¿Qué pasó
en estos ochocientos años en la vida del hombre, para que cambiara de la
centralidad en Dios, al olvido total de Dios?
En los últimos meses,
me ha dado por leer las obras de los Doctores de la Iglesia, ésos que vivieron
en los siglos XI y XII. Me ha dado también por leer biografías de los grandes
santos del S. XIII y XIV y libros de historia… cosa rarísima en mí, que soy
matemática de corazón y profesión.
No sé porqué. Será tal vez porque me estoy volviendo anciana (voy en carrera galopante hacia los 50 y los alcanzaré en menos de cuatro años) o quizás sólo sea porque me ha entrado una inquietud: descubrir qué es lo que ha sucedido en el mundo, en la cultura, en la mente y el corazón del hombre, para haber cambiado de manera radical, en sólo 800 años, de una vida centrada en Dios… hasta llegar al olvido completo de Dios, a vivir “como si Dios no existiera”, que es como describe Benedicto XVI al hombre de hoy.
No soy historiadora, sino solamente una mamá de nueve hijos, contempladora del
desarrollo histórico de la cultura y una ávida lectora de libros de
espiritualidad de todos los tiempos. Por esta razón, me encantará recibir
correcciones y enmiendas de este análisis “histórico” que he llegado a
dilucidar de mis lecturas y que les quiero compartir el día de hoy.
¿Qué pasó en estos ochocientos años en la vida del hombre, para que cambiara de
la centralidad en Dios, al olvido total de Dios?
I. LA
EDAD MEDIA. La Cristiandad.
Remontémonos con la imaginación a la Edad Media, la era de la Cristiandad.
Visualicemos a los caballeros con su armadura, las ciudades amuralladas, los
reyes, los castillos de piedra… oscuros y fríos, los artesanos, los mercaderes,
los juglares, los señores feudales y sus vasallos... niños jugando y corriendo
por las calles y las aldeanas con sus vestidos sencillos, trabajando, como
siempre ha hecho la mujer desde el inicio del mundo.
En esta época, la organización temporal (política, social, económica, cultural)
estaba basada 100% en los principios cristianos. El cristianismo había llegado
a influir en todos los ámbitos de la vida del hombre y los había perneado por
completo.
La vida cotidiana se desarrollaba alrededor de la catedral (la casa de Dios)
que estaba siempre en el centro de las ciudades. Las catedrales fueron el
centro del desarrollo del arte de aquella época: arquitectura, pintura,
escultura, música (gregoriana)… todo giraba en torno a Dios. En las torres de
las catedrales puede leerse la filosofía que reinaba… románicas, cuando la moda
era Aristóteles y góticas, cuando Platón. En la nave central, el sagrario,
custodiando a Nuestro Señor Eucaristía, siempre hacia el Oriente, donde nace el
Sol.
La organización política en la Edad Media era hermosa. En esa época, ser
gobernante no significaba tener más dinero o más poder, sino al contrario: ser
gobernante significaba estar al servicio de los demás. El nombramiento de un
Rey era un nombramiento divino, suponía una consagración ante Dios a una misión
de servicio incondicional a su pueblo, limitándose su gobierno, por supuesto,
al orden temporal de las cosas.
Es la Edad Media, la época de los Reyes Santos (que no tienen que ver con los
Santos Reyes, los que fueron a visitar a Jesús en el pesebre). Éstos, fueron
Reyes de verdad en la Europa medieval y fueron santos, verdaderamente santos:
San Luis, rey de Francia; San Fernando, San Eduardo, Santa Margarita de
Escocia… grandes hombres y mujeres que se entregaron por completo a su pueblo
para lograr el bienestar, la armonía y la salvaguarda de la fe y de los
mandamientos de Dios. Hombres y mujeres, cristianos convencidos, que eran
admirados y queridos por todos sus súbditos por su sabiduría, su coherencia, su
bondad, su cercanía, su valentía, su justicia y su magnanimidad.
Las relaciones laborales también tenían lo suyo de divino: los señores feudales
y sus vasallos se juraban sobre la Biblia mutua fidelidad; protección, sustento
y cuidado por parte del señor; defensa de su honra y de sus bienes y servicio
incondicional, por parte del vasallo. Eran siervos, pero no esclavos y tan
digno de respeto era el siervo como su señor.
En el orden social, los nombramientos que hacía el rey eran nombramientos para
el servicio. Se vivía de manera natural la Justicia social cristiana. Las
actividades económicas eran regidas por el precio justo, por la búsqueda del
bien común; los mercaderes no eran usureros, sino servidores del pueblo. Se
condenaba fuertemente la especulación y el lucro indebido. Se respetaba la
propiedad privada. Cada uno tenía su lugar importante en la sociedad: los
artesanos, maestros y aprendices, gozaban de gran aprecio y admiración, al
igual que el campesino, el mercader, el cortesano y el aldeano.
En el orden doméstico, la familia estaba en el centro; los hijos se
consideraban un don (el mayor de los dones) y por supuesto, el matrimonio era
sacramental, fiel, fecundo e indisoluble, ante Dios y ante los hombres.
La literatura medieval estaba llenita de Dios… los cantares de gesta, las
historias caballerescas; las leyendas, como las del Rey Arturo y del santo
Grial, las fábulas… promotoras de las virtudes cristianas, los juglares, llenos
de buen humor sano.
