Unos son célibes, otros son solteros. Y tenemos a los sacerdotes que también son esposos, entonces, ¿de qué se trata cada estado y como los distinguimos?
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Las personas
célibes deciden no casarse para entregarse de una manera especial a Dios. Su
estado puede verse como equivalente al de los solteros, pero no tiene
exactamente el mismo significado.
Miremos la
Biblia: en el Evangelio de san Mateo
19,12 dice Jesús:
“Porque hay
eunucos que así nacieron desde el seno de su madre, y hay eunucos que fueron
hechos eunucos por los hombres, y también hay eunucos que a sí mismos se
hicieron eunucos por causa del reino de los cielos. El que pueda aceptar esto,
que lo acepte”. 
Esta palabra,
eunuco, es la equivalente a célibe. Podemos entender tres posibilidades de
celibato:
1. Que la
naturaleza los haga
Es decir, que
alguna circunstancia fisiológica o psíquica les impida acceder al matrimonio.
2. Que sean
hechos por los hombres
Que alguna
circunstancia legal regulada por el estado o por la Iglesia les impida llegar
al matrimonio por no cumplir los requisitos mínimos para ello; es decir, que no
solo quieran casarse sino que además puedan hacerlo sin que con ello violenten
una ley establecida que regule la unión.
3. Que se
hagan a sí mismos por el Reino de los cielos
En este último
aspecto se refiere Jesús a aquellos que habiendo encontrado en el Reino de los
cielos un tesoro, que bien vale la pena todos los reinos de este mundo, se
entregan a su consecución y construcción.
Las
diferencias entre estos estados
Ahora bien, que
la naturaleza nos haga, que los hombres nos hagan o que nosotros mismos nos
hagamos no significa que tal estado celibatario deba ser visto en el mismo
sentido de la soltería.
El estado de
soltería, por llamarlo de alguna manera, mal asumido puede convertirse en un
estado de soledad, incluso de amargura, desazón y sin sentido.
El celibato
está llamado a ser un estado de permanente compañía en el Señor, de gozo y
plenitud de la existencia.
De hecho, tanto
el matrimonio como el celibato son estados de esponsalidad, pues ambos apuntan
a la fecundidad humana para la construcción del Reino de Dios, cada uno desde
su propia condición de ser “esposo”.
Ambos, tanto el
matrimonio como el celibato, son un llamado del Señor, una vocación, pues es de
este modo como se logra disparar con toda las fuerzas del mundo a trabajar por
una causa que nos supera a nosotros mismos y que es más grande que la existencia
misma.
Los célibes han
sido llamados por el Señor Jesús a darle al mundo una visión que sobrepasa lo
puramente fisiológico, a ayudarle a re-comprender aquella opción que nos
presentan los que viven solo en la carne y han vendido la idea de que no es
posible vivir sin pareja o que todos, absolutamente todos los seres humanos
están llamados a procrear y engendrar dando cumplimiento al mandato del Señor
de “Creced y multiplicaos” que aparece en el Génesis
1, 28.
El celibato es
una nueva forma de fecundidad y la prueba más tangible de ello es el mismo
Jesús, quien “engendró” un nuevo pueblo con toda su vida para su Padre Dios.
Un estado de
vida en Jesús
Pero para que
todo esto adquiera su verdadero sentido y plenitud es importante la experiencia
de Jesús en el corazón pues solo en él se entiende este estado de vida.
Solo en él
dejamos de ser presa voluble de las pasiones desordenadas, de la angustia de la
soledad, pues un célibe verdadero nunca es una persona en soledad puesto que
conoce perfectamente quién es su Señor, su compañía, aquel a quien ha entregado
su vida y con quien siembra una nueva semilla para erigir el reino de los
cielos entre los hombres.
El celibato
nunca es un estado de abandono, de no oportunidad, de asexualidad, de
indiferencia ante el otro, de falta de compromiso con los demás, de incapacidad
de entrega; justo lo contrario.
En él nos
hacemos “todo con todos para ganarlos a todos” y aunque no se sea propiamente
una persona consagrada como religioso o sacerdote, sí se es un esposo en
Cristo.
El celibato de
Jesús, su estado de vida, su opción fundamental por el Reino de los cielos es
nuestro referente y a Él debe apuntar toda nuestra visión para nunca perder de
vista quién es el que nos ha conquistado y quién es el que ha seducido nuestro
corazón.
Esposos-célibes,
esa sería nuestra figura, esa será nuestra vocación.
Juan Ávila Estrada
Fuente: Aleteia
