La fe de Hermann Scheipers se curtió en los horrores del nazismo y del comunismo, experiencias que le dieron una mirada firme sobre el tercer totalitarismo que consiguió «vaciar las iglesias»: el capitalismo
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Hermann Scheipers, sacerdote católico fallecido en 2016 |
A sus casi 98
años, en el momento en que Rainer Uphoff le realizó la entrevista, Hermann
Scheipers (1913-2016) conservaba la fe que lo sostuvo durante los años
más oscuros del siglo XX. Este sacerdote católico, nombrado «prelado de honor»
por Juan Pablo II en 2003, repasó su historia de persecución bajo el nazismo y el
comunismo, y reflexionó con claridad sobre el papel de la fe en la sociedad
actual.
«Mi compromiso
cristiano se ha tenido que curtir en los diferentes totalitarismos: primero, el
nacional-socialismo. Nos perseguían porque no aceptábamos la supremacía
de ningún hombre y, desde luego, no de Hitler», declaró Scheipers,
recordando cómo en 1937, tras la publicación de la encíclica de Pío XI Mit
Brennender Sorge («Con enorme preocupación»), los nazis comenzaron una
persecución abierta contra los católicos.
Después de eso
llegó el comunismo: «Nos perseguían porque no aceptábamos la supremacía de
Stalin ni la dictadura del proletariado». En la Unión Soviética, relataba, «se
asesinaba a los cristianos en los Gulags o se les privaba de derechos
civiles básicos, como ocurría en la Alemania comunista».
Tras la caída
del muro de Berlín, surgió una «serpiente invisible»: el capitalismo, que,
según él, «es el totalitarismo que consiguió vaciar las iglesias». «Un
sistema que produce tanta hambre en el mundo para el beneficio de unos pocos no
puede permitir que los valores cristianos tengan fuerza en la sociedad»,
remarcó.
Encontrar el
«contrapunto de luz»
Ingresó en el
campo de concentración de Dachau, Alemania, donde se concentraban «presos de
conciencia», principalmente comunistas y católicos. «Conocí lo peor y lo
mejor de lo que un hombre es capaz. Un sacerdote dijo que en Dachau te
convertías en criminal o en santo», relató.
Es allí
precisamente donde vivió una experiencia que marcaría para siempre su
ministerio. En el camino hacia la cámara de gas, cuando ya habían asesinado a
más de 3.000 sacerdotes, otro presbítero moribundo y famélico le
ofreció un pedazo de pan, el único que tenía ese día.
«Quise
rechazarlo, porque él lo necesitaba para sobrevivir, y yo iba a morir poco
después. Pero él insistió: 'Los apóstoles descubrieron la presencia del Señor
también al partir el pan'», recordaba Hermann la frase que le dijo su
compañero. «Lo acepté. Yo me salvé; él murió. Desde entonces, cada vez
que celebro la Eucaristía, veo en la consagración ese pan que me entregó»,
explicó.
En medio de la
brutalidad y el asesinato planificado, Scheipers reflexionó sobre la
resistencia moral que sobrevivía al horror: «Ser santo no es racional, el
amor no es racional». Pero para él, precisamente eso, junto con la fe,
constituyó el «contrapunto de luz» frente a la irracionalidad que dominaba el
campo de concentración.
«En todo
momento mantenía una profunda confianza en Dios. Él era responsable de
mi vida; no yo. Eso me daba un gran sosiego, incluso en los momentos
más difíciles. Sin fe, mi vida hubiera estado llena de amargura y
resentimiento», confesó.
«Yo quería
ser sacerdote donde más falta hacía»
Poco antes del
final de la guerra, mientras se escuchaba la artillería norteamericana, los
nazis ordenaron evacuar Dachau y pusieron en marcha las tristemente célebres
«marchas de la muerte», con el objetivo de ocultar el funcionamiento de los
campos y eliminar testigos. En medio del caos, un pabellón albergaba enfermos
altamente contagiosos que los capos comunistas se negaron a cuidar. Hermann
Scheipers recuerdó con fuerza: «Sólo los católicos estuvieron dispuestos a
sacrificar sus vidas para no abandonar a los moribundos».
Scheipers
aprovechó la entrevista para aclarar la relación entre la Iglesia y el nazismo,
afirmando que «fueron incompatibles y estuvieron enfrentados desde el
principio». Aunque la ideología nacionalsocialista y la doctrina católica
chocaban en aspectos fundamentales, la relación entre ambos fue más compleja:
coexistieron tensiones, momentos de negociación y, a la vez, persecuciones.
Según el sacerdote, la firma del concordato con los nazis no fue un acto de
colaboración, sino «un deber para defender el derecho a la libertad de culto».
En la práctica,
sin embargo, ese acuerdo, pronto vulnerado por el régimen, también otorgó
legitimidad internacional a Hitler en sus primeros años. Además, explicó, otros
países continuaron «tratando a Alemania con normalidad», mientras los nazis ya
perseguían a los católicos y habían roto todos los acuerdos. «Quienes acusan
a la Iglesia de colaboración lo hacen para ocultar sus propios desatinos en
aquella época», recalcó.
Tras la
liberación, Scheipers eligió seguir su vocación en la Alemania oriental bajo el
régimen comunista: «Yo quería ser sacerdote donde más falta hacía». La
persecución allí no era física como en Dachau, pero sí igual de opresiva: «Nos
privaban de derechos civiles básicos, e incluso existían filtros que impedían a
los jóvenes acceder a la educación si no participaban en rituales impuestos por
el régimen», aseguró.
El tercer
totalitarismo
Hermann
Scheipers también reflexionó sobre el capitalismo contemporáneo, al
que calificó de totalitarismo silencioso: «Se mete en la forma de pensar de las
personas como una serpiente invisible. Se propaga la libertad de religión, pero
a través de la propaganda se encargan de que se ridiculice». Según
él, los totalitarismos se vuelven más brutales si no existe una sociedad
organizada que los frene.
«Hitler empezó
insultando a los judíos y, al ver que esto se toleraba, fue avanzando hasta
llegar al exterminio», recordó. Para Scheipers, cuando la vida humana deja de
ser sagrada, cualquier atrocidad se vuelve posible. En el capitalismo actual,
observó, «el poder se va haciendo nuevamente señor sobre la vida y la muerte de
los hombres. Se acepta la eutanasia, el aborto, el hambre en el tercer
mundo. Unos pocos se enriquecen a costa de la vida de otros».
A sus casi cien
años, Scheipers mantuvo una mirada firme sobre la historia y el futuro,
consciente de que los desafíos de la humanidad exigen valentía y coherencia:
«Hoy, los cristianos seguimos siendo un estorbo para la pretensión de
los poderosos de dominar todos los aspectos de la vida de los hombres
–recalcaba–. Podemos optar por escuchar la llamada de la libertad o priorizar
el beneficio económico».
María Rabell García
Corresponsal en
Roma y El Vaticano
Fuente: El Debate