El águila divina
¡Oh, Verbo divino!, tú eres
el Águila adorada que yo amo, la que atrae . Eres tú quien, precipitándote
sobre la tierra del exilio, quisiste sufrir y morir a fin de atraer a las almas
hasta el centro del Foco eterno de la Trinidad bienaventurada.
Eres tú quien,
remontándote hacia la Luz inaccesible que será ya para siempre tu morada,
sigues viviendo en este valle de lágrimas, escondido bajo las apariencias de
una blanca hostia...
Águila eterna, tú quieres alimentarme con tu sustancia
divina, a mí, pobre e insignificante ser que volvería a la nada si tu mirada
divina no me diese la vida a cada instante.
Jesús, déjame que te diga, en el
exceso de mi gratitud, déjame, sí, que te diga que tu amor llega hasta la locura...
¿Cómo quieres que, ante esa locura, mi corazón no se lance hacia ti? ¿Cómo va a
conocer límites mi confianza...?
Durante todo el tiempo que tú
quieras, Amado mío, tu pajarito seguirá sin fuerzas y sin alas, seguirá con los
ojos fijos en ti. Quiere ser fascinado por tu mirada divina, quiere ser presa
de tu amor...
Un día, así lo espero, Águila adorada, vendrás a buscar a tu
pajarillo; y, remontándote con él hasta el Foco del amor, lo sumergirás por
toda la eternidad en el ardiente Abismo de ese amor al que él se ofreció como
víctima
Fuente: Catholic.net