Desde su origen divino
hasta las consecuencias político religiosas de la Segunda Guerra Mundial
XVIII.
La reforma católica
La Reforma católica,
como movimiento renovador de la Iglesia universal y promovido por el Papado, es
posterior en el tiempo a la Reforma protestante. Pero el anhelo de reforma
venía ya de atrás y había plasmado en algunas realizaciones de importancia, pese
a ser éstas de carácter parcial.
La España de los Reyes
Católicos se destacó en esto. Estos monarcas consideraron la reforma
eclesiástica como algo esencial de la obra general de restauración de su
gobierno eligiendo para obispos a individuos eminentes por su espíritu
religioso y su ciencia.
La Iglesia española en
el primer tercio del siglo XVI era sin duda la de mayor nivel espiritual y
científico de Europa, y ello explica el papel preponderante que los teólogos
españoles tuvieron en el concilio de Trento.
Las inquietudes de renovación cristiana se daban también por la misma época en Italia.
La más importante fundación religiosa del siglo XVI fue sin duda la Compañía de Jesús, fundada por San Ignacio de Loyola (1492-1556). Ignacio, junto con otros cinco compañeros, hizo en París los votos religiosos y todos se comprometieron a peregrinar a Jerusalén y consagrarse al servicio de las almas (1534). Al no poder pasar a Tierra Santa, Ignacio y sus compañeros acordaron permanecer unidos y ponerse, en virtud de un cuarto voto, a la plena disposición del papa.
Las inquietudes de renovación cristiana se daban también por la misma época en Italia.
La más importante fundación religiosa del siglo XVI fue sin duda la Compañía de Jesús, fundada por San Ignacio de Loyola (1492-1556). Ignacio, junto con otros cinco compañeros, hizo en París los votos religiosos y todos se comprometieron a peregrinar a Jerusalén y consagrarse al servicio de las almas (1534). Al no poder pasar a Tierra Santa, Ignacio y sus compañeros acordaron permanecer unidos y ponerse, en virtud de un cuarto voto, a la plena disposición del papa.
En 1540, Paulo III
aprobó la «Compañía de Jesús» como una orden de clérigos regulares, cuya
finalidad primordial era la propagación de la fe católica y la enseñanza de la
doctrina. La Compañía tuvo un rápido desarrollo: contaba con un millar de
miembros a la muerte de su fundador y 13.000 medio siglo más tarde. Los
jesuitas prestaron servicios de gran importancia al Pontificado en su obra de
Reforma católica especialmente a través de la formación del clero, la educación
de la juventud y las misiones.
XIX.
El Concilio de Trento y sus frutos para la Iglesia
El acontecimiento
central de la Reforma católica fue el concilio de Trento, y su reunión marca la
hora en que el Papado tomó por fin la dirección de la empresa renovadora de la
Iglesia.
No fue fácil llegar a su
apertura; quince largos años constituyen un período preconciliar salpicado de
vacilaciones, esperanzas y recelos. Las primeras voces pidiendo un concilio
sonaron en Alemania. Un «concilio general, libre, cristiano, en tierra alemana»
era el clamor proveniente tanto de católicos como de protestantes.
Carlos V deseaba
ardientemente la reunión del concilio, con la esperanza de que sirviera para
rehacer la unidad religiosa del Imperio. Pero esta perspectiva y el
fortalecimiento del poder de Carlos que ello supondría bastaba para que el otro
gran monarca católico de Europa, Francisco I de Francia, en guerra casi
continua con el emperador, no sintiera el menor entusiasmo por la convocatoria
conciliar.
El papa Paulo III (1534-1549) comprendió que un concilio ecuménico constituía el único camino para llevar adelante la reforma de la Iglesia. Y paso a paso fueron superándose no pocos obstáculos que se oponían a su celebración.
El papa Paulo III (1534-1549) comprendió que un concilio ecuménico constituía el único camino para llevar adelante la reforma de la Iglesia. Y paso a paso fueron superándose no pocos obstáculos que se oponían a su celebración.
La elección de Trento
para sede del concilio fue una de las soluciones de compromiso a que se llegó
en las negociaciones previas: Trento estaba en la Italia del norte; pero era
ciudad imperial y cabía esperar que a ella consintieran en acudir los
protestantes, que jamás participarían en un concilio celebrado en suelo papal.
El propio orden a seguir
en los trabajos suscitaba opiniones encontradas: el papa deseaba que se
tratasen ante todo los temas doctrinales, para fijar con precisión el dogma
católico en las cuestiones discutidas por los protestantes; el emperador
deseaba, en cambio, que se diera preferencia a las cuestiones disciplinares de
reforma eclesiástica, esperando satisfacer así a sus súbditos luteranos y
facilitar la restauración de la unidad cristiana. El compromiso a que también
se llegó fue el tratamiento simultáneo de las dos materias, alternando los
decretos dogmáticos y los de reforma.
