Proclamo
Señor la grandeza de tu amor infinito para conmigo. Te ensalzo porque siempre
te has acordado de mi pequeñez, débil y frágil, y, de manera especial, cuando
he sido infectada por el virus del Ébola en Monrovia, me llenaste de la gracia
de paz y serenidad para luchar contra este adversario.
Te
alabo y te bendigo, Señor, por tu presencia y tu paso por mi vida durante ese
tiempo de incertidumbre, soledad, abandono e impotencia; ante el desafío por lo
que veía y oía en el entorno donde muchos estaban infectados por este virus, y
en el que otros perdían la vida, como los cinco misioneros con los que
compartíamos la misión (Chantal y Hnos. de San Juan de Dios). Me diste ánimo y
valor para hacer frente, sin miedo, sino con fuerzas, ayudando y apoyando a
otros tanto física como moralmente.
Mi
espíritu se alegra en ti, Señor, porque me has hecho revivir y he vuelto a
nacer, me has abierto puertas y ventanas para vivir con más esperanza, ilusión
y entrega mi compromiso misionero en la Iglesia como Misionera de la Inmaculada
Concepción. Gracias, Padre, por haberme llamado a vivir la experiencia de tu
amor y hacer partícipes a otros de esta gracia.
Se
alegra mi espíritu también por la vida de tantos hombres, mujeres y niños, que
han superado este tránsito en sus vidas.
Te
doy gracias, porque eres compasivo y misericordioso, porque has puesto en este
camino a muchos samaritanos que supieron ayudarnos.
Acuérdate
de los pueblos que siguen estando afectados por este y otros virus, y no dejes
que tus hijos y sus descendientes sean olvidados; al contrario, colma de tus
bienes a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
Gracias,
Padre, porque sigues contando conmigo para contribuir en tu plan de salvación;
gracias, porque me has hecho instrumento para llegar a los corazones sedientos
de fe, esperanza y amor.
¡A
ti la alabanza! Amén.
Paciencia Melgar Ronda, MIC
Fuente: Conferencia Episcopal Española
Fuente: Conferencia Episcopal Española
