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| Un icono que representa a María Teresa Ferragut con sus cuatro hijas mártires. Dominio público |
A María Teresa Ferragut, los milicianos no la buscaban.
Es cierto que, en aquel verano de 1936, ella era la presidenta de la asociación
de San Vicente de Paúl de
Algemesí (Valencia) y desempeñaba una extraordinaria labor a favor de los
pobres, pero esa anciana de 83 años no
figuraba entre los objetivos de los elementos revolucionarios. A las que sí
buscaban eran a sus cuatro hijas monjas, Maria
Jesús, Verónica, Josefa y Felicidad. El único hijo varón de la familia era
fraile capuchino, fray Serafín, y a
ese ya le tenían encarcelado en Murcia.
Las
encontraron el 19 de octubre en la casa materna, adonde habían acudido buscando
cobijo, huyendo de la furia desatada
por la persecución religiosa. Durante varias semanas habían hecho vida monacal
en su hogar, hasta que una de las sirvientas las delató a los milicianos. María
Teresa Ferragut no consintió que se llevaran solo a sus cuatro hijas: «Adonde
van unas hijas, también va la madre».
Las cinco
fueron encerradas en un cuartucho bajo una escalera del monasterio cisterciense
de Fons Salutis, convertido en checa
y prisión. El cautiverio sería breve: apenas seis días. En la festividad de
Cristo Rey, domingo 25 de octubre de 1936, fueron
cayendo delante de ella, una a una, sus cuatro hijas religiosas. Los
milicianos intentaron fusilar primero a la madre, pero esta rehusó: «Quiero
saber qué vais a hacer con mis hijas, y si las vais a fusilar, quiero que me
fusiléis a mí la última». Ni los asesinos se atrevieron a contrariarla. Las
cinco serían beatificadas por el Papa Juan
Pablo II, en Roma, el 11 de marzo de 2001.
Sin embargo, hace apenas dos años se produjo un descubrimiento
excepcional: numerosos objetos
personales de la madre y sus cuatro hijas, incluidas 76 cartas manuscritas. El sacerdote Salvador David nació en 1972 en
Algemesí, en el mismo pueblo que las mártires. Su padre, de hecho, fue un
testigo de excepción de la detención de la madre y sus cuatro hijas. Apenas
tenía seis años, pero vivía en la casa de enfrente. Ahora, Salvador David ha
reunido las misivas en un libro recién publicado: Cartas desconocidas de una familia mártir.
– Tengo entendido que el descubrimiento de las
cartas fue bastante inesperado y ocurrió durante una cena a la que usted
asistió...
– Así es.
Llevo 27 años de presbítero y creo que en Algemesí, mi pueblo, solo he estado
un par de veces en la fiesta del Corpus. Hace un par de años, en el Corpus de
2023, participé en la procesión. A mitad del recorrido se puso a llover y
aguantamos estoicamente toda el agua, tanto que al final la gente nos daba un
aplauso porque estábamos todos empapados...
Y cuento
esto porque, después, un parroquiano nos invitó a todos los curas a cenar a su
casa. La cena fue estupenda, con un ambiente extraordinario. No sé cómo derivó
la conversación, pero acabamos hablando de la familia de las mártires. Entonces
empezó a sacar cosas que tenía guardadas... Él se había criado muy cerca de la
familia de la única casada hermana de las mártires. Frecuentaba la casa,
conocía al nieto de María Teresa, que fue alcalde de Algemesí, y tenía muchos
objetos de ellas. Empezó a mostrarnos algunas cosas, y nos quedamos admirados:
Salterio, libros de oraciones... y unas cartas. Y le pregunté: ¿Tienes más? Me dijo que sí. Entonces,
directamente, le dije: ¡Las quiero
todas!
María
Teresa escribió muy poco; eran cartas de las hijas.
– ¿Y qué encontró en ellas?
– Son
cartas donde uno puede ir viendo toda la evolución de la historia. Lo que
estaban viviendo ellas, cómo vivían internamente. También esta situación de
persecución, de precariedad, de miedo de mucha gente.
– ¿En qué percibían esa hostilidad?
– María
Teresa no se escondía porque ella era la presidenta de la asociación de San
Vicente de Paúl. Recibía a todos los pobres, pero era muy prudente. Cuando
comenzó la persecución religiosa y la situación se hizo insostenible, las
religiosas tuvieron que huir de los conventos. A una de las monjas le preguntó
una del pueblo: ¿Y no tienes miedo de
que os maten? Y respondió: ¡Pues
ojalá! O sea, que se palpaba una situación de una persecución
creciente. Nos van describiendo lo que sucede en otros sitios: las
persecuciones, los alborotos...
Una beata con depresión
– ¿Cómo fue su detención?
– Ellas
estaban en casa discretamente. Es interesante que, antes de empezar la guerra,
la pequeña de las hermanas, Felicidad, se encontraba ya en casa porque estaba
recuperándose de salud. «Un episodio de escrúpulos», se dice oficialmente
Aunque sabemos que, probablemente, tenía una depresión, estaba depresiva.
Obtuvo el permiso para salir del monasterio. Y, por documentos que tenemos,
parece ser que era la segunda vez que salía del monasterio temporalmente para
recuperarse.
Es algo también muy interesante en las cartas
que le escribe su hermano capuchino –quizá las más enjundiosas– para ayudarla
mientras está en su casa. Cómo recuperarse de la depresión. Por tanto, ella
estaba todavía recuperándose, y murió así, sin estar plenamente recuperada.
– Volvamos a ese 19 de octubre de 1936, cuando las arrestaron.