La inauguración tuvo lugar el 19 de diciembre de 1545, muy tarde, sin duda, para tener serias probabilidades de ser un concilio que lograra la unión con los protestantes. El 11 de marzo de 1547, los legados papales, alegando una epidemia, decidieron el traslado del concilio a Bolonia. Finalmente, en enero de 1548, Carlos V presentó una solemne protesta formal que provocó la inmediata interrupción de las sesiones conciliares en Bolonia y por fin la suspensión del concilio en el mes de septiembre de 1549.
El concilio abrió su segunda etapa en Trento el 1 de mayo de 1551, bajo el nuevo pontífice Julio III (1550-1555). El emperador consiguió ahora que acudieran a Trento cierto número de delegaciones de príncipes y ciudades protestantes. La presencia de los reformados puso de manifiesto cuán difícil era la restauración de la unidad cristiana, después de más de treinta años de escisión religiosa. En todo caso, la traición al emperador del elector Mauricio de Sajonia obligó a suspender nuevamente el concilio (28-IV-1552).
La inauguración tuvo lugar el 19 de diciembre de 1545, muy tarde, sin duda, para tener serias probabilidades de ser un concilio que lograra la unión con los protestantes. El 11 de marzo de 1547, los legados papales, alegando una epidemia, decidieron el traslado del concilio a Bolonia. Finalmente, en enero de 1548, Carlos V presentó una solemne protesta formal que provocó la inmediata interrupción de las sesiones conciliares en Bolonia y por fin la suspensión del concilio en el mes de septiembre de 1549.
El concilio abrió su segunda etapa en Trento el 1 de mayo de 1551, bajo el nuevo pontífice Julio III (1550-1555). El emperador consiguió ahora que acudieran a Trento cierto número de delegaciones de príncipes y ciudades protestantes. La presencia de los reformados puso de manifiesto cuán difícil era la restauración de la unidad cristiana, después de más de treinta años de escisión religiosa. En todo caso, la traición al emperador del elector Mauricio de Sajonia obligó a suspender nuevamente el concilio (28-IV-1552).
Fue una interrupción que
duró diez años, entre los que se cuentan todos los del pontificado de Paulo IV
(1555-1559), celoso reformador, pero por otras vías distintas de la conciliar.
Hubo que esperar al papa Pío IV (1559-1565) para que el concilio reanudara sus
trabajos el 18 de enero de 1562.
La tercera etapa
tridentina duró dos años escasos y sirvió para llevar a feliz término la gran
empresa reformadora: el 4 de diciembre de 1563 fue clausurado el concilio de
Trento y el papa confirmó todos sus decretos por la bula Benedictus Deus, el 26
de enero de 1564.
Trento no pudo ser un concilio para unir católicos y protestantes; pero fue el gran concilio de la Reforma católica. Su obra fue extraordinaria tanto en el campo doctrinal como en el disciplinar. Dentro del primero, se declaró ante todo que la Revelación divina se ha transmitido por la Sagrada Escritura interpretada por el Magisterio de la Iglesia y la Tradición apostólica.
Trento no pudo ser un concilio para unir católicos y protestantes; pero fue el gran concilio de la Reforma católica. Su obra fue extraordinaria tanto en el campo doctrinal como en el disciplinar. Dentro del primero, se declaró ante todo que la Revelación divina se ha transmitido por la Sagrada Escritura interpretada por el Magisterio de la Iglesia y la Tradición apostólica.
El concilio abordó el
tema clave de la justificación y, frente a las teologías luterana y calvinista,
declaró que la gracia divina y la cooperación libre y meritoria de la voluntad
humana obran en concurrencia la justificación del hombre. El otro tema
dogmático tratado por el concilio fue el sacramental, donde tanta confusión
habían sembrado los protestantes: se definió la doctrina de los siete
Sacramentos y las notas propias de cada uno de ellos.
En el plano disciplinar la obra de Trento fue también trascendental. Se procuró con empeño la supresión de los abusos existentes en la vida eclesiástica, con el fin de asegurando una eficiente acción de los sacerdotes.
En el plano disciplinar la obra de Trento fue también trascendental. Se procuró con empeño la supresión de los abusos existentes en la vida eclesiástica, con el fin de asegurando una eficiente acción de los sacerdotes.
Un episcopado plenamente
dedicado a su ministerio, un clero bien formado y de elevada moralidad fueron
metas de la legislación tridentina.
Se exigió la residencia
a obispos y párrocos, se prohibió la acumulación de beneficios, se dispuso la
periódica reunión de concilios provinciales y sínodos diocesanos, se urgió la
visita pastoral.
La formación del clero
tanto intelectual como espiritual se haría en el seminario que había de existir
en cada diócesis; y los sacerdotes en sus respectivas parroquias tenían que
impartir la catequesis a los niños y la instrucción religiosa de los fieles.
