“Mis
lágrimas, a torrentes, discurren en cauce hacia Ti”
El filósofo Friedrich Nietzsche, quien proclamó “Dios ha muerto” y
ha influido en el pensamiento de tantos ateos, expresó así, cuando tenía 44
años, su búsqueda desesperada:
Dame amor… ¿quién me ama todavía? ¿quién, aún, me da calor?
Tiéndeme manos ardientes, dale un brasero a mi corazón…
ofrécete, sí, entrégate a mí, ¡tú, el más cruel enemigo!
¿Huyó? Él mismo ha huido, mi único compañero,
Tiéndeme manos ardientes, dale un brasero a mi corazón…
ofrécete, sí, entrégate a mí, ¡tú, el más cruel enemigo!
¿Huyó? Él mismo ha huido, mi único compañero,
¡No! ¡Vuelve otra vez! ¡Con todos tus suplicios!
Vuelve a mí, ¡al último solitario!
Mis lágrimas, a torrentes,
discurren en cauce hacia Ti,
y encienden en mí el fuego
de mi corazón por Ti.
¡Oh, vuelve, mi Dios desconocido!
Mi dolor, mi última suerte, ¡mi felicidad!
Esta desgarradora oración
está recogida en la compilación de 2.397 fragmentos póstumos del gran filósofo
del siglo XIX recopilados por Friedrich Würzbach Das Vermächtnis Friedrich Nietzsches:
Versuch einer neuen Auslegung allen Geschehens und einer Umwertung aller Werte (El legado de Friedrich Nietzsche.
Ensayo de una nueva interpretación de todo acontecer y de una transvaloración
de todos los valores).
A pesar de las dificultades para publicar todos los escritos de
Nietzsche que todavía no habían salido a la luz después de su muerte, el
trabajo editorial de Würzbach está reconocido a nivel internacional.
Y otros libros, como Friedrich Nietzsche de Jorge Manzano (Universidad
Iberoamericana, Ciudad de México), recogen también plegarias del exaltador del
“superhombre”, escritas en distintos momentos de su vida.
Como esta, cuando tenía 20
años:
Antes de seguir mi camino y de poner mis ojos hacia delante, alzo
otra vez, solitario, mis manos hacia Ti, al que me acojo, al que en el más
hondo fondo del corazón consagré, solemne, altares, para que en todo tiempo tu
voz, una vez más, vuelva a llamarme. Abrásame, encima, inscrita hondo, la
palabra: Al Dios desconocido: suyo soy, y siento los lazos que en la lucha me
abaten, y si huir quiero, me fuerzan al fin a su servicio. Quiero conocerte,
Desconocido, tú, que ahondas en mi alma, que surcas mi vida cual tormenta, ¡tú,
inaprehensible, mi semejante! ¡Quiero conocerte, servirte quiero!
Aunque quizás la oración más
entrañable que pronunció fue la que algunos reconocen como sus últimas palabras
antes de morir, pronunciadas en un marco de silencio y evasión de la realidad:
“Madre, soy un tonto”.
Fuente: Aleteia
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