COMENTARIO AL EVANGELIO DE NUESTRO OBISPO D. CÉSAR: "LOS DOS SEÑORES"

Jesús invita a confiar en la Providencia a sus discípulos que desean servir a Dios pero al mismo tiempo se ven acosados por la codicia del dinero

Para comprender el evangelio de este domingo, se debe partir de la premisa que pone Cristo: «Nadie puede servir a dos señores, porque despreciará a uno y amará al otro: o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero».

Servir al dinero significa dedicar la vida a almacenar riquezas. Y hay un proverbio que dice: «el dinero es un buen servidor pero un mal patrón». El dinero sirve para hacer obras buenas, loables empresas al servicio de la sociedad, limosnas y caridad con los necesitados. 

Pero es un mal patrón que esclaviza a quien se dedica a acumular tesoros viviendo para sí y dando la espalda a los más pobres. Querer servir a Dios y al dinero es vivir con el corazón partido. Dios no admite competencias. Exige amor absoluto.

Si este principio no está claro, la invitación de Jesús a confiar en la Providencia pueden parecer músicas celestiales o efluvios poéticos para almas cándidas. Jesús dice que Dios cuida de sus hijos como de los lirios del campo y de las aves del cielo. Y anima a no angustiarse por el comer y el vestir, porque nada falta a quienes son hijos de Dios.

¿Cómo sonarán estas palabras en quienes sufren hambre y desnudez? ¿Cómo serán recibidas por quienes viven sin lo necesario y están al borde de la muerte? ¿Acaso podemos decirles que Dios cuida de ellos y les alimenta y viste como a los pájaros del cielo y a los lirios del campo? Las palabras de Jesús no contemplan esta realidad, sino que ponen el acento en quienes luchan por atesorar y servir al dinero, añadiendo a su vida afán tras afán.

En la enseñanza de Jesús tenemos suficientes palabras y bellas parábolas que hablan de la necesidad de cuidar de los pobres, hambrientos y desnudos como si fueran él mismo. Sería un escarnio decir a un pobre y desnudo que Dios cuidará de él y pasar a su lado sin mostrar compasión. Toda palabra de Jesús tiene su contexto en el que debe ser interpretado.

Jesús invita a confiar en la Providencia a sus discípulos que desean servir a Dios pero al mismo tiempo se ven acosados por la codicia del dinero. Por eso llama al dinero «mammona», palabra aramea que significa riqueza y posesión. El hombre, por la codicia, está tentado de convertir el dinero en su dios y someterse como esclavo a sus exigencias. Jesús exhorta a no poner el corazón en las riquezas, que tarde o temprano terminan esclavizando, con el consiguiente olvido y desprecio de los pobres, como ocurre en la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro.

Sólo quienes se ponen a sí mismos y a sus bienes al servicio de Dios pueden entender lo que significa la confianza en la Providencia y descubrir que Dios cuida, como hizo con el pobre de Asís y con tantos santos, de quienes se desprenden de todo para vivir como vivió Cristo. La pobreza voluntaria se convierte así en la suprema libertad del corazón, que  no anda dividido en el servicio de dos señores incompatibles. «Buscad primero el Reino de Dios y su justicia; y todo lo demás se os dará por añadidura». Servir al dinero sólo trae esclavitudes.

Es un afán inútil que Jesús compara con la pretensión de quien cree que, cavilando mucho, podrá añadir una hora al tiempo de su vida o un palmo a su estatura. Quien vive con la confianza puesta en Dios y en el tesoro de la vida eterna se vestirá con la belleza de los lirios del campo y no le faltará el sustento diario como a los pájaros del cielo. Jesús no era un ingenuo. Sabía que cada día tiene su afán por comer y vestir. Pero también sabía que la búsqueda de seguridades materiales en este mundo lleva al hombre a atesorar riquezas, de las que no depende en último término la salvación del alma.

+ César Franco
Obispo de Segovia

Fuente: Diócesis de Segovia