Porque en tus resplandores las
profundas cavernas del sentido
50. Pues veamos si tú, siendo solamente
desbastador, quieres poner el alma en el desprecio del mundo y mortificación de
sus apetitos, o, cuando mucho, entallador, que será en ponerla en santas
meditaciones, y no sabes más, ¿cómo llegarás esa alma hasta la última
perfección de delicada pintura, que ya ni consiste en desbastar, ni entallar,
ni aun en perfilar, sino en la obra que Dios ha de ir en ella haciendo?
Y así, cierto está que si en tu doctrina, que
siempre es de una manera, la haces siempre estar atada, que o ha de volver
atrás, o, a lo menos, no irá adelante. Porque ¿en qué para, te ruego, la imagen
si siempre has de ejercitar en ella no más que el martillar y desbastar, que en
el alma es el ejercicio de las potencias? ¿Cuándo se ha de acabar esta imagen?
¿cuándo o cómo se ha de dejar a que la pinte Dios? ¿Es posible que tú tienes
todos estos oficios y que te tienes por tan consumado, que nunca esa alma habrá
menester más que a ti?
51. Y, dado caso que tengas para alguna alma
(porque quizá no tendrá talento para pasar más adelante), es como imposible que
tú tengas para todas las que no dejas salir de tus manos; porque a cada una
lleva Dios por diferentes caminos, que apenas se hallará un espíritu que en la
mitad del modo que lleva convenga con el modo del otro. Porque ¿quién habrá,
como san Pablo (1 Cor. 9, 22), que tenga para hacerse todo a todos, para
ganarlos a todos? Y tú de tal manera tiranizas las almas y de suerte las quitas
la libertad y adjudicas para ti la anchura y libertad de la doctrina
evangélica, que no sólo procuras que no te dejen, mas lo que peor es, que, si
acaso alguna vez que alguna fue a pedir algún consejo a otro, o a tratar alguna
cosa que no convendría tratar contigo, o la llevaría Dios para que la enseñase
lo que tú no enseñas, te hayas con ella (que no lo digo sin vergüenza) con las
contiendas de celos que hay entre los casados, los cuales no son celos que
tienes de honra de Dios, sino celos de tu soberbia y presunción.
Porque ¿cómo puedes tu saber que aquella alma no
tuvo necesidad de ir a otro? Indígnase Dios de éstos grandemente, y promételos
castigo por el profeta Ezequiel (34, 3, 10): diciendo: No apacentábades mí
ganado, sino cubríades os con la lana y comíades os su leche; yo pediré mi
ganado de vuestra mano.
52. Deben, pues, estos tales dar libertad a
estas almas, y están obligados a dejarlas ir a otros y mostrarles buen rostro,
que no saben ellos por dónde aquella alma la quiera Dios aprovechar, mayormente
cuando ya no gusta de su doctrina, que es señal que la lleva Dios adelante por
otro camino y que ha menester otro maestro, y ellos mismos se lo han de
aconsejar, y lo demás nace de necia soberbia y presunción.
53. Pero dejemos ahora esta manera, y digamos
ahora otra pestífera que éstos, u otros peores que ellos, usan. Porque acaecerá
que anda Dios ungiendo algunas almas con santos deseos y motivos de dejar el
mundo y mudarlas vida y estado y servir a Dios, despreciando el siglo (lo cual
tiene Dios en mucho haber llegado hasta allí, porque las cosas del siglo no son
del corazón de Dios), y ellos allá con unas razones humanas o respetos harto
contrarios a la doctrina de Cristo y su mortificación y desprecio de todas las
cosas, estribando en su interés o en su gusto, o por temer donde no había que
temer, se lo dilatan o se lo dificultan, o, lo que peor es, por quitárselo del
corazón trabajan.
Que, teniendo ellos mal espíritu, y poco devoto,
y muy vestido de mundo, y poco ablandado en Cristo, como ellos no entran, no
dejan entrar a otros, como dice Nuestro Salvador (Lc. 11, 52): Ay de vosotros,
que tomasteis la llave de la ciencia y no entráis ni dejáis entrar a otros!
Porque éstos, a la verdad, están puestos como tropiezo y tranca a la puerta del
cielo, no advirtiendo que los tiene Dios allí para que compelan a entrar a los
que Dios llama, como se lo tiene mandado (Lc. 14, 24), y ellos, por el
contrario, están compeliendo que no entren por la puerta angosta que guía a la
vida (Mt. 7, 14).
