NOVIEMBRE, EL MES QUE EDUCA EL CORAZÓN EN ORACIÓN

Este mes de noviembre no solo nos acerca a la Navidad, sino que también nos hace recordar y orar por las ánimas del purgatorio y los fieles difuntos

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Ya han empezado a encenderse las luces de Navidad, así como también los preparativos. Y, aunque todo eso nos fascina, conviene hacer un pequeño alto y recordar dónde estamos realmente en el calendario litúrgico. Estamos en noviembre, el mes de las almas del purgatorio. El mes que, si lo dejamos, nos hace trascender y nos reordena las prioridades.

Como padres, solemos tener muy presente evitar Halloween o, al menos, no colaborar con lo que lo rodea, y apoyar alternativas llenas de fe como las fiestas de Holywins en nuestras parroquias. 

Pero hay algo más profundo que se nos pide: convertirnos en una especie de "agencia de viajes" que hace buena publicidad del destino al que todos debemos  querer llegar  tarde o temprano. Tenemos que hablarles del cielo a nuestros hijos.

Felicidad plena en el cielo

Es normal que a un niño no le entusiasme un viaje a un lugar que no conoce; a veces tampoco a un adulto. Y el cielo puede sonarles algo rígido, remoto o incluso aburrido. 

Por eso necesitan vernos convencidos de que ese destino es la felicidad plena, vivir sin miedo. Si lo ven en nosotros, lo creerán. Si nos escuchan hablar del cielo con naturalidad, lo imaginarán como un lugar al que vale la pena aspirar.

Una actividad familiar muy recomendable es organizar un cinefórum y ver juntos la película El Cielo Real. Sus descripciones del cielo son preciosas  y sorprendentemente cercanas. A menudo despiertan en los niños, y no tan niños, un deseo bueno y sano, que después permite hablar del tema sin rarezas.

Visiten un cementerio

Llevar flores, rezar por familiares y amigos, explicar que ese gesto no tiene nada de lúgubre, solo de cariño. Y si existe un nicho familiar, recordar con sencillez que allí reposarán también nuestros restos. No hay drama, no hay susto. Y educa más de lo que parece.

Esta naturalidad abre la puerta a otro asunto que solemos evitar pero que conviene tratar: con quién vivirían nuestros hijos si papá y mamá murieran antes de lo previsto. No es un tema para angustiar, sino para dar seguridad. Cuando se habla sin tapujos, la vida queda menos expuesta al desconcierto.

Ofrecer misas

Conviene, además, que los hijos nos acompañen cuando pedimos una misa por nuestros difuntos, cuando entregamos el estipendio y cuando ven apuntar el nombre en la lista. 

Esos pequeños gestos —tan repetidos en generaciones anteriores— crean una memoria familiar que sostiene la fe sin necesidad de discursos. Y es una de las tradiciones más sólidas que podemos transmitirles.

Hablar del cielo a los hijos

Hablar del cielo no es poner un velo poético sobre la vida, sino enseñar a mirar con realismo. Y esta tradición  familiar de rezar por las almas, de ofrecer pequeñas cosas, de pedir misas, es de las que más te vas a beneficiar si logras inculcarla en casa. 

Porque, tarde o temprano, también tú serás una de esas almas familiares que necesitará ese mismo detalle, esa misma oración, ese mismo gesto que hoy intentas sembrar en tus hijos. No es sentimentalismo: es continuidad. Es asegurar que el amor siga funcionando cuando ya no estés para explicarlo.

Mar Dorrio

Fuente: Aleteia