En la salud y en la
enfermedad, el éxito y el fracaso... ¡ama!
Le doy gracias a Jesús por la vida que
tengo, por la misión que me ha entregado, por el don que me ha hecho en mi
vida. Beso mi vida tal y como es. Esa es la única forma de vivir
bien mi camino.
No quiero ser el
primero. Y a veces me confundo intentándolo. Y me desgasto en una lucha por los primeros
puestos, buscando un reconocimiento que se me escapa, una admiración que
se acaba.
Me gustaría dar
mi vida sin importarme tanto el resultado final. La meta soñada. El logro que
buscaba. Dar la vida con generosidad. Darla y no quitársela a nadie.
Me gustaría vivir
en la salud y en la enfermedad con la misma actitud de vida. Vivir mi misión en
las circunstancias en las que me encuentre.
Mi misión tiene que ver con mi entrega. Es una actitud de vida. No consiste en lograr
muchas cosas, en dejar muchas cosas bien hechas. Es más bien una forma de
vivir, de mirar, de amar.
Por eso me
conmueve la vida de una madre italiana, Chiara,
que murió como consecuencia de una dura enfermedad. Los que la conocieron
destacaban su actitud llena de amor en sus momentos más duros: “Chiara no es como la mayoría de los
enfermos terminales, que se aferran a la vida con todas sus fuerzas. Después de
haberla escuchado o visto, la gente vuelve a casa reconfortada. No absorbe la vida de los que van a
verla, se la da. Quien piensa en su situación desde lejos se angustia, en
cambio quien está cerca de ellos vive el consuelo, fruto de una sabiduría
diferente”.
Daba su vida, la
entregaba con humildad. No se aferraba a ella. No retenía lo que Dios le había
dado. Confortaba ella a los que pretendían animarla. No consumía la vida de los
que iban a consolarla. Les daba su vida en un testimonio sencillo de amor.
Sus últimas
fuerzas entregadas con amor. Su deseo de llegar más alto, más lejos, guardado
en su corazón consagrado a Dios.
Su actitud me
recuerda también a la actitud de la Hermana Cecilia, monja carmelita que
vivió su enfermedad con una sonrisa en el rostro. La llamaban la monja de la
sonrisa.
Lo tengo claro, no sufre menos quien sonríe más en medio
de su sufrimiento. Pero sé que su sonrisa hace sufrir menos a los que están más
cerca. No consume la vida de los que la acompañan. Al revés,
les da vida y anima a los que llegan a dar ánimos.
Así me gustaría
vivir siempre mi misión. En la salud y en la enfermedad, en la cruz y en los
momentos de gozo. Quiero vivir sin consumir la vida de los otros. Sin agotar
sus energías. Quiero
vivir dando, no esperando siempre algo a cambio de mi entrega.
Así me gustaría
vivir, dando esperanza y motivos para seguir luchando hasta el final. Dando
alegría y motivos para sonreír siempre.
Me queda claro, mi actitud ante la vida es lo que cuenta.
Mi camino de santidad no consiste en ser el primero, en ganar siempre, en tener
razón en todo momento, en lograr todo lo que me propongo.
Mi misión
consiste más bien en no darme nunca por vencido, en caer y volver a levantarme,
con una sonrisa, desde mi pobreza.
Consiste en
sonreír aun cuando no haya motivos aparentes para la alegría. Si creo en el
amor de Jesús sosteniendo mi vida, será posible llegar al final del camino. No
quiero agobiarme pensando en la importancia de los éxitos, de los logros. No quiero perder la mirada correcta sobre
las cosas.
Fuente:
Aleteia