Entendemos que el pecado es una ofensa contra Dios y contra el prójimo, pero cuando se trata de pecados contra uno mismo, ¿tenemos claro cuáles pueden ser?
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MAYA LAB |
Hemos
estudiado, en el Catecismo de la Iglesia católica, que el pecado es una
falta en contra de Dios y del prójimo, hasta nos aprendimos el decálogo y los
mandamientos de la Iglesia. Pero quizá no hemos reflexionado suficiente sobre
los pecados que atentan contra uno mismo.
San Pablo es
muy claro
El Catecismo
nos muestra que san Pablo siempre fue muy directo en cuanto se refiere al tema
del pecado:
"La
variedad de pecados es grande. La Escritura contiene varias listas. La carta a
los Gálatas opone las obras de la carne al fruto del Espíritu: 'Las obras de la
carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería,
odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias,
embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo como ya
os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios'".
CEC 1852
Si analizamos
con cuidado, nos daremos cuenta de que en esta lista encontramos el daño
cometido en contra de la propia persona, porque todos son "pecados de la
carne"; es decir, atentan contra la integridad de quien los comente.
¿Qué pasa
con el la libertad y la voluntad del ser humano?
Por supuesto,
tenemos la libertad de decidir si cometemos el mal o hacemos el bien. Dios nos
ha dado voluntad para aceptarlo o rechazarlo, por eso dice el Catecismo:
"La raíz
del pecado está en el corazón del hombre, en su libre voluntad, según la
enseñanza del Señor: 'De dentro del corazón salen las intenciones malas,
asesinatos, adulterios, fornicaciones. robos, falsos testimonios, injurias.
Esto es lo que hace impuro al hombre' (Mt 15,19-20)".
CEC 1853
Pecar contra
el propio cuerpo
Sin embargo, en
estos tiempos de libertinaje sexual, tendríamos que preguntarnos ¿por qué hay
tanto desasosiego espiritual? La respuesta no debería sorprendernos, porque es
precisamente por los pecados contra el propio cuerpo.
Nuevamente, san
Pablo es duro; pero bien vale la pena tomar en cuenta sus reconvenciones:
"¿No saben
acaso que sus cuerpos son miembros de Cristo? ¿Cómo voy a tomar los miembros de
Cristo para convertirlos en miembros de una prostituta? De ninguna manera. ¿No
saben que el que se une a una prostituta, se hace un solo cuerpo con ella? Porque
dice la Escritura: Los dos serán una sola carne".
(1 Cor
6, 15-16).
En seguida,
viene la advertencia que más deberíamos apreciar para cuidarnos a nosotros
mismos
"En
cambio, el que se une al Señor se hace un solo espíritu con él. Eviten la
fornicación. Cualquier otro pecado cometido por el hombre es exterior a su
cuerpo, pero el que fornica peca contra su propio cuerpo"
(1 Cor
6, 17-18).
Y para consuelo
del pecador que se arrepiente, finaliza:
"¿O no
saben que sus cuerpos son templo del Espíritu Santo, que habita en ustedes y
que han recibido de Dios? Por lo tanto, ustedes no se pertenecen, sino que han
sido comprados, ¡y a qué precio! Glorifiquen entonces a Dios en sus
cuerpos".
(1 Cor
6, 19-20)
Procuremos
vivir así para nuestra paz espiritual en la tierra y la vida eterna en el
cielo.
Mónica Muñoz
Fuente: Aleteia