Esta es una guerra que debe ser peleada con las armas espirituales y no
meramente con las armas militares
Robert
Fastiggi, profesor de teología en el Seminario Mayor del Sagrado Corazón en
Detroit, ha escrito en la edición de esta semana de The Sunday Visitor una
oportunísima reflexión sobre lo que deben hacer los católicos –siguiendo las
reacciones inmediatas de sus líderes espirituales, como el Papa Francisco—tras
los acontecimientos de horror y barbarie que se vivieron el pasado 13 de
noviembre en cafés, restaurantes, salas de conciertos y en las inmediaciones de
un estadio de futbol en París.
Para
Fastiggi la primera de todas las reacciones de los católicos ha sido y debe ser
la solidaridad y la oración. “La primerísima respuesta debería ser una
expresión de solidaridad y cercanía con las víctimas de la violencia”, dice el
profesor estadunidense, y cita al Papa Francisco que apenas enterarse de los
acontecimientos de París expresó su cercanía con las familias de las víctimas y
aseguró su oración por todos ellos.
Después,
en noviembre 15, en el rezo del Ángelus, el Papa, dice Fastiggi, pidió a todos
los que estaban en la Plaza San Pedro y a quienes lo siguen a través de los
medios en todos el mundo que se unieran a él para construir una defensa de las
víctimas de la tragedia e implorar sobre ellas la misericordia de Dios,
haciendo un especial llamado a la Virgen María para proteger y velar sobre la bien
amada Francia, la hija de la Iglesia, y sobre toda Europa y el mundo.
Condenar
el mal
La
siguiente conducta que deberían observar los católicos, según los ejemplos y la
doctrina analizados por el articulista de The
Sunday Visitor es condenar el mal. “Matar personas inocentes,
cualquiera que sea la motivación, debe ser absoluta e incondicionalmente
condenado”.
El
Papa Francisco describió el terrorismo en París como un “inefable ataque a la
dignidad de la persona humana”. Tras recordar que el camino de la violencia no
resuelve nada, el Pontífice usó el lenguaje fuerte del Compendio de la Doctrina
Social de la Iglesia católica (2004) en el que se señalaba que “es una
profanación y una blasfemia usar el nombre de Dios para llevar a cabo un
atentado terrorista”.
El
Papa san Juan Pablo II usó un lenguaje similar cuando, en el Mensaje Mundial de
la Paz de 2002, aseveró que “ningún líder religioso puede contribuir a la
condonación del terrorismo y mucho menos orar por él”.
Moderación,
temperancia, control
Otra
de las acciones que los católicos podrían proponer frente a este tipo de
ataques a la persona inocente, de crímenes gratuitos, de terror infundado e
inexplicable, es evitar la extensión del odio y de la venganza como una actitud
lógica ante los extremistas.
Lo
que pasó en París –dice Fastiggi—y otros actos de terrorismo pueden llevarnos,
fácilmente, a la ira y a la venganza contra quienes lo cometieron o contra sus
comunidades de origen. El teólogo del Seminario Mayor de Detroit recuerda que
el día siguiente de los ataques, el arzobispo de París, monseñor André
Vingt-Trois oró por que los franceses tuvieran la gracia de un corazón firme,
alejado del odio.
El
arzobispo parisino pidió seguir en la senda de la “moderación, la temperancia y
el control”, para resistir la posibilidad de caer en la tentación de medir a
los musulmanes con la misma vara que se mide a los terroristas.
Para
finalizar su reflexión, Robert Fastiggi subrayó la idea de que los católicos
deberían estar dispuestos a reforzar el trabajo de quienes se dedican a buscar
la paz en el mundo y desechar la idea de que solamente se les puede resistir (a
los terroristas) con mayor dosis de violencia. Pero, lo más importante, es
confiar en Cristo.
“Nosotros
entendemos –como católicos—que esta es una guerra que debe ser peleada con las
armas espirituales y no meramente con las arma militares” Y, finalmente, señala
que deberíamos estar pidiendo siempre la poderosa intercesión de la Virgen
María, la Reina de la Paz, y encontrar esperanza en las palabras de Cristo en
el sentido de que en el mundo tendremos problemas, pero que no desesperemos,
pues Él ha conquistado al mundo.
Fuente: Aleteia