La
llamada no ocurre como una manifestación portentosa de Dios que baja del cielo,
sino que se sirve de situaciones cotidianas... "Esa es precisamente su
grandeza", comenta este andaluz de camino al sacerdocio
Jesús Ojeda está en el tercer curso del Seminario Metropolitano
de Sevilla. A sus 22 años, confiesa que tras recibir el Sacramento de la Confirmación,
a los 13, “me aparté de la vida de la Iglesia, a la que sólo me unía el
contacto con mi hermandad”, cuenta al Semanario de la diócesis.
Sin embargo, dos acontecimientos hicieron que Dios irrumpiese en su vida de un modo muy sencillo. “Un amigo con el que iba a ver el fútbol me invitó a un club de jóvenes organizado dentro de una parroquia”, recuerda. Pensó que sería buena idea ir a conocer aquello antes del partido…
Sin embargo, dos acontecimientos hicieron que Dios irrumpiese en su vida de un modo muy sencillo. “Un amigo con el que iba a ver el fútbol me invitó a un club de jóvenes organizado dentro de una parroquia”, recuerda. Pensó que sería buena idea ir a conocer aquello antes del partido…
“Allí me cambió radicalmente la noción que tenía de Iglesia. Conocí a un
sacerdote joven que era cercano a nosotros, la gente hablaba de Dios entre
partidas de billar y futbolín, y la catequesis me entusiasmaba cada vez más”.
Pronto comenzó a ir a Misa y a confesarse. “Desde aquel momento puse a Cristo y
a su Iglesia en el centro de mi vida”, reconoce.
Pero Dios quería más
No obstante, no fue aquí cuando decidió ser sacerdote, sino que Ojeda inició
sus estudios universitarios en Magisterio de Primaria. “Estaba muy contento,
tenía buenas notas y vivía en un ambiente universitario que me dio grandes
amigos y oportunidades de vivir la fe”.
Pero de nuevo se cruzó Dios y volvió a modificar sus planes y proyectos. Fue de
la mano de un diácono a punto de ordenarse como sacerdote enviado a su parroquia.
Este seminarista asegura que fue “un fuerte reclamo vocacional a nivel
personal. Vivir junto a él momentos tan importantes como su primer bautizo, su
primera boda, o la preparación de su primera Misa, hicieron despertar en mí la
idea de ser sacerdote”.
La grandeza de lo sencillo
Ojeda también desmitifica la llamada vocacional: “No ocurre como una
manifestación portentosa de Dios que baja del cielo, sino que se sirve de
situaciones cotidianas en las que comprendes aquello que de verdad te mueve,
aquello para lo que has nacido. Esa es precisamente su grandeza”.
Respecto a su vida en el Seminario, asegura que le ha dado “compañeros que son
como hermanos, la oportunidad de crecer espiritualmente y como persona, de
acercarme más a Dios y de practicar la caridad y el servicio en lo cotidiano”.
Fuente: Portaluz