Las supersticiones son incompatibles con la fe cristiana, y si no se tiene cuidado, desviarán del camino al católico que tiene poca instrucción religiosa
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Las
supersticiones abundan desde que el hombre existe; y un católico que aprecia su
fe cristiana no debería caer en ellas. La palabra superstición viene del latín,
de la palabra superstitio, que a su vez procede de: super,
encima; stare, permanecer. El sentido etimológico, por tanto, nos
lleva a todo aquello que está por encima de lo establecido, lo que pervive en
la mente de la gente como algo sobreañadido.
¿En qué
consiste la superstición?
Yendo a la
definición, esto es lo que dice el Diccionario de la
Real Academia Española:
“Creencia
extraña a la fe religiosa y contraria a la razón”.
Por tanto,
hablamos de una creencia, pero de una creencia que es extraña a la fe y se
sitúa fuera del ámbito de lo religioso.
Además es
contraria a la razón. En la fe, si bien no hablamos de saberes racionales,
porque muchos exceden las capacidades intelectivas del ser humano, sí los
consideramos razonables conforme a la razón de la persona.
Hablamos,
entonces, de una “creencia irracional”. Por ejemplo, el famoso Diccionario
Espasa, cercano ya a cumplir un siglo, nos da una segunda definición
después de la ya recogida por la RAE: “Creencia ridícula y llevada al fanatismo
sobre materias religiosas”. La connotación es claramente negativa.
¿Desde
cuándo el hombre es supersticioso?
Creo que no nos
equivocamos si decimos que ha existido siempre. Pensemos en amuletos, ritos,
costumbres sin mucho sentido práctico… en todas las épocas de la historia y en
todos los lugares del mundo.
Pero hemos de
tener en cuenta que normalmente la etiqueta de “superstición” ha sido puesta
por algunas culturas y civilizaciones a actitudes y prácticas de otras culturas
o grupos anteriores, contemporáneos y vecinos, o a sectores de su propia
población, con un claro componente crítico y de afirmación de lo positivo de la
propia posición frente a lo que se considera inferior o menos formado.
Un ejemplo: los
antiguos griegos llamaban deisidaimonía al comportamiento
religioso que nacía de un miedo no racional, sin motivos, y por ello fruto de
ignorancia, en presencia de los dioses, a los cuales se atribuía la facultad o
la voluntad caprichosa de intervenir en la vida de los hombres.
Los romanos le
daban un sentido de exageración en la práctica religiosa. Así, religio sería
la relación correcta con los dioses, mientras que superstitio denotaría
una relación incorrecta.
¿La
superstición tiene algo que ver con la magia?
Claro que sí.
Acabamos de ver cómo el mundo clásico se refiere a la superstición como una
actitud personal que responde al miedo y a la ignorancia.
Por eso se
ponen en práctica acciones rituales y prácticas religiosas encaminadas a dos
objetivos principales. El primero, alejar el miedo bajo cuya amenaza se está o
las intervenciones nocivas de los dioses. Es un objetivo defensivo.
El segundo
consiste en obtener también de los dioses protección y benevolencia en
determinadas circunstancias, o bien, por motivos de escrúpulo interior,
satisfacer de modo sobreabundante la deuda religiosa con los dioses.
Estamos
hablando aquí de algo que, si no es magia, se le parece mucho: una relación en
la que la persona quiere tomar el control y dominar, en la medida de lo
posible, aquellas fuerzas sobrenaturales que le sobrepasan y con las que quiere
estar en paz.
Ya lo decía
Cicerón:
“Se llama
supersticiosos a quienes rezan u ofrecen sacrificios todos los días para que
sus hijos les sobrevivan”.
¿Desaparecen
las supersticiones cuando se produce la evangelización?
Cuando una
cultura se encuentra con el Evangelio de Cristo, cuando recibe este regalo, el
mismo encuentro trae consigo la exigencia de dejar de lado todas esas actitudes
religiosas irracionales para convertirse al Logos, al Señor Jesús, único Dios,
razón de todo lo que existe.
Sin embargo, la
realidad nos muestra que las supersticiones no desaparecen.
En primer
lugar, porque no todos acogen la buena noticia y se convierten. Y en segundo
lugar, porque los que se convierten continúan bajo la influencia de nuestra
naturaleza humana, débil y pecadora.
El papa
Francisco se refiere precisamente a esto en la exhortación apostólica Evangelii gaudium:
“En el caso de
las culturas populares de pueblos católicos, podemos reconocer algunas
debilidades que todavía deben ser sanadas por el Evangelio: el machismo, el
alcoholismo, la violencia doméstica, una escasa participación en la Eucaristía,
creencias fatalistas o supersticiosas que hacen recurrir a la brujería, etc.
