Comienza la declaración
de las canciones entre la esposa y el esposo
¿Adónde
te escondiste,
Amado,
y me dejaste con gemido?
Como
el ciervo huiste,
habiéndome
herido;
salí
tras ti clamando, y eras ido.
DECLARACIÓN
1. En esta primera
canción, el alma enamorada del Verbo Hijo de Dios, su Esposo, deseando unirse
con él por clara y esencial visión, propone sus ansias de amor, querellándose a
él de la ausencia, mayormente que, estando ella herida de su amor, por el cual ha
salido de todas las cosas y de sí misma, todavía haya de padecer la ausencia de
su Amado, no desatándola ya de la carne mortal para poderle gozar en gloria de
eternidad; y así, dice:
¿Adónde te escondiste?
2.
Y es como si dijera: Verbo, Esposo mío, muéstrame el lugar do estás escondido.
En lo cual le pide la manifestación de su divina esencia; porque el lugar do
está escondido el Hijo de Dios, es, como dice san Juan (Jn 1, 18), el seno del
Padre, que es la esencia divina, la cual es ajena y escondida de todo ojo
mortal y de todo entendimiento. Lo cual quiso decir Isaías (Is 45, 15), cuando
dijo: Verdaderamente tú eres Dios escondido.
Donde
es de notar que, por grandes comunicaciones y presencias, y altas y subidas
noticias de Dios que una alma en esta vida tenga, no es aquello esencialmente
Dios, ni tiene que ver con él, porque todavía, en la verdad, le está al alma
escondido, y siempre le conviene al alma sobre todas esas grandezas tenerle por
escondido y buscarle escondido, diciendo: ¿Adónde te escondiste?
Porque
ni la alta comunicación y presencia sensible es más testimonio de su presencia,
ni la sequedad y carencia de todo eso en el alma es menos testimonio de su presencia
en ella. Por lo cual dice el profeta Job (Job 9,11): Si venerit ad me, non
videbo eum; et si abierit, non intelligam, que quiere decir: Si viniere a mí
(es a saber, Dios), no le veré; y si se fuere, no lo entenderé. En lo cual se
ha de entender que, si el alma sintiere grande comunicación o noticia de Dios o
otro algún sentimiento, no por eso se ha de persuadir a que aquello sea tener
más a Dios o estar más en Dios; ni tampoco que aquello que siente o entiende
sea esencialmente Dios, aunque más ello sea, y que si todas esas comunicaciones
sensibles e inteligibles le faltaren, no ha de pensar que por eso le falta
Dios, pues que realmente ni por lo uno puede saber de cierto estar en su
gracia, ni por lo otro estar fuera de ella, diciendo el Sabio (Ecle. 9, 1):
Nemo scit utrum amore an odio dignus sit, que quiere decir: Ningún hombre
mortal puede saber si es digno de gracia o aborrecimiento de Dios. De manera
que el intento del alma en este presente verso no es pedir sólo la devoción
afectiva y sensible, en que no hay certeza ni claridad de la posesión graciosa
del Esposo en esta vida, sino también la presencia y clara visión de su
esencia, con que desea estar certificada y satisfecha en la gloria.
3. Esto mismo quiso
decir la Esposa en los Cantares divinos (Ct 1, 6), cuando, deseando la unión y
junta de la divinidad del Verbo, Esposo suyo, la pidió al Padre, diciendo:
Indica mihi, ubi pascas, ubi cubes in meridie, que quiere decir: Muéstrame
dónde te apacientes, y dónde te recuestes al mediodía. Porque, en pedirle dónde
se apacentaba, era pedir le mostrase la esencia del Verbo divino, porque el
Padre no se gloría ni apacienta en otra cosa que en el Verbo, su único Hijo; y
en pedir le mostrase dónde se recostaba al mediodía, era pedirle lo mismo,
porque el Padre no se recuesta ni cabe en otro lugar que en su Hijo, en el cual
se recuesta, comunicándole toda su esencia al mediodía, que es en la eternidad,
donde siempre le engendra. Este pasto, pues, donde el Padre se apacienta, y
este lecho florido del Verbo divino, donde se recuesta, escondido de toda
criatura mortal, pide aquí el alma Esposa cuando dice: )Adónde te escondiste?
