La lucha interior: No desesperemos, hemos de
aprender a recomenzar muchas veces
Muchos combates se
libran cada día en el corazón del hombre, y esta lucha por volver a Dios, debe ser
positiva, alegre y constante.
Caminaba un montañero
hacia un refugio de alta montaña. El sendero subía más y más, y en ocasiones
resultaba difícil dar un paso; el frío azotaba su cara, pero el lugar era
impresionante por el gran silencio que allí reinaba y por la belleza del
paisaje.
El refugio, sencillo y
tosco, resultó muy acogedor. Muy pronto observó que, sobre la chimenea, estaba
escrito algo con lo que se identificó plenamente: “Mi puesto está en la
cumbre”. Allí está también nuestro sitio: en la cumbre, junto a Cristo, en
un deseo continuo de aspirar a la santidad en el lugar donde estamos y a pesar
de conocer bien el barro del que estamos hechos, las flaquezas y los
retrocesos.
Pero sabemos también que el Señor nos pide el esfuerzo pequeño y
diario, la lucha sin tregua contra las pasiones que tienden a tirarnos para
abajo, el no pactar con los defectos, con los errores. Lo que nos hará
perseverar en este combate es el amor, el amor profundo a Cristo, a quien
buscamos incesantemente [6].
La
lucha ascética del cristiano ha de ser positiva, alegre, constante, con
“espíritu deportivo”. “La santidad tiene la flexibilidad
de los músculos sueltos. El que quiere ser santo sabe desenvolverse de tal
manera que, mientras hace una cosa que le mortifica, omite -si no es ofensa a
Dios- otra que también le cuesta y da gracias al Señor por esta comodidad. Si
los cristianos actuáramos de otro modo, correríamos el riesgo de volvernos
tiesos, sin vida, como una muñeca de trapo.
“La santidad no tiene la
rigidez del cartón: sabe sonreír, ceder, esperar. Es vida: vida sobrenatural”
[7].
En la lucha interior
encontraremos también fracasos. Muchos de ellos tendrán poca importancia; otros
sí la tendrán, pero el desagravio y la contrición nos acercarán más al Señor. Y
si hubiéramos roto en pedazos lo más preciado de nuestra vida, Dios sabrá
recomponerla si somos humildes. Él perdona y ayuda siempre, cuando acudimos con
el corazón contrito. Hemos de aprender a recomenzar muchas veces;
con una alegría nueva, con una humildad nueva, pues incluso si se ha ofendido
mucho a Dios y se ha hecho mucho daño a los demás, se puede estar después muy
cerca del Señor en esta vida y luego en la otra, si existe verdadero
arrepentimiento, si se lleva una vida acompañada de penitencia. Humildad,
sinceridad, arrepentimiento…. y volver a empezar.
Dios cuenta con nuestra
fragilidad y perdona siempre, pero es preciso ser sinceros, arrepentirse,
levantarse. Hay una alegría incomparable en el Cielo cada vez que recomenzamos.
Y a lo largo de nuestro caminar tendremos que hacerlo en muchas
ocasiones, porque siempre habrá faltas, deficiencias, fragilidades, pecados. Que
no nos falte nunca la sinceridad de reconocerlo y de abrir el alma al Señor en
el Sagrario y en la dirección espiritual.
[6] TANQUEREY, Compendio
de teología ascética y mística, nn. 193 ss.
[7] J. ESCRIVÁ DE
BALAGUER, Forja, no. 156.
Meditación extraída de
la serie “Hablar con Dios”, Tomo IV, Martes de la 14ª Semana del Tiempo
Ordinario por Francisco Fernández Carvajal.
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Fuente: Artículo originalmente
publicado por encuentra.com
