Le apasionaba la comunicación de eventos, pero Dios la guiaba; un testimonio en «La Antorcha»
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Isabel Paradinas/La Antorcha |
Isabel Pardinas, junto con su marido Alfonso, son padres de
siete hijos en la tierra y tres "en el Cielo". Con una economía
familiar no muy holgada, ella dejó de trabajar fuera de casa en un proceso de
mayor cercanía a Dios y de confianza en su Divina Providencia.
"Yo no conocía a Dios, me lo contaron mal. Para mí era un ser
etéreo al que yo rendía homenaje yendo a misa los domingos. Cuando tuve mi
primer encuentro con Él, lo empecé a tratar como persona. Y el Señor me
pidió un salto de fe", explica.
Su testimonio para La Antorcha, el vídeo y la
revista de la ACdP, habla de continuas dificultades y saltos al vacío… a los
que el Señor no ha dejado de responder.
- ¿Cuál es tu formación y en qué sector has desarrollado tu labor
profesional?
- Soy licenciada en Navarra, en Comunicación Audiovisual. Me fui
dos años al extranjero, cuando volví aterricé en Madrid, y desde el
principio estuve trabajando en el mundo de los eventos. Cuando tuve a
“Poty”, mi segundo hijo, viví un reencuentro con el Señor, porque yo
vengo de una familia católica practicante, pero había perdido bastante fuelle.
Después de llegar Gaby, mi tercer hijo, entré a trabajar en una consultora del
sector de los eventos.
Allí era yo era la única madre de una plantilla de cien
personas. Al mes de cambiarme, me vuelvo a quedar embarazada y para mí fue
algo muy avergonzante, hasta el punto de que me salté muchas citas médicas por
no quedar mal con aquella empresa.
- ¿Y cuándo empezaste a “no encajar”?
- Siempre he dicho que a mí el Señor me sacó del mundo
laboral a rastras. Me viene una imagen de Jesús tirando de mis
piernas como a modo carretilla, y yo resistiéndome, porque a mí me
gustaba, me iba la marcha. En ese momento, de alguna manera, Él me lo puso
muy fácil porque empecé a experimentar en la empresa un vacío, un apartarme de
las cosas… algo así como una humillación por la vida que yo estaba llevando.
Recuerdo que un director general me preguntó cómo estaba después de
haber dado a luz a mi hijo, y añadió: “Por el hijo no te pregunto, porque yo tengo
una cosa que se llama el síndrome de Herodes”. Aquello fue bastante
impactante.
Entonces reflexioné: Si el Señor me está enviando esta familia tan
bonita y el mundo me está rechazando ¿qué es lo que tengo que hacer?
Entonces busqué otro trabajo con un horario más decente: estuvieron de
acuerdo con esa idea y me incorporé. Pero nada más entrar me quedé
embarazada de mi quinta hija y, como aún no había cumplido los seis meses,
me despidieron. En cierto modo lo vi lógico.
Busqué después un trabajo que me dejara más tiempo libre y fue mi
pediatra quien me contrató para la Sociedad de Pediatría de Madrid y Castilla-
la Mancha. Luego llegó el COVID y al conocer el teletrabajo me dije que
era lo que mejor me iba como madre.
- ¿Y tu “retirada” progresiva del mercado laboral es porque tu
economía te lo permite?
- Pues no. Muchas veces me han preguntado si es que estamos
forrados... pero vivimos en una casa de alquiler de tres habitaciones,
nueve personas. Hacemos muchas renuncias, tenemos una especie de coche que no
da para más, veraneamos en Madrid, y ese tipo de cosas. He salido del
mercado laboral respondiendo a una petición de Dios para mí.
- ¿Y compensan esas renuncias?
- Una vez un hijo me preguntó: “Mamá ¿por qué nosotros no tenemos
cuidadora?” y dije: “Es que yo soy vuestra cuidadora ¿preferís tener una?” y me
dijo: “No, te prefiero a ti”. Me encanta mi vida: voy con el rulo y muchas
veces desfondada, pero es que no lo cambiaría por todo lo que tenía antes de
consideración profesional... No me ve nadie aquí… bueno me ve el Señor que
yo sé que lo valora y mucho, y con eso me basta. Él nos cuida.
