Mi melodía, que parece tan insulsa, resulta que es una verdadera obra
maestra, porque Dios es el compositor
Mi vida es pequeña a los ojos de Dios. La
vida pequeña es la más valiosa. Vale oro. Lo sé. Sólo vivo una vez y para
siempre. Por lo tanto no es pequeño nada de lo que hago. Aunque haya personas a
las que la vida de los otros les parezca insignificante.
Tantas muertes injustas, tanto dolor. Tanta violencia en los ataques
terroristas, tanto odio. Como si la vida no valiera nada. Pero la vida vale
mucho. Mi vida, que es pequeña, vale mucho para Dios.
El otro día leí una historia. Una madre
llevó a su hijo de siete años a un concierto de un pianista famoso. El ambiente
no era tan adecuado para un niño tan pequeño. Pero la madre deseaba que por lo menos
absorbiera un poco de inspiración del pianista. Faltaba poco para que todo
comenzara.
El niño estaba inquieto. Se levantó
cuando su madre miró hacia otro lado. El niño no sabía bien a dónde ir. Vio el
piano en el escenario y sin pensarlo se dirigió hacia él. Buscó las teclas y
comenzó a tocar una sencilla melodía.
El público se indignó al ver al niño.
¿Quién dejó que subiera solo al escenario? El pianista vio lo que estaba
sucediendo. Se apresuró, salió y se sentó al lado del niño. Y le susurró al oído: “No pares, sigue tocando”. Él buscó las teclas correctas y
acompañó con un bonito arreglo la melodía sencilla del niño.
Fue una composición maravillosa. Creo que muchas veces sucede
así en mi vida. Con mis
limitaciones canto una torpe melodía para Dios. Siento que no va a llegar a nadie. Que
no va a ser una gran melodía.
Así compongo mis días, mis horas, mi
vida. Con mucho esfuerzo. Con mis dedos torpes y pequeños. Sin saber bien cómo
hacerlo para que todo salga bien. Y en mi interior escucho una voz que me
susurra: “No pares, sigue tocando”.Y
yo sigo y no paro. Y no me quedo quieto esperando a que pase la vida.
Quiero llegar lejos, pero quiero llegar
donde Dios me pide que vaya. Quiero hacer su voluntad. No la voluntad que otros
piensan que es la de Dios para mi vida. Para eso necesito estar muy cerca de
Dios, para poder reconocer bien sus huellas.
Necesito reconocer su voz, para no
perderme con tantas voces. Descifrar sus signos, sus acordes, sus manos. Tal
vez ya no me es tan fácil buscar a Dios en mi vida real. Buscarlo vivo en mi
alma. Buscarle en todo lo que me pasa. Y descubrir que está en mí.
Y mi
melodía, que parece tan insulsa, resulta que es una verdadera obra maestra,
porque es Él el compositor. El que pone la música y hace los
arreglos perfectos. Y yo me dejo hacer por Él. Y me pongo en marcha.
No quiero dejar pasar de largo sus
huellas, sus señales. Dios me habla en todo. Me habla a través de todos. Quiero
seguir tocando mi melodía, aunque sienta que no acierto con las notas o que
otros a mi lado critican lo que hago.
Quiero seguir tocando para que se escuche
otra melodía en medio de tantos ruidos, injusticias, atrocidades. Quiero que mi melodía, transformada por
la música de Dios, cambie este mundo en el que vivo.