Del Padrenuestro o la Salve al Acordaos o las oraciones a San Judas Tadeo
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Con prólogo del
cardenal Angelo De Donatis, penitenciario mayor de la Santa Sede,
se acaba de publicar en Italia Un tesoro que
redescubrir. Las oraciones comunes del cristiano. Su autor es Marco
Panero, salesiano, profesor de filosofía moral en la Pontificia
Universidad Salesiana de Roma y prelado consejero de la Penitenciaría
Apostólica.
En el número de
septiembre del mensual católico de apologética Il Timone, el propio Panero, a
modo de presentación de su libro, explica la riqueza espiritual y
pedagógica de las oraciones vocales que todos los cristianos conocen
(o deberían conocer):
Las
oraciones del buen cristiano
Hoy proliferan
los cursos especializados para todo tipo de actividades: desde la
gimnasia postural hasta el bricolaje, desde la escuela de fútbol hasta el mindfulness. Cada disciplina cuenta con sus
maestros y con discípulos dispuestos a seguirlos -previo pago, claro está-. Y,
sin embargo, resulta curioso constatar que, cuando se trata de la fe
cristiana, la necesidad de una formación gradual y seria suele quedar
relegada con la excusa de que la relación con Dios es un asunto
estrictamente personal, de modo que cada cual se las ingenia como
puede, siempre que exista una intención recta de fondo.
La Iglesia, en
realidad, ofrece a sus hijos mediaciones sólidas y autorizadas -ante
todo, la liturgia y los sacramentos- que permiten vivir la relación con Dios de
manera auténtica, conforme a la verdad de la fe y a su dimensión esencialmente
eclesial. No se trata de una jaula, sino de un espacio bendecido, donde la
aventura personal de la fe conserva intacta su forma cristiana. Entre estas
mediaciones, ocupan un lugar privilegiado aquellas fórmulas de oración
transmitidas a lo largo de los siglos y propuestas a todos los fieles:
las conocidas como "oraciones del buen cristiano".
Un apoyo en
la oración
Conviene
aclararlo: si la Iglesia sigue proponiendo estas oraciones
tradicionales, no lo hace para impedir el uso de otras expresiones, ni
mucho menos para reducir la vida espiritual a una repetición mecánica de
fórmulas aprendidas de memoria.
El
Padrenuestro, el Ave María, la Salve Regina, los Actos de fe, esperanza y
caridad, el Te adoro, el Ángel de Dios... todas estas plegarias
constituyen en realidad un hilo conductor, una guía que contiene lo
esencial y deja al orante plena libertad para expandir el corazón
impulsado siempre por el Espíritu Santo que habita en él-. Pensar que la
oración cristiana se limita a la repetición de palabras aprendidas es un error
que la empobrece gravemente.
La sencillez
aparente de estas oraciones encierra, en verdad, una densidad
sorprendente: condensan siglos de doctrina y de espiritualidad
cristiana, y abren ventanas hacia profundidades teológicas que
escapan a una recitación apresurada. Por eso la invitación es clara:
detenerse a saborearlas, dejándose asombrar por su belleza más allá de la
costumbre. Recorrerlas con calma es emprender un viaje hacia las grandes
verdades de la fe, capaz de llenar el corazón de consuelo y esperanza.
Disponer de
estas oraciones es una gracia inmensa: nos enseñan a dialogar con Dios, nos
sugieren palabras, súplicas e intenciones que quizá nunca habríamos
sabido formular por nosotros mismos. Y esto no impide, por supuesto,
dirigirnos a Dios con palabras propias, espontáneas, nacidas del corazón. Pero
saber que siempre podemos volver al cauce seguro de la oración vocal nos
da confianza y serenidad.
Una
partitura que cobra vida
No debe
pensarse que el uso de fórmulas preestablecidas reste autenticidad a la
oración, o que la convierta en algo de segunda categoría, como si un cristiano
"maduro" debiera prescindir de ellas. Basta recordar que incontables
hombres y mujeres, de todas las edades y condiciones, alcanzaron la
santidad alimentándose con estas mismas oraciones.
Existen, desde
luego, otras formas sublimes de oración cristiana: la meditación, la
contemplación, la adoración silenciosa... cada una con matices propios
según las tradiciones espirituales. Y, sin embargo, la Iglesia nunca ha dejado
de otorgar un lugar de honor a la oración vocal, tanto en la liturgia como
en las prácticas de piedad.
Porque la
oración vocal no es simple repetición de palabras: exige adhesión
interior a lo que se proclama, conciencia de estar en la presencia de Dios
y deseo sincero de unirse a Él, abriendo el alma de par en par.
Estas plegarias comunes son como una partitura musical: la melodía
ya está escrita, con sus notas, intervalos y ritmos, pero la música no vive
hasta que un intérprete la hace sonar con su estilo y sensibilidad.
Así también, el cristiano puede hallar en estas oraciones no compuestas por él
mismo una voz sorprendentemente fiel a lo que lleva en el corazón, capaz
incluso de sacar a la luz pensamientos y sentimientos que nunca habría
imaginado.
En comunión
con toda la Iglesia
Aún más
conmovedor resulta pensar que estas oraciones han pasado de generación en
generación, como un tesoro familiar transmitido con celo. Al
recitarlas, las voces de los cristianos que nos precedieron resuenan en
la nuestra, creando una continuidad viva que refleja la catolicidad de
la Iglesia.
La oración
vocal -como la liturgia misma- posee una fuerza única: la de unir a los
creyentes en una misma expresión de fe. Lenguas y culturas diversas
pronuncian las mismas palabras para dirigirse a Dios, experimentando así la
verdad de ser un solo cuerpo. Y esta comunión no solo se da en el
presente, a lo ancho de los continentes, sino también a
lo largo de los siglos, en el despliegue de la única Iglesia de Cristo.
Se trata de una
dimensión que debemos custodiar: la identidad histórica de la Iglesia,
frente a la tentación ingenua de moldearla según nuestras modas o caprichos.
Las oraciones tradicionales del cristiano nos insertan, de manera silenciosa
pero firme, en esta herencia espiritual, mostrando su inagotable actualidad y
despertando en nosotros el orgullo sereno de ser hijos de Dios en la
Iglesia que Él mismo quiso.
Y cuando
rezamos solos, estas oraciones nos recuerdan que nunca estamos aislados:
en ellas nos acompaña la Iglesia entera, y quizá también la voz entrañable de
una madre o de un abuelo, en cuyo regazo balbuceamos nuestras primeras
plegarias.
Para seguir
profundizando
Oraciones
sencillas, pero colmadas de doctrina y de vigor espiritual, que han llevado a
la santidad a hombres y mujeres de toda condición. Este libro es una
invitación a redescubrir ese tesoro. Recorrer estas oraciones es emprender
un viaje luminoso hacia las grandes verdades de la fe, un viaje que deja el
corazón sereno, fortalecido y lleno de esperanza confiada.
- Traducción de Isabel Matarazzo.
Fuente: ReligiónenLibertad