo mi propia directiva había dejado mi corazón hecho trizas. Me di
cuenta de que, como ser humano, necesitaba aceptar la autoridad de Cristo.
Deseé unificar mi mente, mi comportamiento y mi corazón a una forma de vida que
me condujera a la felicidad.
San Agustín
escribió una vez: “No creería en el Evangelio, si no me moviera
a ello la autoridad de la Iglesia Católica”. Como Agustín, yo también
encontré armonía vital y paz en la sumisión a la legítima autoridad de la
Iglesia.
Desde mi
regreso a la Iglesia, el Señor me ha ayudado a ver que siempre está trabajando,
no solo en la jerarquía, sino en todos nosotros. A pesar de nuestros fracasos,
errores y, en algunos casos, nuestros terribles pecados, permanecemos, en
cierto sentido, dentro de la Iglesia y el Cuerpo Místico de Cristo.
San Roberto Belarmino escribió:
“El Papa y los
obispos son auténticos guías, los maestros y predicadores son auténticos ojos y
lenguas del Cuerpo de Cristo, incluso cuando se han alejado de la gracia de
Dios. Porque, aunque es cierto que un cristiano se convierte en miembro vivo de
este Cuerpo a través de la caridad, aun en la Providencia de Dios los
instrumentos de operación en la Iglesia son constituidos por el poder de las
órdenes y la jurisdicción, que pueden obtenerse y ser aplicados incluso por un
hombre que personalmente sea un enemigo de Dios”.
Por fortuna,
Dios no espera a que la Iglesia esté repleta de santos para estar presente
entre nosotros y en nuestro interior. Él obra en toda la Iglesia, incluyendo a
través de la jerarquía, a pesar de nuestros pecados. Jesucristo siempre permanece
en la Iglesia.
Sin embargo,
rechazamos a Jesús en su Iglesia cuando no respetamos y aceptamos la autoridad
legítima que ha establecido.
Es fácil ver
este rechazo a la autoridad entre católicos que desestiman fácilmente la
doctrina de la Iglesia. Pero también está presente en todas partes. El rechazo
a la autoridad tiene su raíz en el orgullo, lo que el Libro de Sira llamaba “el
comienzo del pecado” (10:13). Así que no debería sorprendernos ver este comportamiento de alguna forma
en cada uno de nosotros.
La falta de
respeto hacia la autoridad a menudo brota de la preocupación por que la persona
en el puesto de autoridad se comporte ya inmoralmente o de forma contraria al
Evangelio. Por supuesto, esto a veces puedes ser cierto. Y hay veces que el
Espíritu Santo llama a gentes de todos los ámbitos de la sociedad para que
levanten la voz y comuniquen sus preocupaciones de forma clara y efectiva.
Sin embargo, la
mayoría de las veces, sobre todo en cuestiones de fe y moral, estamos llamados
ante todo a la santidad, al servicio y a confiar en que el Espíritu Santo es
quien está al cargo.
Muchas veces en
la historia de la Iglesia todo parecía estar perdido. Durante las controversias
trinitarias reinó la herejía incluso entre los obispos. San Juan Fisher fue el
único obispo de Inglaterra que se opuso al rey Enrique VIII; todos los demás
cedieron. Pero en repetidas ocasiones, contra todo pronóstico, el Espíritu
Santo ha prevalecido (y nunca ha necesitado la ayuda de
blogueros ni de activistas en los medios sociales).
La historia de
la Iglesia y la divina revelación nos enseñan que podemos contar con la
protección del Espíritu Santo en cuestiones de fe y moralidad. Cuando dudamos
del poder del Espíritu Santo, nos volvemos hacia nuestros adentros y centramos
toda nuestra energía reformista en los que poseen la autoridad, faltamos a
nuestra propia vocación de reformarnos nosotros mismos y acercar a Cristo al
mundo.
En palabras del papa Benedicto XVI, los legos estamos invitados a “una síntesis progresiva entre configuración con
Cristo (unión con él, vida en él) y entrega a su Iglesia
(unidad con el obispo, servicio generoso a la comunidad y al mundo)”.
Con esto en
mente, aquí hay algunos elementos que me han ayudado a discernir las lecturas
de Internet beneficiosas para el espíritu (en concreto, pero no solo en
relación a este tema):
1. ¿El artículo/escritor/sitio web otorga más beneficio
de la duda a otros miembros de la sociedad (líderes laicos, políticos,
organizaciones católicas) que a los obispos o al papa?
2.
¿El artículo plantea ataques personales manifiestos o
implícitos? Por ejemplo:
· Insulta o emplea apodos irrespetuosos.
· Ataca el carácter personal de alguien (es decir, juzga
la vida interior de una persona basándose en elementos externos).
· Plantea juicios negativos sobre una persona que
comunican desdén, rencor o menosprecio.
3. ¿Es un artículo de opinión o se basa en hechos? Si es
de opinión, ¿el autor o autora comparte sus pensamientos de forma humilde dando
a las personas relacionadas el beneficio de la duda? ¿O por el contrario
comparte su opinión como si de un hecho se tratara y asumiendo lo peor de los
afectados?
4. ¿El artículo supone arbitrariamente las intenciones o
hace conjeturas sobre la vida interior de una persona y basa sus análisis en
suposiciones en vez de en datos?
5. ¿El artículo se presenta como una fuente de
información objetiva con un estilo periodístico mientras que sutilmente añade
frases de opinión que siembran dudas y orientan al lector hacia determinadas
conclusiones?
6. ¿El artículo/escritor/sitio web apoya ciertas
enseñanzas de la Iglesia con reverencia y respeto al tiempo que descarta otras
enseñanzas tachándolas de no esenciales o directamente erróneas? ¿O quizás pasa
por alto algunas enseñanzas de la Iglesia o las subvierte sutilmente porque se
consideran impopulares o injustas en el mundo secular?
7. ¿El titular del artículo es sensacionalista? ¿Sugiere
algo escandaloso sin luego aportar pruebas claras? ¿Qué pensaría un no católico
al leer ese titular? ¿El titular retrata el acontecimiento con la peor
interpretación posible?
8. ¿El artículo usa citas atemorizantes para sugerir
intención y manipular a los lectores para entender la información o las
palabras de una persona de cierta forma en vez de permitir al lector o lectora
que llegue a sus propias conclusiones sobre las declaraciones?
9.
¿El artículo utiliza falacias lógicas? (Los
artículos poco caritativos a menudo están llenos de malos argumentos).
10. ¿El artículo/escritor/sitio web se define a sí mismo en contra de la
jerarquía como un “guardián de la ortodoxia” o como una alternativa de
facto al Magisterio de la Iglesia? ¿O el sitio web se alza contra la
jerarquía como una voz profética de corrección y sentido común terrenal?
Confío en que
estas preguntas os sean de ayuda.
Que el Señor
esté con nosotros mientras navegamos, todos juntos, las agitadas aguas de este
mundo en el Navío de san Pedro.
THERESA NOBLE
Fuente: Aleteia