- ¿Cómo os cuida Dios?
- El Señor me lo ha demostrado tantas veces que jamás dudaré de
que Él nos provee. Dios siempre da luces cortas, entonces es verdad que
vivimos muchas veces sin saber qué será de nosotros mañana. La previsión
que hago es la de pedirlo todo para empezar y dejar que nos lo dé.
Un ejemplo: necesitábamos llevar a nuestro cuarto hijo, con dos
años y medio, a la guardería. Se lo consultamos al Señor, y decidimos hacer a
nivel humano todo lo posible. Yo estaba en paro y eso hace que tengas cinco
puntos menos para acceder a una guardería pública. Lo intentamos y no lo
conseguimos en ninguna, y no teníamos recursos para una privada. Parecía que
era la voluntad de Dios.
Era agosto, y al acabar una misa se nos acerca el sacerdote y
nos dice que un matrimonio que se acaba de ir le ha dicho que está
montando una guardería privada. Fuimos buscando la guardería, la
encontramos y resultó que tenía plazas públicas, y nos adjudicaron una.
Lo mismo nos ocurrió con el coche. No teníamos uno en el que
cupiésemos toda la familia. Pensamos que a lo mejor el Señor quería que
usásemos dos o que no viajásemos. Tuvimos una luz y explicamos a los niños
que necesitábamos una furgoneta para la familia y se la íbamos a pedir a la
Virgen en una romería. Si nos la daba, el primer viaje sería a Fátima.
Mis hijos, evidentemente, se lo tomaron muy en serio y rezaron
como si no hubiera un mañana. Al acabar el rosario y montarnos en el coche,
tenía un mensaje de una familia que vendía una furgoneta a un precio
buenísimo porque necesitaban más espacio. La furgo la bautizamos como
“Fátima” y nuestro primer viaje fue allí para dar gracias.
- Entonces, ¿fiarse de Dios así no tiene algo de
“irresponsabilidad”?
- Para el mundo, nosotros somos unos irresponsables. Entiendo que
alguien que no ha vivido la Providencia no la pueda entender, pero yo no
hablo del Evangelio porque lo he leído, hablo porque lo he vivido en mi propia
carne.
Yo no conocía a Dios, me lo contaron mal. Para mí era un ser
etéreo al que yo rendía homenaje yendo a misa los domingos. Cuando tuve mi
primer encuentro con Él, lo empecé a tratar como persona. Y el Señor me pidió
un salto de fe.
Es cierto que estaba en paro, tenía cinco hijos y el sueldo
normalito de mi marido para la familia que éramos. Realmente no me quedaba otra
salida: o me deprimía o me fiaba y elegimos lo segundo. Quizá Él lo hizo así
porque me conoce y sabe cómo soy… pero cuando compruebas que Dios es tu
padre y que te ayuda te das cuenta de que es un chollo. Nuestra fe es un
chollo.
- ¿Hay que esperar a una situación límite para empezar?
Hay una canción que dice “Estoy a la puerta y llamo”. No dice “y
entro” porque el Señor es un caballero, está esperando que tú le dejes entrar.
Pero yo te garantizo que, si tú haces un ejercicio, aunque sea en la cama, en
el último momento antes de dormir, tapadito, diciendo: “Oye, si de verdad
existes, te doy permiso para que entres en mi casa” te garantizo que verás
los cambios. A aquellos que no lo conozcan, que oigan mi historia y digan:
“Esta pobre loca…”, les garantizo que se acordarán de esta entrevista el
resto de su vida porque a nosotros eso nos cambió la vida y a muchas otras
personas también.
- ¿Y desde entonces todo han sido facilidades?