El orden militar existía para defender al Rey y sobre todo para defender la Fe
del pueblo de los ataques musulmanes. Es la época de los caballeros… la Orden
de Malta, los Caballeros Hospitalarios, los Templarios… todos… para defender la
Fe cristiana y las cosas de Dios.
¿Y el pecado? ¿No existía el pecado en la Edad Media? Por supuesto que sí. En
la Edad media, como ahora, hubo grandes pecadores… traicioneros, mentirosos,
ladrones, egoístas, infieles, adúlteros y asesinos. El demonio no ha dejado de
actuar en ningún momento de la historia del hombre.
La única diferencia es que en aquella época el orden temporal estaba regido por
los criterios cristianos. Lo normal, lo natural, lo que estaba de moda, era ser
un buen cristiano. Los otros… los pecadores, eran los raros y no presumían de
sus pecados, sino que los ocultaban y la sociedad entera se avergonzaba de
ellos. Ideas medievales… que tal vez deberíamos resucitar.
II. EL RENACIMIENTO. Rechazo, burla y menosprecio a la Edad Media.
Más que un avance en el desarrollo del hombre como ser humano, veo en el Renacimiento
un retroceso… una vuelta al paganismo de la Antigüedad.
En fin… veamos qué sucedió en este tiempo de príncipes y doncellas, de lujosos
aposentos, vestidos y carruajes, forrados de marfil y piedras preciosas:
A raíz de la invasión de los turcos, llegaron a Europa occidental muchas
personas de oriente que trajeron consigo nuevas ideas y nuevas modas (telas y
encajes traídos de oriente) y cientos de objetos atractivos (cajitas musicales,
jarrones, tapetes) que empiezan a vender entre las personas del pueblo y hacen
que surja una nueva clase social: la burguesía, con un encanto de “clase
acomodada, culta y a la moda” que se siente muy superior a los demás.
La característica principal de esta clase burguesa, como todos los nuevos
ricos, es el menosprecio por las otras personas: se burlan de la vida
contemplativa de los monjes, menosprecian al artesano y al agricultor,
ridiculizan a la caballería… todos ellos, dicen los burgueses, “se quedaron en
la Edad Media”.
Para los burgueses ya no es importante estar bien con Dios, lo único importante
es quedar bien con los hombres, verse bien, lucir bien ante los demás.
En la Edad media se construían casas para vivir, sillas para sentarse, mesas
para comer, camas para dormir y vestidos para abrigarse. En el Renacimiento
deja de importar la utilidad de las cosas, lo importante es que sean lujosas,
llamativas y caras, aunque sean incómodas e inútiles. El hombre cambia el
“tener cosas, para poder vivir de cara a Dios” por el “vivir, para poder tener
cosas y lucirlas ante los hombres”
El pensamiento burgués empieza a influir a los gobernantes, que se olvidan del
teocentrismo y cambian a ser “humanistas”; dejan de ver su puesto como un
servicio a Dios y lo empiezan a ver como un servicio al desarrollo social del
hombre (viendo al hombre como su propia persona, en primer lugar). La economía
y la política también se vuelven terrenales, estando enfocadas ya no al bien
común, sino a la mayor consecución de bienes palpables.
Tristemente, el encanto de la burguesía llega a influir también, a través de
los Reyes, a los altos jerarcas de la Iglesia, quienes caen en errores graves
de lujo y opulencia que, entre otras causas, dan pie a la siguiente etapa: La
Reforma Protestante.
III LA REFORMA PROTESTANTE. Cristo sí, Iglesia no.
Lutero y todos sus seguidores, vieron los errores en los que había caído una
parte de la jerarquía eclesiástica durante el Renacimiento, pero, en lugar de
tratar de resolverlos y sanarlos, como lo hicieran San Francisco de Asís y Sta.
Catalina de Siena en su momento, lo único que hicieron fue criticar, protestar,
rebelarse y ocasionar un cisma, un resquebrajamiento, una separación
dolorosísima dentro de la Iglesia de Cristo.
Al decir “Creo en Jesucristo, pero no creo en la Iglesia”, hacen una separación
ridícula… quieren creer en un Cristo sin Iglesia, sin tomar en cuenta que la
Iglesia es el Cuerpo místico de Cristo. Iglesia y Cristo son inseparables y
ellos… los separaron.
Al separarse de la Iglesia, se separaron también de los sacramentos, que son
los medios por los que nos llega la Gracia Santificante, la presencia de Dios
en el alma. De esta manera, al querer tener a un Cristo sin Iglesia, se
quedaron con una iglesia sin Cristo; sí, con la doctrina de Cristo, pero sin su
presencia real.
Por otra parte, sin un Magisterio que guardara la doctrina, abrieron la moda
del “Libre examen” en el que el criterio personal es la norma suprema. La
opinión personal está por encima de la Verdad.
De aquí que hayan surgido, a lo largo de la historia, tantas ramas del protestantismo.
Sin una cabeza para guiarlos y dado que cada cabeza es un mundo, cada cabeza
creó su propia iglesia, de acuerdo con su libre interpretación, generalmente
guiada por intereses personales, como fue el caso, más adelante, de Enrique
VIII y la iglesia anglicana.
Por: Lucrecia Rego de Planas
Fuente:
Catholic.net