4. Y es de notar, para
saber hallar este Esposo (cual en esta vida se puede), que el Verbo, juntamente
con el Padre y el Espíritu Santo, está esencialmente en el íntimo centro del
alma escondido; por tanto, el alma que por unión de amor le ha de hallar,
conviénele salir y esconderse de todas las cosas criadas según la voluntad y
entrarse en sumo recogimiento dentro de sí misma, comunicándose allí con Dios en
amoroso y afectuoso trato, estimando todo lo que hay en el mundo como si no
fuese. Que por eso san Agustín, hablando en los Soliloquios con Dios, decía: No
te hallaba yo, Señor, de fuera, porque mal te buscaba de fuera a ti que estabas
dentro. Está, pues, en el alma escondido, y allí le ha de buscar el buen
contemplativo, diciendo: )Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
5. Llámale Amado para
más moverle e inclinarle a su ruego, porque, cuando Dios es amado de veras, con
gran facilidad oye los ruegos de su amante. Y entonces se puede de verdad
llamar Amado, cuando el alma está entera con él, no teniendo su corazón en otra
cosa alguna fuera de él. De donde algunos llaman al Esposo Amado, y no es su
Amado de veras, porque no tienen con él entero su corazón; y así, su petición
no es en la presencia del Esposo de tanto valor.
6. Y en lo que dice
luego: Y me dejaste con gemido, es de notar que la ausencia del Amado es un
continuo gemido en el corazón del amante, porque, como fuera de él nada ama, en
nada descansa ni recibe alivio. De donde en esto se conocerá si alguno de veras
a Dios ama, si con alguna cosa menos que Dios no se contenta.
Este gemido dio bien a
entender san Pablo (Rm. 8, 23) cuando dijo: Nos intra nos gemimus, expectantes
adoptionem filiorum Dei, esto es: Nosotros dentro de nosotros tenemos el
gemido, esperando la adopción y posesión de hijos de Dios; que es como si
dijera: dentro de nuestro corazón, donde tenemos la prenda, sentimos lo que nos
aqueja, que es la ausencia. Este, pues, es el gemido que el alma tiene siempre
en el sentimiento de la ausencia de su Amado, mayormente cuando, habiendo
gustado alguna dulce y sabrosa comunicación suya la dejó seca y sola. Lo cual
sintiendo ella mucho, dice luego:
Como el ciervo huiste,
7. Donde es de notar que
en los Cantares (Ct 2, 9) compara la Esposa al Esposo al ciervo y a la cabra
montañesa, diciendo: Similis est dilectus meus capreae hinnuloque cervorum,
esto es: Semejante es mi Amado a la cabra y al hijo de los ciervos. Y esto por
la presteza del esconderse y mostrarse, cual suele hacer el Amado en las
visitas que hace a las almas, y en los desvíos y ausencias que las hace sentir
después de las tales visitas; por lo cual les hace sentir con mayor dolor la
ausencia, según ahora da aquí a entender el alma, cuando dice:
Habiéndome herido.
8. Y es como si dijera:
no sólo me bastaba la pena y el dolor que ordinariamente padezco en tu
ausencia, sino que, hiriéndome más de amor con tu flecha y aumentado la pasión
y apetito de tu vista huyas con ligereza de ciervo y no te dejes comprehender
algún tanto siquiera.
9. Para más declaración
de este verso es de saber que, allende de otras muchas diferencias de visitas
que Dios hace al alma, con que la llaga y levanta en amor, suele hacer unos
encendidos toques de amor, que a manera de saeta de fuego hieren y traspasan al
alma y la dejan toda cauterizada con fuego de amor. Y éstas propiamente se
llaman heridas de amor, de las cuales habla aquí el alma. Inflaman éstas tanto
la voluntad en afición, que se está el alma abrasando en fuego y llama de amor;
tanto, que parece consumirse en aquella llama, y la hace salir fuera de sí y
renovar toda y pasar a nueva manera de ser, así como el ave fénix, que se quema
y renace de nuevo.
De lo cual hablando
David (Sal. 72, 21n22), dice: Inflammatum est cor meum, et renes mei commutati
sunt, et ego ad nihilum redactus sum, et nescivi, que es decir: Fue inflamado
mi corazón, y mis renes se mudaron, y yo fui resuelto en nada y no supe. Los
apetitos y afectos que aquí entiende el profeta por renes, todos se conmueven,
mudándose en divinos en aquella inflamación amorosa del corazón; y el alma por
amor se resuelve en nada, nada sabiendo sino sólo amor. Y a este tiempo amoroso
es la conmutación de estas renes de apetitos de voluntad hecha en grande manera
de tormento en ansia de ver a Dios; tanto, que le parece al alma intolerable el
rigor de que con ella usa el amor; no porque la haya herido (porque antes tiene
ella las tales heridas de amor por salud), sino porque la dejó así herida
penando, y no la hirió más hasta acabarla de matar, para poder verse juntamente
con él en revelada y clara vista de perfecto amor. Por tanto, encareciendo o
declarando el dolor de la herida en amor a causa de la ausencia, dijo:
Habiéndome herido.
