Después de rezar el ángelus y antes de la bendición Urbi et
Orbi, Francisco leyó el tradicional mensaje
El papa Francisco ha rezado este domingo
el ángelus desde la el balcón de la logia central de la basílica de San Pedro
que da a la plaza donde unos 40 mil fieles y peregrinos le esperaban. Antes de
dar la bendición Urbi et Orbe, dirigió el tradicional mensaje navideño,
transmitido también a nivel mundial por las radios y televisiones.
El Santo Padre recordó que “el poder de
un Niño, Hijo de Dios y de María, no es el poder de este mundo, basado en la
fuerza y en la riqueza, es el poder del amor”. Sino “el poder que regenera la
vida, que perdona las culpas, reconcilia a los enemigos, transforma el mal en
bien”.
Hoy este
anuncio recorre toda la tierra, dijo, y quiere llegar a todos los pueblos,
especialmente los golpeados por la guerra y por conflictos violentos, Siria,
Alepo, Tierra Santa, Irak, Libia y Yemen. En África: Nigeria, Sudán del Sur y
en la República Democrática del Congo. También en Ucrania oriental.
Sin
olvidar, dijo Francisco “al querido pueblo colombiano, que desea cumplir un
nuevo y valiente camino de diálogo y de reconciliación”. Además de “la amada
Venezuela para dar los pasos necesarios con vistas a poner fin a las tensiones
actuales”. Y a tantos países del mundo, como Myanmar y Corea.
Pero
también a quienes están abandonados y excluidos, a los que sufren hambre y los
que son víctimas de violencia, a los prófugos, a los emigrantes y refugiados, a
los que hoy son objeto de la trata de personas, a quienes están marcados por el
malestar social y económico.
Paz
también, deseó el Papa a los que sufren las consecuencias de los terremotos u
otras catástrofes naturales, y a los niños, en este día especial en el que Dios
se hace niño, sobre todo a los privados de la alegría de la infancia a causa
del hambre, de las guerras y del egoísmo de los adultos.
Texto
completo:
Queridos
hermanos y hermanas, feliz Navidad. Hoy la Iglesia revive el asombro de la
Virgen María, de san José y de los pastores de Belén, contemplando al Niño que
ha nacido y que está acostado en el pesebre: Jesús, el Salvador.
En este día
lleno de luz, resuena el anuncio del Profeta: «Un niño nos ha nacido, un hijo
se nos ha dado: lleva a hombros el principado, y es su nombre: Maravilla del
Consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la paz» (Is 9, 5).
El poder de
un Niño, Hijo de Dios y de María, no es el poder de este mundo, basado en la
fuerza y en la riqueza, es el poder del amor. Es el poder que creó el cielo y
la tierra, que da vida a cada criatura: a los minerales, a las plantas, a los
animales; es la fuerza que atrae al hombre y a la mujer, y hace de ellos una
sola carne, una sola existencia; es el poder que regenera la vida, que perdona
las culpas, reconcilia a los enemigos, transforma el mal en bien.
Es el poder
de Dios. Este poder del amor ha llevado a Jesucristo a despojarse de su gloria
y a hacerse hombre; y lo conducirá a dar la vida en la cruz y a resucitar de
entre los muertos. Es el poder del servicio, que instaura en el mundo el reino
de Dios, reino de justicia y de paz. Por esto el nacimiento de Jesús está
acompañado por el canto de los ángeles que anuncian: «Gloria a Dios en el
cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama» (Lc 2, 14).
Hoy este
anuncio recorre toda la tierra y quiere llegar a todos los pueblos,
especialmente los golpeados por la guerra y por conflictos violentos, y que
sienten fuertemente el deseo de la paz. Paz a los hombres y a las mujeres de la
martirizada Siria, donde demasiada sangre ha sido derramada.
Sobre todo
en la ciudad de Alepo, escenario, en las últimas semanas, de una de las batallas
más atroces, es muy urgente que se garanticen asistencia y consolación a la
extenuada población civil, respetando el derecho humanitario.
Es hora de
que las armas callen definitivamente y la comunidad internacional se comprometa
activamente para que se logre una solución negociable y se restablezca la
convivencia civil en el País.
Paz para
las mujeres y para los hombres de la amada Tierra Santa, elegida y predilecta
por Dios. Que los Israelíes y los Palestinos tengan la valentía y la
determinación de escribir una nueva página de la historia, en la que el odio y
la venganza cedan el lugar a la voluntad de construir conjuntamente un futuro
de recíproca comprensión y armonía.
Que puedan
recobrar unidad y concordia Irak, Libia y Yemen, donde las poblaciones sufren
la guerra y brutales acciones terroristas. Paz a los hombres y mujeres en las
diferentes regiones de África, particularmente en Nigeria, donde el terrorismo
fundamentalista explota también a los niños para perpetrar el horror y la
muerte.
Paz en Sudán
del Sur y en la República Democrática del Congo, para que se curen las
divisiones y para que todos las personas de buena voluntad se esfuercen para
iniciar nuevos caminos de desarrollo y de compartir, prefiriendo la cultura del
diálogo a la lógica del enfrentamiento.
Paz a las
mujeres y hombres que todavía padecen las consecuencias del conflicto en
Ucrania oriental, donde es urgente una voluntad común para llevar alivio a la
población y poner en práctica los compromisos asumidos.
Pedimos
concordia para el querido pueblo colombiano, que desea cumplir un nuevo y
valiente camino de diálogo y de reconciliación. Dicha valentía anime también la
amada Venezuela para dar los pasos necesarios con vistas a poner fin a las
tensiones actuales y a edificar conjuntamente un futuro de esperanza para la
población entera.
Paz a todos
los que, en varias zonas, están afrontando sufrimiento a causa de peligros
constantes e injusticias persistentes. Que Myanmar pueda consolidar los
esfuerzos para favorecer la convivencia pacífica y, con la ayuda de la
comunidad internacional, pueda dar la necesaria protección y asistencia
humanitaria a los que tienen necesidad extrema y urgente.
Que pueda
la península coreana ver superadas las tensiones que atraviesan en un renovado
espíritu de colaboración. Paz a los que han perdido a un ser querido debido a
viles actos de terrorismo que han sembrado miedo y muerte en el corazón de
tantos países y ciudades.
Paz —no de
palabra, sino eficaz y concreta— a nuestros hermanos y hermanas que están abandonados
y excluidos, a los que sufren hambre y los que son víctimas de violencia. Paz a
los prófugos, a los emigrantes y refugiados, a los que hoy son objeto de la
trata de personas. Paz a los pueblos que sufren por las ambiciones económicas
de unos pocos y la avaricia voraz del dios dinero que lleva a la esclavitud.
Paz a los
que están marcados por el malestar social y económico, y a los que sufren las
consecuencias de los terremotos u otras catástrofes naturales. Paz a los niños,
en este día especial en el que Dios se hace niño, sobre todo a los privados de
la alegría de la infancia a causa del hambre, de las guerras y del egoísmo de
los adultos.
Paz sobre
la tierra a todos los hombres de buena voluntad, que cada día trabajan, con
discreción y paciencia, en la familia y en la sociedad para construir un mundo
más humano y más justo, sostenidos por la convicción de que sólo con la paz es
posible un futuro más próspero para todos. Queridos hermanos y hermanas: «Un
niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado»: es el «Príncipe de la paz».
Acojámoslo.
Fuente: Zenit