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| Fray Serge Okpo Ollo, en el centro, con otros dos hermanos franciscanos |
Cada semana, para llegar hasta ellos en las pequeñas y remotas
aldeas del noroeste del país, a pesar de los
700 kilómetros que lo separan de ellos, el sacerdote recorre caminos
accidentados y polvorientos: conduce el coche durante un tramo, la motocicleta
durante otro y afronta el último a bordo de una piragua.
Así
continúa los viajes que los franciscanos realizan desde mediados de los años
noventa en esta zona del país, donde pusieron en marcha el proyecto Piaga del Buruli y asistencia sanitaria.
El origen se remonta a cuando «los frailes descubrieron la enfermedad durante
su actividad pastoral. Observaron lesiones
en la piel de algunos habitantes y las señalaron a los médicos, que
inicialmente no comprendieron de qué se trataba, ya que presentaba síntomas
diferentes a los de la lepra. Muchas personas murieron porque
esta enfermedad no se identificó a tiempo», cuenta el sacerdote a los medios de
comunicación vaticanos.
De 150 pacientes a 6
«Los recogemos y los cuidamos, mientras que los
demás, incluidas sus familias, los rechazan por
miedo al contagio», explica el franciscano. «También buscamos benefactores que nos ayuden a comprar
material higiénico-sanitario y antibióticos. Con los años, la situación ha
mejorado: antes había 150 pacientes,
hoy solo hay 6. Pero esta plaga no
ha desaparecido». Así lo confirma la Organización Mundial de la Salud (OMS): en
2024 hubo 219 casos sospechosos y 184 confirmados.
Sin
embargo, en los últimos años, el proyecto se han visto obstaculizadas sobre
todo por la inestabilidad política que azota Costa de Marfil. «La primera guerra civil, que comenzó en 2002, dificultó
aún más nuestro trabajo», señala fray Serge. «Además de obligar a los frailes y
a los enfermos a refugiarse, las autoridades cerraron en 2008 el centro de
salud de Zouan-Hounien, donde habíamos contribuido a la construcción de una
unidad específica para ofrecer una atención digna a las personas afectadas por
la úlcera de Buruli. Pero gracias a fray Marcantonio
Pirovano, los frailes pudieron trasladarse, junto con los niños y los
ancianos, al convento de San Padre Pío en
Abiyán-Angré. Mientras tanto, sin embargo, muchas personas murieron por falta
de asistencia oportuna».
A pesar
de ello, los frailes menores capuchinos no renuncian a su misión y continúan
apoyando a los más frágiles y marginados del noroeste del país. Su brújula es
la Dilexi te, la exhortación
apostólica del Papa León XIV, «que nos ayuda a realizar mejor nuestro trabajo
—subraya el sacerdote— y nos hace comprender que, así como Dios nos ha tendido la mano, nosotros
debemos tenderla a los más necesitados. La misericordia de Cristo Médico, citada en el documento del
Santo Padre, nos infunde el espíritu de la gracia y la paz». Y es precisamente
esta inspiración la que impulsa a fray Serge y a sus hermanos, guiados por la
fe y el amor de Dios, a promover
también otras iniciativas, como una escuela de costura dirigida a chicos y
chicas.
