El predicador de la Casa Pontificia ha centrado su tercera predicación de este tiempo fuerte en «La alegría de la Resurrección»
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CNS |
En su tercera predicación
cuaresmal sobre el tema «Saber resucitar. La alegría de la Resurrección», el
padre Roberto Pasolini, predicador de la Casa Pontificia, ha vuelto a ofrecer
profundas reflexiones sobre el significado de la Resurrección, presentándola
como una experiencia de amor transformadora, capaz de superar las dificultades
de la vida presente. Así, el experto biblista ha señalado que Jesús, recién
resucitado, «no siente la necesidad de culpar a nada ni a nadie de lo que ha
sucedido».
Al introducir su reflexión,
recogida por Vatican News, el predicador ha explicado que «mirar a la
Resurrección significa no dejarse abrumar por el miedo al sufrimiento y a la
muerte, sino mantener la mirada fija en la meta hacia la que nos guía el amor
de Cristo». Esto implica una renuncia importante: «Abandonar la convicción de
que es imposible resurgir de los fracasos y de las derrotas con un corazón
confiado, dispuesto a recomenzar y a reabrirse a los demás», especialmente a
quienes nos han herido. La bienaventuranza de una vida nueva se encuentra en quien
elige un «encuentro vivo y apasionado con el Resucitado», un encuentro que se
realiza en la comunidad pero respetando la singularidad de cada uno.
De esta forma, una actitud
fundamental que propone el padre Pasolini es «no ofenderse». Subraya que la
mayor sorpresa de los Evangelios radica en el testimonio de cómo el amor,
demostrado en la Resurrección de Cristo, puede levantarse después de una gran
derrota y continuar su camino imparable. A diferencia de nuestra tendencia a
buscar revancha tras un trauma afectivo, Jesús resucitado «no siente la
necesidad de vengarse de nada ni de nadie por lo sucedido, ni de afirmar su
superioridad sobre quienes han sido protagonistas o cómplices de su muerte». En
cambio, se manifiesta a sus amigos con sencillez y alegría.
El padre Pasolini ha afirmado, de
esta manera, que la Resurrección es «una experiencia de amor», no un mero acto
de poder divino. Este amor es capaz de dejar atrás el pasado, lo que no implica
que Dios sea insensible al sufrimiento. Más bien, enseña que «quien ama de
verdad no siente la necesidad de contar los agravios sufridos, porque la
alegría de lo vivido supera todo resentimiento, incluso cuando las cosas no han
ido como había imaginado».
Por lo tanto, «ofenderse cuando
las cosas no salen como se había previsto es inútil»; es más fructífero retomar
el camino del encuentro con confianza. Siguiendo el ejemplo de Cristo,
«permanecer libres incluso en las relaciones más difíciles es la única manera
de hacer resurgir la posibilidad de la vida a través del perdón auténtico,
capaz de regenerar los vínculos desgastados por el tiempo y el pecado». Solo
sin rencor nos convertimos en testigos de ese amor supremo.
Otra gran enseñanza de Cristo se
manifiesta en la forma como se revela a sus discípulos, pues «Jesús muestra
enseguida los signos de su pasión porque está completamente reconciliado con lo
que ha vivido y sufrido», deseando que sus amigos encuentren la paz y superen
la culpa. Esto revela que «solo cuando vemos en el rostro de aquel a quien
hemos ofendido o traicionado el signo de una paz auténtica, podemos esperar
encontrarnos en una comunión nueva, quizá más sólida, con él y con nosotros
mismos».
Sin embargo, «dejarse regenerar»
por la Resurrección no es fácil. El ejemplo de Tomás ilustra la parte de
nosotros que busca «una respuesta verdadera, capaz de sostenerse ante el
escándalo del dolor y de la pérdida». Tomás quería «tocar con su propia mano
las heridas del amor», exigiendo «una prueba concreta, un signo tangible de que
el dolor no ha sido borrado, sino atravesado y transformado». No obstante, esta
actitud no es un rechazo obstinado de la fe, sino una elección de «tomarse el
tiempo necesario para dejarse alcanzar por el amor de Cristo, hasta el punto de
poder tener una experiencia personal y profunda del mismo». La lección valiosa
es que «la alegría de la Resurrección pertenece a quienes tienen el valor de no
detenerse en una fe hecha de eslóganes e ideas preconcebidas».
Finalmente, la manifestación de
Jesús con «un cuerpo resucitado de entre los muertos» revela que nuestro
destino es «la resurrección de la carne, no sólo la salvación del alma».
Luís Rivas
Fuente: Ecclesia