Hay una ideología políticamente dominante que
considera el cristianismo como algo a excluir de la sociedad, hecho que sitúa a
los cristianos como ciudadanos de segunda
La
lectura de un tipo de padrenuestro irreverente en pleno Salo de Cent del Ayuntamiento de Barcelona,
con el Consistorio reunido en pleno para entregar los premios Ciutat de Barcelona a la
cultura, ha escandalizado e indignado a mucha gente; también a los no
creyentes, que quieren y respetan la plegaria por excelencia de su infancia.
Sobre el significado de aquella poesía- que ahora aparece como un posible plagio de un escritor aficionado- puede dar una idea la encuesta no censal de La Vanguardia, en la cual una abrumadora mayoría del 83% la considera blasfema.
Sobre el significado de aquella poesía- que ahora aparece como un posible plagio de un escritor aficionado- puede dar una idea la encuesta no censal de La Vanguardia, en la cual una abrumadora mayoría del 83% la considera blasfema.
Hay que remarcar que el hecho se produjo en el marco de un acto institucional
en la “Casa Grande”, que representa a todos los barceloneses, y que el entuerto
contó con el posterior apoyo de Ada Colau, quien acusa de “patriarcales” a
aquellos quienes criticábamos el hecho. También el presidente de la
Generalitat, Carles Puigdemont, manifestó su apoyo, y de este modo se
incorporaba a la agresión moral y social.
Porque lo que ha sucedido va más allá de una cuestión aislada. Responde a una
ideología del gobierno municipal de Barcelona, compartida, además, por otros
grupos como PSC, ERC y CUP, y el mismo presidente de la Generalitat, de Junts
pel Sí. Esta es la realidad que hay que asumir: Hay una ideología políticamente
dominante que considera el cristianismo como algo a excluir de la sociedad,
hecho que sitúa a los cristianos como ciudadanos de segunda. De continuar con
esta dinámica las consecuencias serán múltiples y graves. Esta mentalidad, cada
día más fuerte y beligerante, se expresa en el caso del Ayuntamiento desde el
primer día.
La alcaldesa retiró del programa de la Fiesta Mayor de la Mercè, la misa
conmemorativa, la práctica más tradicional de todas las que la festividad ha
incorporado. Cabezones y pasacalles sí; la misa, no, en nombre de una pretendida
laicidad, que lejos de la neutralidad, significa la exclusión de la tradición
cristiana y de los cristianos, de la gran fiesta de la ciudad. La fiesta
institucional no la quiere ni en el programa. Así están las cosas y negarlas es
engañarnos.
Fijaos. No se trata del hecho que la alcaldesa acudiera a misa cómo han hecho,
por amar la tradición, los alcaldes precedentes, muchos de ellos no creyentes.
Se trata de otra cosa: de borrar La Virgen
de la Mercè, de la vida y memoria de la ciudad. Pero cuando llega
el año nuevo chino de la Mona de
Fuego, Ada Colau ha participado encantada en sus celebraciones,
fruto de una tradición muy lejana. Solo
rechaza la tradición cristiana.
En unos carteles en los paneles municipales de la vía pública se puede leer “La única iglesia que *ilumina es la que paga el
recibo de la luz” que parece una boutade, que no viene a
cuento. En realidad, es hacer un guiño a aquellos que comparten la pintada que
han sufrido varias iglesias de Barcelona. “La única iglesia que ilumina es la que
quema” Un viejo eslogan anarquista de trágica memoria.
Por eso os digo que el escándalo del Padre Nuestro no es un hecho aislado sino
que responde a una ideología política que actúa y lo continuará haciendo,
creando conflictos, discriminando y excluyendo, polarizando los sentimientos,
si los cristianos junto con otra gente de buena voluntad, no transformamos la
situación.
La declaración conjunta del papa Francisco y el patriarca de Moscú Kirill
refiriéndose a Europa afirma: “Estamos preocupados por la limitación de los derechos de los cristianos,
por no hablar de la discriminación hacia ellos, cuando algunas
fuerzas políticas, guiadas por la ideología del secularismo que en numerosos
casos se vuelve agresivo, tienden a empujarlos al margen de la vida pública”.
Parece escrito por nuestra situación.
El criterio de guardar silencio, de mirar hacia otro lado, ha fracasado
estruendosamente. Solo nos ha traído a la irrelevancia social, que dificulta
enormemente la transmisión de la fe. Si los cristianos de los primeros
cuatrocientos años, que pasaron de ser una minoría de unos pocos millares en un
rincón del Imperio romano, a ser la mayoría en el siglo IV, hubieran actuado
igual, habríamos desaparecido. Hay que dialogar, hacerse entender, claro que
sí, pero a la vez hay que
hacerse presentes en la vida pública con dignidad para lograr
el reconocimiento y respeto. Como cristianos y como ciudadanos de una sociedad
plural tenemos que ejercer el derecho a que nuestra fe, cultura y religión, que
además es la constitutiva de nuestro constitución colectiva, estén presentes y
sean respetadas en la vida pública y, todavía más, en nuestras instituciones de
gobierno y entre nuestros gobernantes.
Por Josep Miró i Ardèvol
Fuente: ReL