Tal fue, a grandes rasgos, la obra reformadora del concilio de Trento, una obra que suscita todavía admiración al cabo del tiempo; pero quizá lo más admirable sea comprobar que este gran programa de renovación cristiana no quedó en letra muerta, sino que se hizo realidad viva en la época que siguió a la clausura del concilio.
El período que siguió a la celebración del concilio de Trento estuvo marcado por la impronta de la gran renovación de la vida católica que allí se había operado. La reforma fundada en las constituciones y decretos tridentinos se llevó adelante, firmemente impulsada por los papas que se sucedieron en el solio pontificio.
Tal fue, a grandes rasgos, la obra reformadora del concilio de Trento, una obra que suscita todavía admiración al cabo del tiempo; pero quizá lo más admirable sea comprobar que este gran programa de renovación cristiana no quedó en letra muerta, sino que se hizo realidad viva en la época que siguió a la clausura del concilio.
El período que siguió a la celebración del concilio de Trento estuvo marcado por la impronta de la gran renovación de la vida católica que allí se había operado. La reforma fundada en las constituciones y decretos tridentinos se llevó adelante, firmemente impulsada por los papas que se sucedieron en el solio pontificio.
Un Catecismo romano, un
Misal y un Breviario fueron editados por orden del papa San Pío V (1566-1572).
Gregorio XIII (1572-1585) confió a los nuncios el encargo de velar por la
ejecución de las normas del concilio, y en Roma, su sucesor, Sixto V
(1585-1590), llevó a cabo una completa reorganización de los dicasterios de la
Curia encargados del gobierno central de la Iglesia.
El espíritu tridentino dio lugar a la aparición de obispos ejemplares que se esforzaron en la aplicación de los decretos conciliares sobre disciplina del clero y de los fieles: San Carlos Borromeo, San Francisco de Sales, San Felipe Neri, San José de Calasanz.
La Cristiandad había dilatado enormemente sus horizontes ultramarinos, a partir de los descubrimientos geográficos de los siglos XV y XVI.
El espíritu tridentino dio lugar a la aparición de obispos ejemplares que se esforzaron en la aplicación de los decretos conciliares sobre disciplina del clero y de los fieles: San Carlos Borromeo, San Francisco de Sales, San Felipe Neri, San José de Calasanz.
La Cristiandad había dilatado enormemente sus horizontes ultramarinos, a partir de los descubrimientos geográficos de los siglos XV y XVI.
San Francisco Javier
había llevado el Evangelio hasta el lejano Japón, y China abrió también sus
puertas a los misioneros. Pero fueron las posesiones portuguesas de Asia y
Africa los principales espacios para la acción evangelizadora en estos dos
continentes, donde el patronato real fue pieza clave de la organización
eclesiástica; igual ocurrió en el Brasil, la gran colonia portuguesa en la otra
orilla del Atlántico.
El inmenso Imperio
español de América y Extremo Oriente era campo privilegiado para el desarrollo
de una formidable expansión cristiana. Este campo se hallaba maduro para nuevos
avances en la época postridentina, cuando la Monarquía española adquirió además
conciencia de ser esencialmente un «Estado misional».
La Corona ejercía allí
el patronato regio, concedido por Julio II en 1508, y designaba a los titulares
de los obispados y otros altos cargos eclesiásticos. La obra de promoción
cultural avanzó a la par que la evangelizadora. Bastará recordar que mientras
se celebraba el concilio de Trento, tres universidades impartían enseñanza
superior en las Indias occidentales: la de Santo Domingo, fundada en 1538, y
las de Lima y México, creadas en 1551 y 1553, respectivamente.
El balance de la obra
civilizadora de España y Portugal, por grandes que fueran las deficiencias y
abusos que pudieron darse, presenta un saldo abiertamente positivo: la
población indígena fue respetada y sobrevivió en libertad, recibió la fe y la
cultura cristianas.
El dinamismo tridentino impulsó también otras acciones, como la constitución por iniciativa del papa San Pío V de la Liga Santa, que llevó a cabo una auténtica expedición de Cruzada contra los turcos y los venció en la batalla de Lepanto.
El dinamismo tridentino impulsó también otras acciones, como la constitución por iniciativa del papa San Pío V de la Liga Santa, que llevó a cabo una auténtica expedición de Cruzada contra los turcos y los venció en la batalla de Lepanto.
Las misiones de San
Francisco de Sales en el Chablais lograron el retorno a la Iglesia de gran
parte de la Suiza francesa. El Catolicismo logró éxitos destinados a perdurar
en los países germánicos meridionales, en Austria, Baviera y también en Polonia
y Bohemia.
El propio final de las
guerras de religión en Francia significó que esta nación seguiría siendo
católica, pese a la existencia de una minoría protestante. En el este de
Europa, la Unión de Brest (1596) supuso la adhesión al Catolicismo de una parte
importante de la jerarquía ortodoxa y fue el origen de la Iglesia «uniata»
rutena o ucraniana.
Fuente Catholic.net