Los
frailes capuchinos sí, y comparten contigo los conocimientos que han acumulado
durante siglos
El laurel (lat., Laurus nobilis) es un arbusto
muy común en toda Europa. En el bosquecillo del “Desierto de Sarrià” de
Barcelona, España (donde residimos los capuchinos desde 1578 hasta la
exclaustración de 1835) había algunos laureles notablemente frondosos y de
hojas olorosas muy medicinales con propiedades diuréticas y sudoríficas.
El laurel se utiliza en gastronomía no solo para aromatizar los
guisados y las conservas, sino también como tónico estomacal y contraveneno.
Esta planta es mencionada en
la medicina práctica del célebre formulario Astier, donde se presenta el laurel
como un poderoso diurético y, también, en el de Bouchardat, donde encontramos
una fórmula para elaborar una pomada de laurel con manteca de cerdo para curar
los dolores reumáticos, ya que de los frutos —”olivas”— del laurel se
extrae una especie de manteca que se utiliza en las unturas contra la parálisis
y los dolores de carácter reumático.
Los frailes capuchinos han
utilizado con eficacia el laurel como contraveneno y también en remedios de
gran aceptación popular como, por ejemplo, esta receta para limpiar las heridas y ulceraciones que fue elaborada por los capuchinos
del convento barcelonés de Santa Madrona (situado donde está hoy en día la
plaza Real) donde había, hasta el año 1835, una famosa farmacia conventualque
rivalizó con las del gremio de la ciudad.
Sobre el laurel escribieron
los frailes que es un “árbol bien conocido, que produce unos frutillos negros que
se recogen para el uso de las boticas. Sus hojas son excelentes para los
condimentos, y en infusión son utilísimas para lavar las llagas, en las
enfermedades nerviosas.
El aceite extraído de sus bayas sirve para curar las úlceras
malignas y es un excitante para la piel.
Con las hojas frescas también se prepara una pomada para curar las
ulceraciones, y para las obstrucciones del hígado es buena la corteza del laurel
bebida con vino.
Las hojas tiernas de laurel, machacadas, son excelentes contra las
mordeduras de animales venenosos“ (T.A., Recetario,
s. f.).
Los frailes capuchinos
mostraron un especial interés en el cultivo del laurel y afirmaron que es una
planta que no
necesita demasiada atención hortícola, pero que hay que sembrarlo durante el
mes de marzo en una tierra bien purgada y estiercolada “poniendo
cuatro olivas en un hoyo un pie de hondo, y al cabo del año se puede
trasplantar. Ama la buena tierra bien purgada y llena de sales. Cada oliva se
pone a la distancia de cuatro dedos.
Como las olivas de laurel tardan mucho en
estallar, será bueno ponerlas antes en remojo, hasta que estén bien infladas” (BHC, Lo jardiner florista,
II-117).
De este aceite de laurel
habló de manera muy elogiosa en el año 1592 el célebre estudioso de la farmacia
fray Antoni Castell, monje de Montserrat, quien manifestó que era muy útil para
los apotecarios:
“El olio laurino es tan
barato que por esto no se sophistica por la gran abundancia que hay de bayas.
Este olio, como muchos otros, no se deve preparar si no es al tiempo de la
necessidad” (Theórica
y práctica de boticarios, ff. 249-250).
Por Fray Valentí Serra de Manresa, archivero de los capuchinos
Artículo publicado originalmente en el número del 3 de enero de Catalunya Cristiana