A veces es muy fácil juzgar rápidamente, ver lo que alguien hizo y pensar inmediatamente que es una persona terrible y nuestro enemigo
![]() |
TetianaKtv | Shutterstock |
¿Con qué
frecuencia ves a alguien, ya sea en persona o en línea, y de inmediato sacas
conclusiones?
Esta tentación
está especialmente presente en las redes sociales , donde
vemos un titular de una noticia, o vemos una foto en Instagram y caracterizamos
inmediatamente a una persona o grupo de personas.
A menudo, esto
incluirá marcar a alguien como nuestro enemigo, en función de algo que hizo o
de lo que compartió en las redes sociales.
También
corremos el riesgo de hacer juicios rápidos cada vez que vamos a misa.
Vemos a alguien
y lo que lleva puesto, y al instante pensamos que algo malo le pasa. O podemos
enojarnos porque los hijos de alguien hacen ruido en la misa y condenarlos
inmediatamente por ser malos padres.
Hacer juicios
apresurados nunca es bueno y es un vicio que tendremos que corregir.
La cura
Además de la
confesión frecuente, San Francisco de Sales ofrece una cura en su Introducción
a la vida devota . Explica que el amor es la cura
para los juicios rápidos:
¿Qué remedio
podemos aplicar?... Bebed abundantemente del vino sagrado del amor, y
os curará de los malos temperamentos que os llevan a estos juicios
perversos. Lejos de buscar lo que es malo, el Amor teme encontrarlo, y cuando
tal encuentro es inevitable, cierra los ojos al primer síntoma, y luego, en su santa sencillez,
se pregunta si no fue simplemente una sombra fantástica la
que se cruzó en su camino en lugar del pecado mismo.
Llega incluso a
comparar los juicios precipitados con una “ictericia” espiritual:
Ciertamente, el
pecado de juzgar precipitadamente es una ictericia espiritual, que hace
que todo parezca mal a los que la padecen; y quien quiera curarse de
esta enfermedad no debe contentarse con aplicar remedios a los ojos o al
intelecto, sino que debe atacarla por medio de los afectos, que son como los
pies del alma. Si vuestros afectos son cálidos y tiernos, vuestro
juicio no será duro; si son amorosos, vuestro juicio será el mismo.
San Francisco
de Sales llega incluso a decir: “¿No debemos entonces juzgar a nuestro
prójimo?”, te preguntarás. Nunca, hijo mío. Es Dios quien juzga a los
criminales llevados ante un tribunal de justicia.
Dios no nos ha
designado como jueces, dispuestos a pronunciar nuestra propia opinión sobre las
acciones de las personas.
Sólo Dios
conoce los secretos de nuestros corazones y este conocimiento debe despertar en
nosotros la compasión y el amor hacia los demás.
¿No queremos
que los demás tengan una visión similar de nosotros? ¿No queremos que los demás
nos traten con indulgencia y sin juzgar nuestras acciones?
Nuestro trabajo
en la tierra no es el de dictar sentencias, sino el de tener compasión de
nuestros enemigos y orar por ellos. Es cierto que pueden haber hecho algo malo,
y a veces podemos hablar en contra de ello; pero nunca debemos condenarlos. Es
Dios quien juzga y dicta sentencias. Nosotros no somos Dios.
Philip Kosloski
Fuente: Aleteia