10. Y este sentimiento tan grande acaece así
en el alma por cuanto en aquella herida de amor, que hace Dios en ella,
levántase la voluntad del alma con súbita presteza a la posesión del Amado, que
sintió estar cerca por el toque suyo que sintió de amor. Y con esa misma
presteza siente la ausencia y el gemido juntamente, por cuanto en ese mismo momento
se le desaparece y esconde, y se queda ella en vacío y con tanto más dolor y gemido,
cuanto era mayor el apetito de comprehender. Porque estas visitas de heridas de
amor no son como otras en que Dios suele recrear y satisfacer al alma,
llenándola de pacífica suavidad y reposo; porque éstas sólo las hace él más
para llagar que para sanar, y más para lastimar que para satisfacer, pues no
sirven más de para avivar la noticia y aumentar el apetito y, por el
consiguiente, el dolor.
Estas
se llaman heridas de amor, que son al alma sabrosísimas; por lo cual querría
ella estar siempre muriendo mil muertes a estas lanzadas, porque la hacen salir
de sí y entrar en Dios. Lo cual da ella a entender en el verso siguiente,
diciendo:
Salí tras ti clamando, y
eras ido.
11. En las heridas de amor no puede haber
medicina sino de parte del que hirió, y por eso dice que salió clamando, esto
es, pidiendo medicina tras del que la había herido, clamando con la fuerza del
fuego causado de la herida.
Y es de saber que este
salir se entiende de dos maneras: la una, saliendo de todas las cosas, lo cual
se hace por desprecio y aborrecimiento de ellas; la otra, saliendo de sí misma
por olvido y descuido de sí, lo cual se hace por aborrecimiento santo de sí
misma en amor de Dios; el cual de tal manera levanta al alma, que la hace salir
de sí y de sus quicios y modos naturales, clamando por Dios. Y esas dos maneras
de salir entiende aquí el alma cuando dice: salí, porque esas dos son menester,
y no menos, para ir tras Dios y entrar en él. Y así es como si dijera: Esposo
mío, en aquel toque tuyo y herida de amor, sacásteme no sólo de todas las
cosas, enajenándome de ellas, mas también me hiciste salir de mí (porque, a la
verdad, y aun de las carnes parece que entonces saca Dios al alma) y
levantásteme a ti, clamando por ti, desasida ya de todo para asirme a ti.
12.
Y eras ido, como si dijera: al tiempo que quise comprehender tu presencia no te
hallé, y quedéme vacía y desasida de todo por ti y sin asirme a ti, penando en
los aires de amor sin arrimo de ti y de mí. Esto que aquí llama el alma salir
para ir a Dios, llama la Esposa en los Cantares (Ct 3, 2) levantar, diciendo:
Surgam et circuibo civitatem, per vicos et plateas quaeram quem diligit anima
mea, quaesivi illum et non inveni quiere decir: Levantarme he y rodearé la
ciudad; por los arrabales y las plazas buscaré al que ama mi ánima, busquéle y
no le hallé. Este levantar se entiende aquí espiritualmente de lo bajo a lo
alto, que es lo mismo que salir de sí, esto es, de su modo y amor bajo el alto
amor de Dios.
Pero
da a entender que quedó penada, porque no le halló. Por eso, el que está
enamorado de Dios vive siempre en esta vida penado, porque él está ya entregado
a Dios, esperando la paga en la misma moneda, conviene a saber, de la entrega
de la clara posesión y vision de Dios, clamando por ella, y en esta vida no se
le da, y, habiéndose ya perdido de amor por Dios, no ha hallado la ganancia de
su pérdida, pues carece de la dicha posesión del Amado, porque él se perdió.
Por tanto, el que anda penado por Dios, señal es que se ha dado a Dios y que le
ama.
13. Esta pena y sentimiento
de la ausencia de Dios suele ser tan grande en los que van llegándose a
perfección, al tiempo de estas divinas heridas, que, si no proveyese el Señor,
morirían, porque, como tienen el paladar de la voluntad y el espíritu limpio y
sano, bien dispuesto para Dios, y en lo dicho se les da a gustar algo de la
dulzura del amor, que ellos sobre todo modo apetecen, padecen sobre todo modo;
porque, como por resquicios, se les muestra un inmenso bien y no se les
concede: así es inefable la pena y el tormento.
Fuente: Portal Carmelitano