– Resulta
que mi padre, de pequeño, vivía enfrente, y vio cuando fueron a apresarlas. No
habló nunca de eso. Recuerdo que una vez intenté poner la película de Un Dios prohibido, sobre los mártires
de Barbastro. A los dos minutos, mi padre me dijo: Quita
eso. Le respondí: No, papá, que está
muy bien; da una visión de fe. Volvió a decirme: Te
he dicho que quites eso.
– Nunca le había hablado de las mártires...
– No
quiso hablar ese momento. Prefería no hablar de la guerra, porque cuando pasó
esto, él tenía seis años. Un niño de seis años que vive ese momento, debió ser
un momento verdaderamente terrible...
– ¿Qué vio su padre?
– Los del
comité se llevaron a las monjas a través del pueblo. Pasan casi todo el pueblo.
Se las llevaron al monasterio de Fons Salutis, y ahí las tuvieron, debajo de la
escalera, en una habitación que no tenía sillas ni nada.
El coraje de una madre
– ¿Y la madre?
– Los
milicianos fueron a detener a las monjas. Y entonces la madre se preparó para
ir con ellos. Le dijeron: No, usted no. Dijo: ¿ Cómo que no? Adonde van las hijas, va la madre.
O sea, quiso voluntariamente acompañarlas desde la casa. Reiteradamente querían
que cejara en su empeño. Y no cejó en la cárcel. Ella quería acompañarlas hasta
el último momento.
– Bueno,
tuvieron algunos interrogatorios que fueron bastante violentos. Hay una pequeña
nota –ni siquiera se puede llamar carta– que escribió una de las hermanas desde
la prisión. A lápiz, como podía. Y decía: Ayer
vinieron y le preguntaron a la madre muchas cosas y se tomó un disgusto. Se
disgustó mucho. Y te pido por favor que no vengan más porque la madre no está
para estos disgustos. Y nosotras nos quedamos sin cenar porque ya no podíamos
más.
Se ve que
fue tremendo. O sea que las atemorizaban, les decían de todo. Hubo uno que
estaba encargado de la vigilancia que les permitió salir al patio en un par de
ocasiones. Salieron al patio la madre y Felicidad, que era la pequeña de las
monjas. Con lo cual uno puede pensar que Felicidad se estaba recuperando aún de
su depresión y necesitaba que le diera el aire. O sea, que probablemente
Felicidad no murió recuperada del todo. ¡Así que, incluso en medio de la
depresión, te puede venir la hora de pasar al Padre y debes estar preparado en
cualquier momento!
– ¿Es verdad que la madre pidió ser fusilada la última?
– Por los
testimonios que tenemos de la gente y del chófer que fue a llevarlas, éste
contó con detalle los ruidos que escuchó, los disparos y, al final, una voz
estremecedora de la madre: ¡Viva Cristo
Rey! Ella pidió morir la última para poder alentar a las hijas,
sostenerlas, e iban rezando. Quería asegurarse que no les hacían nada antes de
fusilarlas, como violarlas. Según los testimonios, imaginad las pobres monjas,
porque tenían también su debilidad, y la madre las estaba sosteniendo. Ella
podía haberse librado también de la muerte. Parece que uno de los asesinos le
dijo: Y usted, ¿qué? ¿Va a dejar ya de
acompañarlas? Ella respondió: Tampoco.
Adonde van las hijas, va la madre. ¡Viva Cristo Rey! Y la mataron.
Cuando otros fueron a ver los cuerpos, descubrieron que no solamente les dieron
un tiro de gracia, sino que las destrozaron. Tenían los cráneos destrozados, las
remataron en el suelo.
– ¿Cree que aparecerán más cartas próximamente?
– Puede
ser que aparezca alguna carta más. A mí me hubiera gustado averiguar si
Serafín, el capuchino, tenía cartas en Murcia, pero es imposible encontrarlas.
Luego él se fue a Colombia, donde murió. Era misionero ahí. Después escribió
unas cartas a su sobrino, el que fue alcalde, que esas si las conservamos. No
tienen tanto interés porque no hablan de esta historia. Pero claro, las que
escribió Serafín en esa situación, uno se queda admirado de la inspiración.
Yo diría
que Dios preparó a esta familia. ¿Se podría pensar que era diferente de otras
familias? ¿Una familia piadosa? Sí. Y tenía un presbítero capuchino que sostuvo
a sus hermanas y que llamaba a conversión incluso su madre. Un año antes de
morir, en una carta preciosa, le escribe el capuchino a su madre, y le dice:
Madre, hay mucha gente quejosa de usted porque, al decir las cosas, mire bien
cómo lo dice. Que no basta tener razón; hay que ver cómo lo dice, que se puede
faltar a la caridad, y gravemente. O sea, la mujer debía ser de carácter. Y decía
las cosas, pero claro, no se puede matar a cañonazos, aunque sea con verdades.
– Hombre, ciertamente carácter debía de tener, para hacer lo que
hizo de acompañar a sus hijas al martirio...
– Tenía,
y le sobraba. Pero claro, ¡que su hijo la llamara a la conversión...! Uno puede
pensar: ¿Pero es que no nacían santas? No,
tenían mucho que corregirse y que vencerse. Y la madre, a los 82, un año antes
de morir, su mismo hijo le dice que podía pecar gravemente por faltar a la
caridad... O sea que es algo también que nos anima: ver que hasta el final nos
podemos corregir.
Cuando
fray Serafín le escribe a su hermana Felicidad, dándole ánimos, le dice unas
palabras que eran verdaderamente proféticas: Aun
cuando nos dijeran que el final de nuestra vida está cercano, siempre tendremos
esperanzas de mejorar...
Álex Navajas
Fuente: El Debate
