El predicador de la casa pontificia, en su tercera predicación de
Cuaresma, reflexiona sobre el anuncio de la Palabra y el Espíritu Santo como principal
agente de la evangelización
El padre Raniero Cantalamessa, ha terminado esta semana, durante su
tercera predicación de cuaresma al Santo Padre y la curia romana, la reflexión
sobre la constitución Dei Verbum, es decir, sobre la Palabra de
Dios. La semana pasada profundizó en la lectio divina, y esta
mañana lo hizo sobre el “anunciar la Palabra”.
La Palabra de Dios se transmite por medio del Espíritu Santo, “esta
es una verdad sencillísima y casi obvia, pero de gran alcance”, indicó el padre
Cantalamessa. Es la ley fundamental de cada anuncio y de cada evangelización.
Por otro lado, aseguró que “lo primero que hay que evitar cuando se
habla de evangelización es pensar que es sinónimo de predicación y por tanto
reservada a una categoría particular de cristianos, los predicadores”. Y añadió
que “no se evangeliza solamente con las palabras, sino primero con las obras y
la vida; no con lo que se dice, sino con lo que se hace y se es”.
El padre Raniero contó que una vez durante un diálogo ecuménico, un hermano
pentecostal le preguntó por qué los católicos llamamos a María “la estrella de
la evangelización”. Llegué a la concusión –explicó– de que María es la
estrella de la evangelización, no porque ha llevado una palabra particular a un
pueblo particular, como hicieron también los grandes evangelizadores de la
historia; sino porque ¡ha llevado la Palabra hecha carne y la ha llevado
(también físicamente) a todo el mundo!
A continuación explicó cuáles son las
premisas y condiciones para volverse verdaderamente un evangelizador.
“No hay misión ni envio sin una anterior salida”, aseveró. Y añadió que la
primera puerta por la que debemos salir no es la de la iglesia, de la
comunidad, de las instituciones, de las sacristías; es la de nuestro ‘yo’.
Por otro lado, subrayó que “al corazón llega solamente lo que parte
del corazón”. El padre Cantalamessa advirtió de que “el esfuerzo para un
renovado compromiso misionero está expuesto a dos peligros principales”. Uno de
ellos es la inercia, la pereza, no hacer nada y dejar que hagan todo los demás.
El otro es lanzarse a un activismo humano febril y vacío, con el
resultado de perder poco a poco el contacto con la fuente de la palabra y de su
eficacia.
En esta línea, el predicador de la casa pontificia aseguró que cuanto
mayor sea el volumen de la actividad, más debe aumentar el volumen de la
oración, en intensidad si no en cantidad. Después de rezar, indicó que por
experiencia personal “se hacen las mismas cosas en menos de la mitad del
tiempo”. Además de la oración –indicó– otro medio para obtener al
Espíritu Santo es la rectitud de intención.
También señaló que “debemos amar a Jesús, porque solo los que están
enamorados de Jesús lo puede anunciar al mundo con profunda convicción”. Se
habla con entusiasmo –precisó– solo de lo que se está enamorado.
Además, subrayó que “la sensación de alegría y bienestar que una
persona prueba al sentir de repente que le vuelve a fluir la vida en uno de sus
miembros hasta ahora inerte o paralizado, es un pequeño signo de la alegría que
prueba Cristo cuando siente que su Espíritu vuelve a vivificar a algún miembro
muerto de su cuerpo”.
Para concluir su predicación, el padre pidió que el Espíritu Santo,
“principal agente de la evangelización”, nos conceda dar a Jesús esta
alegría, con las palabras o con las obras, según el carisma y el oficio
que cada uno de nosotros tiene en la Iglesia.
Fuente: Zenit