- Para nada: más hijos, más cansancio, más problemas... no somos
una familia perfecta, somos una familia imperfectamente feliz que lucha
cada día por hacer las cosas mejor. Incluso los problemas nos han hecho
más felices: cuando llegó Migueltxo, el sexto, en la semana diecisiete, me
dijeron que venía con un síndrome muy grave, iba a ser sordo, con labio
leporino, la faz deformada... y había que ver otros problemas añadidos. La
médico que me dio la noticia no se podía creer mi reacción. No me propuso
abortar porque sabía que no lo iba a hacer, pero yo pensé: “Dios no se
equivoca nunca”. Y no te puedes imaginar qué cantidad de bendiciones nos trajo:
además de que nació con muchísimos menos problemas de los que nos habían
dicho, (aunque tiene algo de sordera, lleva tres cirugías y todavía le
quedan) ha sido fuente de amor y de unión familiar. Ha despertado en
sus hermanos una sensibilidad y una empatía que no teníamos, porque todo nos
iba fenomenal hasta que vieron que era un bebé deforme... pero nos ha entrenado
para creer en la Providencia.
Y el último en llegar ha sido Joselito, que a los diez días
de nacer le diagnosticaron una enfermedad grave que se llama fibrosis quística.
Cuando me lo dijeron estaba con una amiga porque nadie me había anunciado que
me iban a dar un mal diagnóstico. Llegamos al aparcamiento, me recosté en el
coche, cerré los ojos y dije: “Te alabo y te bendigo Señor porque no entiendo
nada, no sé qué pretendes, pero tú no te equivocas nunca y entiendo que
este niño es mi pan debajo del brazo”. Y así ha sido porque esta enfermedad
está tipificada como muy grave y el Estado te proporciona un sueldo hasta los
18 años, para que te dediques a su cuidado. Me ha parecido un regalazo porque
yo ya vivía con la lengua fuera intentando compatibilizar las pocas horas que
dedicaba a lo laboral con mi hijo anterior.
En mi vida ahora, no me muevo a más de doscientos metros, al
hospital, al colegio, a la farmacia, a la iglesia y poco más, pero estoy feliz.
Y también mi marido y yo acompañamos a otros matrimonios en su vida cristiana.
Sé que forma parte del plan de Dios y que Él no me ha pedido que lo haga
perfecto, me ha pedido que me entregue. Evidentemente, no nos faltan los
problemas, pero los llevas de otra manera cuando sabes que Dios es tu padre,
que te va a proveer, que tiene un plan para ti. Y si te dejas llevar por ese
plan es que no tienes dudas.
- ¿Crees que tu experiencia se puede elevar a categoría universal?
- Yo no estoy en contra de que la mujer trabaje fuera de casa,
yo he contado lo que el Señor me ha pedido a mí. La maternidad es una
vocación, ¿vale? Y aunque te canse, la vocación descansa, porque es una llamada
interior muy fuerte y el Señor te cuida. Sé que hay muchas mujeres que están
desoyendo esa vocación y que las haría mucho más felices, les daría mucha paz,
las llenaría. ¡Cuántas mujeres me han dicho a mí: “¡Yo habría tenido
hijos, o habría tenido más”!
Vida solo hay una y no quiero arrepentirme de no haber hecho lo
que llevaba dentro. Creo que muchas mujeres llevan esto dentro, pero se
dejan arrastrar por una situación o por el mundo.
Solo digo: “Si puedes, no te lo pierdas”, porque realmente puedes.
El mundo es carísimo, pero realmente no necesitamos casi nada. A lo mejor no
puedo ir al zoo o al cine porque cuesta una pasta la entrada de tanta gente,
pero tampoco siento que les esté robando nada a mis hijos. No necesitan
nada más que el amor de su familia y la unión de sus padres. Necesitan una
familia que los quiera, que esté unida y que sea feliz. Y yo en mi época
anterior no vivía así de feliz. Yo no me puedo extrapolar a nadie, pero más de
una mujer que conozco podría preguntarse si realmente su renuncia a la
maternidad la compensa y le da la paz que yo puedo presumir de tener.
Fuente: ReligiónenLibertad