Diversos estudios están
demostrando que los pacientes religiosos presentan resultados diferentes en sus
enfermedades

Con
la evolución de la ciencia médica, los hombres entendieron que las enfermedades
no eran causadas por “dioses rebeldes”, o por otros pecados humanos, entonces
los antiguos sacerdotes perdieron sus puestos de curanderos y el cuidado de los
enfermos empezó a realizarse por los médicos.
Sin
embargo, incluso con esa separación, el matrimonio entre la medicina y la
fe siguió existiendo: los primeros hospitales de Occidente, por ejemplo,
fueron construidos por organizaciones o por órdenes religiosas y durante la
Edad Media, sobre todo, los médicos, con frecuencia, eran miembros del clero.
En
Brasil, en la época en la que el sistema de salud público no garantizaba el
acceso a la atención médica a todos los ciudadanos, las “Santas Casas”, hospitales
creados y mantenidos por la Iglesia, ofrecían cuidados médicos a aquellos que
no tenían posibilidad de pagar por su tratamiento y eran excluidos del sistema
de salud pública.
Mientras
tanto, con el avance de la ciencia y las tecnologías, la medicina se
transformó, el mecanismo de las enfermedades y las infecciones fueron
comprendidas mejor, nuevos medicamentos desarrollados y las técnicas
quirúrgicas se perfeccionaron. Enfermedades antes incurables empezaron a
tratarse, cirugías antes imposibles se volvieron cotidianas, el individuo que,
en el pasado, moría a los 60 años hoy sobrepasa los 80.
Con
esta rápida evolución en el área de salud, el matrimonio entre medicina y
religión parecía haber llegado a su fin: los médicos, en un número
considerable, comenzaron a ignorar las convicciones religiosas de los
pacientes, las administraciones de los hospitales y las Santas Casas pasaron a
la sociedad laica, la religión dejó de tener un papel primario en el proceso de
enfermedades o de tratamiento de los enfermos.
La
Iglesia, sabia y complaciente, no se rebeló por tener un papel secundario en
este complejo arte de curar. Asumió su lugar de proveedora de consuelo
emocional y espiritual a los pacientes, dejando el tratamiento específico de
las enfermedades a la ciencia, esperando que ésta siempre respete la ley
natural moral.
Sin
embargo, diversos estudios están demostrando que los pacientes religiosos
presentan resultados diferentes en sus enfermedades como hospitalizaciones
más cortas, menor consumo de analgésicos y menos incidencia en algunas
enfermedades.
Fueron
tantas las publicaciones que, en 2012, los investigadores de la Duke
University Medical Center, en Estados Unidos, realizaron una encuesta y
observaron que el número de estudios y publicaciones relacionando salud y
religiosidad se multiplicaban anualmente y observaron cuestiones interesantes
como menores índices de depresión, suicidio y abusos de sustancias como el
alcohol y las drogas entre personas de fe.
Solamente
estos datos ya serían lo suficientemente importantes, pero los estudios fueron
más allá: demostraron que la religiosidad influenció positivamente en el
desenlace de enfermeddes orgánicas como enfermedades cardiacas: personas
religiosas son menos propensas a tener enfermedades coronarias (infanto) y
cuando sucede, presentan menos secuelas tras el infarto.
Hipertensión:
estudios demostraron que personas religiosas tienen niveles menos de presión
arterial y riesgo menor de tener un accidente vascular cerebral (AVC o
derrame). Estudios también comprobaron que los individuos más religiosos tenían
menos posibilidad de desarrollar cáncer, o cuando la desarrollaban poseían
mejores condiciones de curación.
La
lista continúa, con resultados positivos observados en los casos de
enfermedades endocrinólogas, inmunológicas y hasta en el Alzheimer, pues estos
estudios subrayan que la Iglesia pronto dejará de ser secundaria para volver a
ser protagonista en esta pieza importante de la vida humana. Parece que el
matrimonio entre medicina y fe está en vías de reanudación, después del
divorcio cientificista (sólo la ciencia tiene respuestas para todo).
Con
todo esto, quien se beneficia somos todos nosotros seres psicosomáticos, es
decir, compuestos de cuerpo (soma) y alma (psique), merecedores de cuidado y
atención.
VANDERLEI DE LIMA/IGOR PRECINOTI
Fuente:
Aleteia