A través de mis heridas se logra ver a Dios
El otro día me quedé pensando
en las máscaras que no me dejan mostrarme tal y como soy. Es cierto que todos
tenemos máscaras. Algunos más, otros menos. Pero muchas veces yo mismo me
oculto detrás de una máscara. Para no sufrir, para poder seguir viviendo.
Recuerdo la historia de la
película La guerra de las galaxias. Anakin, que tenía un
deseo muy hondo de amar y hacer el bien. Es confundido y llevado al lado oscuro.
Queriendo amar más, acaba odiando. ¿Es más fuerte el odio que el amor? No lo
creo.
En su lucha, y debido a las
heridas recibidas, a lo limitado que había quedado después de la pelea, sólo
puede seguir viviendo el resto de sus días dentro de una máscara. Esa máscara,
la de Darth Vader, es una imagen que intimida, aleja, atemoriza.
Muchas veces las máscaras
muestran una realidad que no es verdad. Dan miedo. Nos
escondemos en una máscara para parecer más poderosos, más cultos, más capaces,
más inquebrantables. Y nos alejamos. Nos cuesta más amar y ser
amados.
Nos escondemos para que los
demás no nos hagan daño con sus críticas y juicios. Nos escondemos porque
estamos tan heridos que creemos que sin esa máscara tal vez no podríamos seguir
viviendo. Nos ocultamos en nuestros miedos. Las máscaras nos salvan porque nos
protegen en la vida. Evitan que nos sigan hiriendo.
En la última escena de la
película, Darth Vader le pide a Luke, su hijo, que le quite la máscara. Sabe
que sin ella va a morir pero quiere mirarle por última vez con sus ojos de
verdad. Sabe que el amor de Luke lo ha salvado aunque ahora pierda la vida. Al
quitarle la máscara no hay un rostro terrible, sino el rostro indefenso de un
anciano.
El amor es lo único que logra
quitarnos las máscaras y mostrarnos como somos ante los hombres. Cuando sé que alguien me ama de verdad, sin
condiciones, entonces puedo mostrarme ante él como soy. En mi debilidad. Con
mis manías y defectos. Con mis heridas y pasiones.
Por eso, cuando me siento
herido, y pienso que me pueden volver a herir, me escondo en mi máscara y me
oculto.
Sueño con tener menos
máscaras.
Con ser más libre y dejar ver mis heridas. Sé que si lo hago así se convierten
en ventanas que me trascienden. A través de mis heridas se logra ver a
Dios. Una persona rezaba: “Puedo ser humano, frágil y débil para
que los demás puedan ver a través de mis heridas tu fuerza tu gracia y tu luz”.
El amor da la vida, el odio
me destruye. El amor me libera de mis
máscaras. El odio me hace esconderme.
El otro día leía: “El
odio te mata, te destruye. El odio es del mal, no te deja vivir. Es como una
carga que se va alimentando cada día más. Cada vez tu mochila pesa más y cada
día tu vida se hace más triste. Con odio no se puede ser feliz”. El odio se convierte en una
máscara. Nos escondemos y nos destruimos.
Pienso que ante Jesús no
tengo máscaras. Sólo amo. Él mejor que nadie conoce mis entrañas. Sabe quién
soy. Conoce mis límites. Mi historia sagrada y mi herida. Mi camino de
santidad. Mi verdad más clara. Él me conoce y me quiere como soy. Sin
máscaras.
Fuente: Aleteia