La vida presenta retos de convivencia y lo que nos parece justo a veces se convierte en una carga pesada, por eso Cristo nos enseña a vivir ligeros de equipaje
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La vida es
pesada en ocasiones. Los problemas se acumulan y la convivencia con los demás
parece poco menos que imposible, porque las diferencias de pensamiento y
posturas ante temas controversiales nos hacen difícil comprendernos, y menos
aún, amarnos. Por eso es necesario que aprendamos a vivir ligeros de equipaje,
como Cristo nos enseña.
Mi carga es
ligera
Jesús vivió en
medio de incomprensiones. No todos estaban de acuerdo con Él, incluso algunos
de sus parientes lo tachaban de loco (Mc 3,
21) porque hablaba fuerte y claro. Pero nunca se rindió ante las
persecuciones ni renunció a la voluntad del Padre.
Por eso, Él
entiende perfectamente que en estos tiempos revueltos, en los que estamos
invadidos de ideologías contrarias al cristianismo, nos sintamos agobiados y
perseguidos. Y para animarnos, nos dejó estas palabras:
"Vengan
a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen
sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de
corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga
ligera"
(Mt 11,
28-30).
Equipaje
ligero
Modernizados,
hablamos de un equipaje con que la vida nos provee, pero que debemos aprender a
administrar como Cristo nos aconseja para que no se nos haga pesado el viaje al
cielo.
Asimismo,
desprendernos de los lastres que nos atan será la mejor opción para que el
mundo no nos arrastre en su caída. ¿Y qué es lo que nos limita? La soberbia,
los rencores, la ambición desmedida, el deseo por los bienes materiales, los
amores egoístas, la autoestima equivocada, el afán de competencia, las envidias
y todo aquello que nos separa de Dios.
Sentir que los
demás tienen que someterse a nuestra voluntad nos impedirá ser felices y nos
convertiremos en una pesada carga para nuestros semejantes. Creer que siempre
tenemos la razón solo generará divisiones y la incomprensión reinará entre
nosotros.
Escuchemos a
san Pablo, que supo muy bien lo que era tratar a la gente que pensaba distinto:
"...cualquier
cosa que hagan, háganlo todo para la gloria de Dios. No sean motivo de
escándalo ni para los judíos ni para los paganos ni tampoco para la Iglesia de
Dios. Hagan como yo, que me esfuerzo por complacer a todos en todas las cosas,
no buscando mi interés personal, sino el del mayor número, para que puedan
salvarse"
(1 Cor
10, 31-33)
Deshacernos
de lo que nos estorba
Por que puede
ser peor: que nos atrevamos a desear el mal a quienes no piensan como nosotros.
Ese deseo será la perdición de nuestras almas. Por eso debemos recapacitar y
aplicar la fórmula infalible que nos ha dado nuestro Señor Jesucristo: sean
mansos y humildes de corazón.
Si logramos
deshacernos de ese bulto extra que nos apabulla y nos estorba para caminar
hacia la santificación, la vida será un viaje liviano y el encuentro con el
Dueño de la vida se convertirá en un gozo eterno.
Nuevamente san
Pablo nos advierte:
"No tomen
como modelo a este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente
renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de
Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto"
(Rom 12,
13)
Que nuestro
deseo de conversión comience con la lucha en contra de nuestro ego y se
doblegue a la voluntad de Dios que nos ama y quiere que nos amemos unos a
otros.
Mónica Muñoz
Fuente: Aleteia