Pero es precisamente la piedad popular el mejor punto de partida para sanarlas
y liberarlas” (n. 69).
¿Qué han
dicho los Padres de la Iglesia sobre la superstición?
El apologista
Lactancio, del siglo III, amplió lo que decía Cicerón de los supersticiosos. Es
muy interesante este cambio cristiano del sentido de la palabra. Fíjate:
“Los
supersticiosos no son aquellos que esperan que sus hijos les sobrevivan —eso lo
esperamos todos—, sino quienes veneran la memoria de los difuntos para que
sobreviva a ellos, o incluso aquellos que mediante imágenes de sus padres
rinden culto como lo hacen con sus dioses penates”.
Así, Lactancio contrapone
religión a superstición, identificando la superstición con la idolatría, algo
incompatible con la fe monoteísta del cristianismo.
Si vamos al
siglo siguiente, el gran san Agustín da un paso más, afirmando que las
supersticiones no son otra cosa que la supervivencia del paganismo, de la
idolatría que no acaba de desaparecer en los corazones de los hombres a pesar
de la difusión de la religión cristiana, que para entonces ya estaba bastante
extendida en el Imperio romano. Él dice:
“Es
supersticioso aquello instituido por los hombres para crear ídolos y venerarlos
o rendir culto a una criatura o parte de una criatura como si se tratase de
Dios, o para consultar a los demonios y sellar a través de ciertos acuerdos una
comunicación con ellos”.
¿Qué dice el
Magisterio de la Iglesia?
Un católico no
debe tener supersticiones, no son coherentes con la fe. El mismo Catecismo de
la Iglesia Católica deja clara la postura creyente frente a la superstición. El
contexto es el primer mandamiento: Amarás a Dios sobre todas las cosas.
Y nos dice,
este texto que transmite la fe de la Iglesia:
“El primer
mandamiento prohíbe honrar a dioses distintos del Único Señor que se ha
revelado a su pueblo”.
Claro, leemos
esto y pensamos enseguida en el politeísmo, en la idolatría, en la adoración de
otros dioses. Sin embargo, el Catecismo aclara que el primer mandamiento
también “proscribe la superstición”, que “representa en cierta manera una
perversión, por exceso, de la religión” (CEC 2110).
Y el Catecismo
dedica un número a explicar la superstición, el n. 2111:
“La
superstición es la desviación del sentimiento religioso y de las prácticas que
impone. Puede afectar también al culto que damos al verdadero Dios, por
ejemplo, cuando se atribuye una importancia, de algún modo, mágica a ciertas
prácticas, por otra parte, legítimas o necesarias. Atribuir su eficacia a la
sola materialidad de las oraciones o de los signos sacramentales, prescindiendo
de las disposiciones interiores que exigen, es caer en la superstición”.
Los
sacramentos no son mágicos
Como puede
verse, el Catecismo es valiente a la hora de hacer una denuncia profética no
solo de una superstición externa y pagana, que demuestra la superioridad del
cristianismo, sino del riesgo interno de vivir los sacramentos y los ritos
católicos de forma supersticiosa, con una actitud mágica.
Así que no solo
es negativo y reprobable creerse lo del número 13, los gatos negros, pasar
debajo de una escalera… sino también un entendimiento de este tipo de los
sacramentos y de los sacramentales de la Iglesia.
Porque, no
podemos negarlo, hay gente que entiende así el bautismo, la comunión, el agua
bendita, las bendiciones, la ceniza, etc.
¿Cuándo es
pecado la superstición?
La superstición
es objetivamente un pecado contra el primer mandamiento, como señala el
Catecismo. Contra Dios y la adoración que le debemos.
Por supuesto,
habría que tener en cuenta la imputabilidad en la persona, porque pueden darse
muchas circunstancias que intervengan.
Quizá alguien
es lo que ha recibido por formación, o lo que ve en el ambiente, o lo vive por
un miedo invencible… o nunca le ha oído a un sacerdote, a un catequista… hablar
sobre esto.
Pero sí lo es,
sin duda, en tanto que el pecado es una ofensa a Dios, la superstición lo es,
porque aparta nuestro corazón de Él.
El pecado
mortal “aparta al hombre de Dios, que es su fin último y su bienaventuranza,
prefiriendo un bien inferior” (CEC 1855). Y, al fin y al cabo, ¿no es precisamente esto la
superstición?
Claro, para que
se dé este pecado grave, se requiere que haya plena conciencia y entero
consentimiento, que sea una elección personal.
Luís Santamaría
Fuente: Aleteia