Este mes de noviembre no solo nos acerca a la Navidad, sino que también nos hace recordar y orar por las ánimas del purgatorio y los fieles difuntos
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| Pixel-Shot | Shutterstock |
Ya han empezado
a encenderse las luces de Navidad, así como también los preparativos. Y, aunque
todo eso nos fascina, conviene hacer un pequeño alto y recordar dónde estamos
realmente en el calendario litúrgico. Estamos
en noviembre, el mes de las almas del purgatorio. El mes que, si lo dejamos,
nos hace trascender y nos reordena las prioridades.
Como padres,
solemos tener muy presente evitar Halloween o, al menos, no colaborar con lo
que lo rodea, y apoyar alternativas llenas de fe como las fiestas de Holywins
en nuestras parroquias.
Pero hay algo
más profundo que se nos pide: convertirnos en una especie de "agencia de
viajes" que hace buena publicidad del destino al que todos debemos
querer llegar tarde o temprano. Tenemos que hablarles del cielo a
nuestros hijos.
Felicidad
plena en el cielo
Es normal que a
un niño no le entusiasme un viaje a un lugar que no conoce; a veces tampoco a
un adulto. Y el cielo puede sonarles algo rígido, remoto o incluso
aburrido.
Por eso
necesitan vernos convencidos de que ese destino es la felicidad plena, vivir
sin miedo. Si lo ven en nosotros, lo creerán. Si nos escuchan hablar del cielo
con naturalidad, lo imaginarán como un lugar al que vale la pena aspirar.
Una actividad
familiar muy recomendable es organizar un cinefórum y ver juntos la película El
Cielo Real. Sus descripciones del cielo son preciosas y sorprendentemente
cercanas. A menudo despiertan en los niños, y no tan niños, un deseo bueno y
sano, que después permite hablar del tema sin rarezas.
Visiten un
cementerio
Llevar flores,
rezar por familiares y amigos, explicar que ese gesto no tiene nada de lúgubre,
solo de cariño. Y si existe un nicho familiar, recordar con sencillez que allí
reposarán también nuestros restos. No hay drama, no hay susto. Y educa más de
lo que parece.
Esta
naturalidad abre la puerta a otro asunto que solemos evitar pero que conviene
tratar: con quién vivirían nuestros hijos si papá y mamá murieran antes de lo
previsto. No es un tema para angustiar, sino para dar seguridad. Cuando se
habla sin tapujos, la vida queda menos expuesta al desconcierto.
Ofrecer
misas
Conviene,
además, que los hijos nos acompañen cuando pedimos una misa por nuestros
difuntos, cuando entregamos el estipendio y cuando ven apuntar el nombre en la
lista.
Esos pequeños
gestos —tan repetidos en generaciones anteriores— crean una memoria familiar
que sostiene la fe sin necesidad de discursos. Y es una de las tradiciones más
sólidas que podemos transmitirles.
Hablar del
cielo a los hijos
Hablar del
cielo no es poner un velo poético sobre la vida, sino enseñar a mirar con
realismo. Y esta tradición familiar de rezar por las almas, de ofrecer
pequeñas cosas, de pedir misas, es de las que más te vas a beneficiar si logras
inculcarla en casa.
Porque, tarde o
temprano, también tú serás una de esas almas familiares que necesitará ese
mismo detalle, esa misma oración, ese mismo gesto que hoy intentas sembrar en
tus hijos. No es sentimentalismo: es continuidad. Es asegurar que el amor siga
funcionando cuando ya no estés para explicarlo.
Mar Dorrio
Fuente: Aleteia
