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| El final de los tiempos. Dominio público |
Los
distintos evangelios recogen, de forma diversa aunque coherente, una enseñanza
de Jesús acerca del final de los tiempos. Es una de las enseñanzas de Jesús de
más difícil interpretación. Está en continuidad con la literatura apocalíptica
del antiguo testamento y tiene su culmen narrativo en el libro del Apocalipsis,
que es un desarrollo de esta enseñanza en base a la experiencia de la primera
Iglesia.
Para
entender estas enseñanzas escatológicas de Jesús, hemos de ver que en ellas se
entremezclan tres momentos: el final definitivo de la historia, el fin del
judaísmo tal y como era vivido en su tiempo con la destrucción del Templo de
Jerusalén y su propio final, juzgado y condenado a la morir en la cruz. San
Lucas, por ejemplo, parte precisamente del anuncio sobre la destrucción del
Templo para introducir esta enseñanza.
En
torno a estos tres momentos, Jesús señala signos como los arriba señalados. Pero,
aunque a veces tengamos la tentación de pensar que estos signos corresponden al
presente tiempo histórico, hemos de reconocer que ha habido pocos momentos en
la historia libres de estas catástrofes que revelan la presencia del mal y de
la contingencia de nuestro mundo. Dos de esos acontecimientos ya han sucedido:
la muerte de Jesús y una destrucción del Templo de Jerusalén en el año 70, que
dos mil años después, y viendo el desarrollo histórico de los acontecimientos, parece
definitiva y sin posible vuelta atrás. El único acontecimiento que resta es el
fin de la historia.
Pero
las palabras de Jesús no buscan la adivinación (el tiempo, el lugar, los
signos). Como señala Joseph Ratzinger en su Jesús de Nazaret, “quieren
precisamente apartarnos de la curiosidad superficial de las cosas visibles y llevarnos
a lo esencial: a la vida que tiene su fundamento en la Palabra de Dios que
Jesús nos ha dado; al encuentro con Él, la Palabra viva; a la responsabilidad
ante el Juez de vivos y muertos.”
Es
decir, que son, principalmente, una llamada a la vigilancia, pero no entendida
como adivinación del tiempo, sino como espera vivida de forma permanente. Así
lo señala el propio Jesús con parábolas como las de las vírgenes que esperan al
esposo con la lámpara preparada o la de los siervos que esperan a que el rey
vuelva y deben mantener el orden de la casa. La verdadera vigilancia es
practicar la justicia. Significa saberse ante la mirada de Dios y obrar como quien
está ante sus ojos.
El
anuncio de Jesús se vive en cada generación y, en cada generación, debemos
elegir como afrontarlo. Los acontecimientos son los mismos para todos. Pero
para unos serán causa de perdición y angustia, mientras que para otros serán
causa de salvación y liberación. Si vivimos construyendo nuestra propia
seguridad, será como el que construye su casa sobre arena; si, por el
contrario, lo hacemos fiados en la Palabra de Jesús, la construimos sobre roca.
