Tal vez nuestra intención no sea totalmente
pura, porque siempre, cuando amamos, recibimos algo a cambio
¿Puede ser que alguien sea
capaz de servir sólo por amor, sin esperar nada a cambio? Sí. Hay personas que
están dispuestas a ayudar a los más necesitados sin recibir dinero a cambio.
Sólo por amor a Dios. La caridad es un don en el alma.
Tal vez nuestra intención no
sea totalmente pura, porque siempre, cuando amamos, recibimos algo a cambio. El
amor de los niños o ancianos a los que cuidamos. El amor de aquel al que
ayudamos sin exigirle nada.
Seguro que un poco de
esperanza se nos pega en el alma cuando sembramos esperanza. Puede que el amor
se nos quede prendido en las manos cuando amamos. Y aunque no recibamos nada, no importa, nos
sentimos bien, realizados, plenos.
El otro día leía: “Siento que mi vida se hace más rica cuando doy, se hace más sana cuando me dedico al
enfermo, y cubro mi propia desnudez cuando visto al desnudo. Nuestro obrar
tiene siempre una repercusión en nosotros mismos. Las obras de misericordia
también nos hacen bien”.
Hemos nacido para el amor, para amar y ser amados. Y amando nos sentimos
en la senda correcta. Amamos y recibimos algo que nos llena el corazón. Hay más alegría en dar que en recibir.
Eso lo sé.
Pero amar y recibir la muerte
a cambio parece absurdo, un sinsentido. ¿Lo puede querer Dios? ¿No desea Dios
mi vida, que siga amando y sirviendo?
El otro día leía algo sobre
la voluntad de Dios: “El
alma sencilla que ofrece cada mañana todas sus oraciones, sus obras, sus
alegrías y sufrimientos del día y actúa aceptando cualquier situación diaria
como enviada por Dios sin cuestionársela y respondiendo amorosamente a ella, ha
entendido con una fe casi de niño la profunda verdad acerca de la voluntad
divina. Predecir cuál será la voluntad de Dios, argumentar cómo debería ser, es
al mismo tiempo una estupidez humana y la más sutil de las tentaciones. La
verdad pura y simple es que su
voluntad consiste en lo que Él desea enviarnos a través de las circunstancias,
los lugares, las personas y los problemas diarios”.
Fuente: carlos Padilla/Aleteia