Historias
de convivencia entre religiones: "Aquí vence la pasión educativa, educamos
al respeto recíproco"
En
todas las aulas hay un crucifijo. Los alumnos, de entre 4 y 16 años, son 580:
38 de ellos son cristianos, todos los demás son musulmanes. Estamos en
Cisjordania, en Jericó, en la escuela Tierra Santa, fundada en 1950 por los
franciscanos de la Custodia de la Tierra Santa, quienes siguen administrándola
en el presente, con dos frailes, y siguen el programa palestino, aplicando
redes bastante modestas (tanto que los costos son cubiertos en gran medida por
las donaciones de benefactores y peregrinos).
La cotidianidad
en esta escuela (como en muchos otros institutos católicos del Medio Oriente)
describe el hermoso trabajo del saber compartido y enseñado, que edifica y
alimenta vínculos entre las generaciones y entre las personas, aunque tengan
diferentes religiones.
Los
padres musulmanes inscriben de buen grado a sus hijos en la escuela, dice el
director, el padre Mario Hadchity, de 48 años, franciscano libanés que también
es el párroco de la cercana iglesia del Buen Pastor, además de responsable de la capellanía
en el río Jordán, erigida en recuerdo del bautismo de Jesús.
Las
razones por las que mucha gente prefiere esta escuela son muchas: “el elevado
nivel de la enseñanza, la dedicación con la que los docentes siguen a cada
niño, las actividades deportivas propuestas, la disciplina, el ambiente limpio
y cuidado. Esta fue la primera escuela que se construyó en Jericó y, año tras
año, se ha ganado la fama de ser una realidad educativa seria y confiable”.
La
convivencia entre los 43 profesores (28 musulmanes y 15 cristianos) es muy
buena y hay aprecio recíproco,
asegura el padre Mario; lo confirma también uno de los dos enseñantes de
religión islámica, Hadj Amin, casado y padre de un niño, que declara
convencido: “estoy muy contento de enseñar en esta escuela conocida en toda la
ciudad, porque es seria, acogedora, rica en iniciativas, atenta a la formación
de los chicos y a la disciplina. Estoy orgulloso de pertenecer a ella y de
trabajar con alegría desde hace ya años con los franciscanos, que ofrecen un
buen ejemplo de hermandad y de cercanía para el pueblo palestino. Aquí me
siento a gusto, porque hay respeto; es un ambiente sano”.
También
las relaciones entre las familias de los alumnos cristianos y musulmanes son
muy buenas: los padres se
frecuentan, participan juntos en excursiones y otras actividades extra
escolares y asisten a los eventos importantes de la vida de los demás, como,
por ejemplo, los matrimonios y los funerales.
En
Jericó, en donde los musulmanes son alrededor de 32.000 personas y los
cristianos unos 500, la relación entre el padre Mario y el imán local, Haro
Afani, es muy amigable: se reúnen periódicamente para intercambiarse
felicitaciones y palabras de aliento. “En los encuentros públicos nos sentamos
siempre uno al lado del otro. Un día —recuerda el padre Mario—, al final de una
ceremonia, él quiso subirse a mi choche y, cuando le pregunté cual dirección
prefería, me respondió que pasáramos por la calle principal para que todos
vieran que estábamos juntos, con el objetivo de consolidar en el pueblo el
espíritu de la buena convivencia”.
El
padre Mario y Hadi, que comparten la pasión educativa, están convencidos del
papel estratégico que tiene la institución escolar en la construcción de una
convivencia pacífica y de vínculos a la altura de nuestro ser “humanos”. “La enseñanza no tiene fronteras —observa
Hadi—, estamos al servicio de nuestra gente para mantenerla unida, sin hacer
diferencia entre cristianos y musulmanes. Nosotros los
profesores trabajamos con espíritu paterno y amigable, nos preocupamos de que
los estudiantes se sientan al seguro (porque la seguridad lleva a la paz), los
educamos a la convivencia, al amor y al respeto recíprocos, que mantienen a
salvo del odio, y creamos un ambiente bello y disciplinado. Todos juntos
colaboramos en la construcción de un mundo más justo”.
Y el
padre Mario añade: “Deseo
que los chicos aprendan a reflexionar, porque una cosa es utilizar la mano para
levantar una piedra y otra es usar la cabeza para pensar”.
Desde este punto de vista, entre todas las iniciativas en marcha destaca la de
proponer al principio de cada año escolar una palabra que sirva como guía a los
estudiantes: hace tiempo, por ejemplo, se propuso la palabra “justicia”, y
durante varios meses todos juntos reflexionaron e investigaron sobre el
significado de ser justos frente a Dios y con los compañeros, con los padres y,
en general, con el prójimo.
Cuando
llegan las fiestas religiosas cristianas y musulmanas, los alumnos las festejan
todos juntos, la escuela es adornada y en Navidad todos los niños reciben un
pequeño regalo. “El cristiano no se ocupa solo de ‘los suyos’”, concluye el
padre Mario.
“El
amor lleva a cuidar a todos, sin distinciones. Para mí y para mi hermano
Anthony Sejda, son todos iguales, estamos al servicio de cada uno de los niños,
a los que queremos. Y los padres se dan cuenta. Hace algunos días, la mamá de
un niño musulmán me contó que su hijo dice que tiene dos papás: el que está en
la casa y el que está en la escuela (o sea yo), al que se ha afeccionado. Me
puse muy feliz. Solo el amor y el servicio rompen las barreras y disipan las
incomprensibles o las dudas. Hace tiempo, el papá de uno de mis alumnos
musulmanes me pidió si podía llamarme ‘abuna’, o sea ‘padre’: le habría gustado
hacerlo pero estaba convencido de que no se lo permitían. Yo le expliqué que me
siento padre de todos”.
Artículo originalmente publicado por Vatican Insider
Fuente: Aleteia