De esta manera es él un ciego que puede estorbar
la guía del Espíritu Santo con el alma, lo cual acaece de muchas maneras, que
aquí queda dicho, unos sabiendo y otros no sabiendo. Mas los unos y los otros
no quedarán sin castigo, pues, teniéndolo por oficio, están obligados a saber y
mirar lo que hacen.
54. El otro ciego que dijimos que podía empachar
el alma en este género de recogimiento es el demonio, que quiere que, como él
es ciego, también el alma lo sea. El cual en estas altísimas soledades en que
se infunden las delicadas unciones del Espíritu Santo (en lo cual él tiene
grande pesar y envidia, porque se le va el alma de vuelo y no la puede coger en
nada y ve que se enriquece mucho), procúrale poner en esta desnudez y
enajenamiento algunas cataratas de noticias y nieblas de jugos sensibles, a
veces buenos, por cebar más el alma y hacerla volver así al trato del sentido,
y que mire en aquello y lo abrace, a fin de ir a Dios, arrimada a aquellas
noticias buenas y jugos.
Y en esto las distrae y saca facilísimamente de
aquella soledad y recogimiento en que, como habemos dicho, el Espíritu Santo
está obrando aquellas grandezas secretamente. Y entonces el alma, como es
inclinada a sentir y gustar, mayormente si lo anda pretendiendo,
facilísimamente se pega a aquellas noticias y jugos, y se quita de la soledad
en que Dios obra. Porque, como ella no hacía nada, parécele estotro mejor, pues
ahí es algo. Y aquí es grande lástima que, no entendiéndose, por comer ella un
bocadillo se quita que la coma Dios a ella toda, absorbiéndola en unciones de
su paladar espirituales y solitarias.
55. Y de esta manera hace el demonio, por poco
más que nada, grandísimos daños, haciendo al alma perder grandes riquezas,
sacándola con un poquito de cebo, como al pez, del golfo de las aguas sencillas
del espíritu, donde estaba engolfada y anegada en Dios sin hallar pie ni
arrimo. Y en esto la saca a la orilla, dándola estribo y arrimo, y que halle
pie, y que se vaya por su pie y por tierra y con trabajo, y no nade por las
aguas de Siloé, que van con silencio (Is. 8, 6), bañando en las unciones de
Dios. Y hace el demonio tanto de esto, que es para admirar; que, con ser mayor
un poco de daño en esta parte que hacer mucho en otras almas muchas, como
habemos dicho, apenas hay alma, que vaya por este camino que no la haga grandes
daños y haga caer en grandes pérdidas.
Porque este maligno se pone aquí con grande
aviso en el paso que hay del sentido al espíritu, engañando y cebando al alma
con el mismo sentido, atravesando, como habemos dicho, cosas sensibles, porque
se detenga en ellas y no se le escape. Y el alma en grandísima facilidad luego
se detiene, como no sabe más que aquello, y no piensa que hay en aquello
pérdida, antes lo tiene a buena dicha y lo toma de buena gana, pensando que la
viene Dios a ver; así deja de entrar en lo interior del Esposo, quedándose a la
puerta a ver lo que pasa. Todo lo alto ve el demonio, dice Job (41, 25), es a
saber, de las almas para impugnarlo; y, si acaso alguna se le entra en el
recogimiento, con honores, temores o dolores corporales o con sonidos y ruidos
exteriores trabaja por perderla, haciéndola divertir al sentido para sacarla
afuera y divertirla del interior espíritu, hasta que, no pudiendo más, la deja.
Y con tanta facilidad estorba tantas riquezas y
estraga estas preciosas almas, que, con preciarlo él más que derribar muchas de
otras, no lo tiene en mucho por la facilidad con que lo hace y poco que le
cuesta. Porque a este propósito podemos entender lo que de él dijo Dios al
mismo Job (40, 18), es a saber: Absorberá un rió y no se maravillará, y tiene
confianza que el Jordán caerá en su boca, que se entiende por lo más alto de la
perfección. En sus mismos ojos le cazará como con anzuelo, y con aleznas le
horadará las narices; esto es, con las puntas de las noticias con que le está
hiriendo, le divierta el espíritu, porque el adelante (41, 21)
dice: Debajo de él estarán los rayos del sol, y derramará el oro debajo de sí
como el lodo; porque admirables rayos de divinas noticias hace perder a las
almas ilustradas, y precioso oro de matices divinos quita y derrama a las almas
ricas.
