Tres términos que pueden generar confusión: espíritu, alma y fantasma, pero que se refieren al mundo invisible y desconocido que también fue creado por Dios
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En el Credo
rezamos que Dios Padre es el creador de todo lo visible y lo invisible, y
aunque es poco probable que no tengamos una idea clara de lo que esto
significa, podemos pensar que hay diferencias entre el alma y el espíritu, y en
cierto modo, relacionamos el ámbito de la fantasía a la palabra fantasma.
Veamos en qué
se distinguen cada uno de estos términos.
Un fantasma
o aparecido
La Sagrada
Escritura nos regala varios pasajes en los que se habla de visiones
sobrenaturales, por ejemplo, cuando los discípulos vieron caminar sobre las
aguas al Señor Jesús y estos gritaron de terror creyendo que se trataba de un
fantasma (Mt 14, 26).
En este caso,
podemos entender que se relaciona el término fantasma con la aparición de una
persona muerta. Y en general, ese es el sentido que se le ha atribuido en todas
las culturas.
La Iglesia
evita utilizar este término para referirse a las visiones que han tenido
algunos santos y místico, precisamente por el sentido negativo que el vocablo
ha adquirido coloquialmente, hasta cierto punto supersticioso.
Los expertos
explican que lo que ha ocurrido en esas ocasiones especialísimas es que, por
voluntad de Dios, tuvieron contacto con algunas almas de la Iglesia purgante o
con algún demonio, sin embargo, no nos adentraremos más en el tema.
El alma
Ahora bien, de
acuerdo con la Enciclopedia
católica, nos encontramos con que:
"El alma
puede definirse como el principio interior fundamental por el que pensamos,
sentimos y deseamos, y por el que nuestros cuerpos son animados". 
Es importante
destacar que el ser humano está compuesto por cuerpo y alma. El Catecismo de la
Iglesia católica menciona que:
"El hombre
ocupa un lugar único en la creación: 'está hecho a imagen de Dios'; en su
propia naturaleza une el mundo espiritual y el mundo material" (CEC 355).
Cuando estos
dos elementos se separan es porque la persona ha fallecido.
San Agustín
escribió en El espíritu y el alma que "el alma es
substancia espiritual, simple e indisoluble, invisible e incorpórea, pasible y
mudable, carente de peso, figura y color".
Y el Catecismo
explica:
"A menudo,
el término alma designa en la Sagrada Escritura la vida humana
(cf. Mt 16,25-26; Jn 15,13) o toda la persona humana
(cf. Hch 2,41). Pero designa también lo que hay de más íntimo
en el hombre (cf. Mt 26,38; Jn 12,27) y de
más valor en él (cf. Mt 10,28; 2M 6,30),
aquello por lo que es particularmente imagen de Dios: 'alma' significa el principio
espiritual en el hombre" (CEC 363).
El espíritu
Con lo
anterior, comprendemos que alma y espíritu no son dos entidades distintas ni
separadas en el ser humano. El mismo san Agustín lo comenta:
"Que
espíritu es lo mismo que alma lo proclama el evangelista, cuando dice: tengo
poder para entregar mi alma, y tengo poder para recuperarla. De esta misma
alma del Señor el recordado evangelista lo reveló al decir: e inclinada
la cabeza entregó el espíritu. ¿Qué es dejar ir el espíritu, sino poner el
alma?" 
El obispo de
Hipona prosigue:
"En
efecto, en el hombre, que es uno, no es una la esencia de su espíritu, y otra
es la de su alma; sino que es completamente una y la misma la sustancia de la
naturaleza simple".
Finalmente, el
Catecismo despeja cualquier duda que pudiera quedar aún:
"A veces
se acostumbra a distinguir entre alma y espíritu. Así san Pablo ruega para que
nuestro 'ser entero, el espíritu [...], el alma y el cuerpo' sea conservado sin
mancha hasta la venida del Señor. La Iglesia enseña que esta distinción no
introduce una dualidad en el alma. 'Espíritu' significa que el hombre está
ordenado desde su creación a su fin sobrenatural, y que su alma es capaz de ser
sobreelevada gratuitamente a la comunión con Dios" (CEC 367).
Mónica Muñoz
Fuente: Aleteia