56. (Oh, pues, almas! Cuando Dios os va haciendo
tan soberanas mercedes que os lleva por estado de soledad y recogimiento,
apartándoos de vuestro trabajoso sentido, no os volváis al sentido. Dejad
vuestras operaciones, que, si antes os ayudaban para negar el mundo y a
vosotros mismos cuando érades principiantes, ahora que os hace Dios merced de
ser el obrero os serán obstáculo grande y embarazo. Que, como tengáis cuidado
de no poner vuestras potencias en cosa ninguna, desasiéndolas de todo y no
embarazándolas, que es lo que de vuestra parte habéis de hacer en este estado
solamente, junto con la advertencia amorosa, sencilla, que dije arriba, de la
manera que allí lo dije, que es cuando no os hiciéredes gana el tenerla, porque
no habéis de hacer ninguna fuerza al alma, si no fuere en desasirla de todo y
libertarla, porque no la turbéis y alteréis la paz o tranquilidad, Dios os la
cebará de refección celestial, pues que no se la embarazáis.
57. El tercer ciego es la misma alma, la cual,
no entendiéndose, como habemos dicho, ella misma se perturba y se hace el daño.
Porque, como ella no sabe sino obrar por el sentido, cuando Dios la quiere
poner en aquel vacío y soledad, donde no puede usar de las potencias ni hacer
actos, como ve que ella no hace nada, procura hacerlo, y así se distrae y llena
de sequedad y disgusto el alma, la cual estaba gozando la ociosidad de la paz y
silencio espiritual en que Dios estaba de secreto poniendo a gesto. Y acaecerá
que esté Dios porfiando por tenerla en aquella quietud callada, y ella
porfiando por vocear con aquella imaginación y por caminar con el
entendimiento; como a los muchachos, que, llevándolos sus madres en brazos sin
que ellos den pasos, ellos van pateando y gritando por irse por sus pies, y así
ni andan ellos ni dejan andar a las madres; o como cuando el pintor está
pintando una imagen, que, si ella se está meneando, no le deja hacer nada.
58. Ha de advertir el alma que entonces, aunque
ella no se siente caminar, mucho más camina que por su pie, porque la lleva
Dios en sus brazos, y así ella no siente el paso. Y, aunque ella no hace nada,
mucho más se hace que si ella lo hiciera, porque es Dios el obrero. Y si ella
no lo echa de ver, no es maravilla, porque lo que Dios obra en el alma no lo
alcanza el sentido. Déjese en las manos de Dios y fíese de él, y no se ponga en
otras manos ni en obras suyas; que, como esto sea, segura irá, que no hay
peligro sino cuando ella quiera poner las potencias en algo.
59. Volvamos, pues, al propósito de estas
cavernas profundas de las potencias en que decíamos que el padecer del alma
suele ser grande cuando le anda Dios ungiendo y disponiendo para unirla consigo
con estos sutiles ungüentos. Los cuales a veces son tan sutiles y subidos, y,
penetrando ellos la íntima sustancia del profundo del alma, la disponen y
saborean de manera que el padecer y desfallecer en deseo con inmenso vacío de
estas cavernas es inmenso. Donde habemos de notar que, si los ungüentos que
disponían estas cavernas para la unión del matrimonio espiritual son tan
subidos, como habemos dicho, )cuál será la posesión que ahora tienen? Cierto, que conforme a la sed y
hambre y pasión de las cavernas será ahora la satisfacción y hartura y deleite
de ellas, y conforme a la delicadez de las disposiciones será el primor de la
posesión y fruición del sentido, el cual es el vigor y virtud que tiene la
sustancia del alma para sentir y gozar los objetos de las potencias.
60. A estas potencias llama aquí el alma
cavernas harto propiamente, porque, como sienten que caben en ellas las
profundas inteligencias y resplandores de estas lámparas, echa de ver
claramente que tienen tanta profundidad, cuanto es profunda la inteligencia y
el amor, etc.; y que tiene tanta capacidad y senos cuantas cosas distintas
reciben de inteligencias, de sabores y de gozos; todas las cuales cosas se
asientan y reciben en esta caverna del sentido del alma, que es la virtud capaz
que tiene para poseerlo todo, sentirlo y gustarlo, como digo, así como el
sentido común de la fantasía es receptáculo de todos los objetos de los
sentidos exteriores. Y así, este sentido común del alma está ilustrado y rico
con tan alta y esclarecida posesión.
Fuente: Portal Carmelitano