MIL CASOS DE NULIDAD, 40 AÑOS EN SUECIA Y TRADUCTOR DEL PAPA: «NOS HICIMOS MUY AMIGOS»

Jorge de Salas llegó al país escandinavo «porque necesitaban un canonista» y acabó, años después, acompañando a Francisco durante su visita por el 500 aniversario de Lutero

El sacerdote y canonista Jorge de Salas. Dominio público
Hace cuatro décadas, el obispo de Estocolmo le pidió al Opus Dei un sacerdote «que fuera canonista» para su diócesis. El hombre propuesto fue Jorge de Salas, profesor de Derecho Administrativo Canónico en la Universidad de Navarra, que hizo las maletas y marchó a rumbo a Suecia. Allí sigue, ahora de vicario judicial en la diócesis llevando todos los casos de nulidades matrimoniales, pero ha venido unos días a España a participar en Zaragoza en los actos del centenario de la ordenación sacerdotal de San Josemaría Escrivá de Balaguer.

— Cuéntenos un poco más cómo acaba usted en Suecia.

— Yo soy de aquí, de Zaragoza. Tengo ahora mismo 66 años y estudié en el colegio de los jesuitas. Aquí conocí el Opus Dei, y la verdad es que me encantó y me vinculé bastante joven. Empecé la carrera de Derecho en el 75, pero en el 77 me marché a hacer el tercer curso a Barcelona para poder recibir una formación más específica del Opus Dei. Y luego, después del servicio militar, me trasladé a Roma para ultimar los estudios de Filosofía y Teología y Juan Pablo II me ordenó sacerdote en 1983.

Después de la ordenación, regresé a la Universidad de Navarra para ultimar los estudios de Derecho Canónico y a hacer un doctorado en Derecho Canónico. La idea originaria era quedarme allí como profesor, y estaba empezando a dar clases cuando el obispo de Estocolmo —donde se había empezado la labor estable del Opus Dei— le pidió al vicario regional de la Obra un sacerdote «que sea canonista, porque necesito una persona que me ayude en para todo el tema tribunal matrimonial».

Me preguntaron si estaba dispuesto a irme a Suecia, porque yo le había escrito al prelado del Opus Dei diciéndole que contase conmigo para lo que hiciese falta, que me encantaría. Mi ilusión era ir a Nueva Zelanda, pero me dijeron ir a Suecia y fui encantado. Al principio fue muy duro, porque es un país muy bonito, muy diferente, muy moderno –bueno, al principio no era tan moderno–, pero fue un poco decepcionante ver que todo el modelo sueco de la socialdemocracia se estaba yendo abajo.

Me encontré un país retrasado, muy cerrado, «muy sueco», es decir, no había apenas inmigración, que vino después. Ahora, es todo diferente. Ahora es un país muy abierto, y la verdad es que es un sitio estupendo.

Acoger y escuchar

— Y, como vicario judicial de Estocolmo, le toca estudiar todos los casos de nulidades matrimoniales.

— Sí; habremos estudiado más de mil casos matrimoniales en 40 años. Es un trabajo pastoral de primer orden. Es importantísimo hacerlo bien. La gente ha sufrido mucho. Muchas, muchas personas que vienen a nuestro al tribunal lo han pasado muy mal, y por eso hay que acogerles, escucharles, ayudarles, entender y ver. Ver la verdad de las cosas. Yo estoy muy agradecido que, tanto el obispo anterior, como el obispo actual, que es el cardenal Anders Arborelius —un cardenal totalmente papable, por cierto— nos han dado todos los medios para poder realizar nuestro trabajo bien.

— En Suecia, la Iglesia católica es minoritaria...

— Es muy internacional. Es una Iglesia que ha crecido mucho en estos últimos años por la inmigración, y contamos con más de 80 nacionalidades diferentes.

— La idea que tenemos en España sobre Suecia es, quizás, la de un país muy materialista y poco espiritual. ¿Es así?

— Sí, sí, totalmente. La Iglesia luterana está muy secularizada. Funciona muy bien, pero no tiene ese arraigo, digamos, eclesial, pastoral, de llevar a las almas a Cristo. Conserva las iglesias preciosas, muy bonitas, que dan mucho apoyo a la gente. Pero a veces falta ese amor a Cristo, de llevarlo a las almas.

Hace unos años, pocos años, se hizo la conmemoración del 500 aniversario de la de la Reforma Luterana en la ciudad de Lund, al sur de Suecia. Se invitó al Papa Francisco, que accedió a venir entonces, y le dio otro carácter a esa celebración. Yo pienso que, si el Papa Francisco no hubiese venido, hubiese sido una celebración de unos pocos que hubiesen hablado muy bien temas teológicos y nada más. Pero cuando el Papa accedió venir a Lund, todo aquello se disparó, y vinieron más de 600 periodistas de todo el mundo. Fue realmente un acto precioso y ecuménico, en diálogo.

500 años de Lutero

— Algunos lo criticaron como un acto sincretista y que, de algún modo, «reconocía» la obra de Lutero...

— No, pero no fue así. No fue así. Nosotros dejamos muy claro desde el comienzo que no era una celebración. No se podía utilizar esa palabra ni ninguna parecida, sino que era una conmemoración; simplemente, conmemorar. Y, sobre todo, hay que pensar que este encuentro no solamente era para conmemorar los 500 años, sino también el 75 aniversario del comienzo del diálogo ecuménico que comenzó en la ciudad de Lund.

Los centenarios que la Iglesia luterana hizo de su propia Reforma siempre fueron «triunfantes». El 400 aniversario fue tremendo, porque vino el propio Bismarck, con todo ese nacionalismo alemán. Pero el año 500 fue un centenario de diálogo. Los textos son impresionantemente buenos y en un clima de amistad, en un clima de decir: Tenemos que dejar que el Espíritu Santo sople, nos lleve.

— Estuvo usted muy involucrado en el centenario, por lo que veo...

— Yo fui el traductor del Santo Padre, estuve todo el rato con él en ese viaje.

— ¡No me diga! No sabía yo ese detalle.

— Recuerdo que un obispo que iba en el coche con el Papa, en petit comité le dijo al Santo Padre: ¡Ya lo hemos hecho, ya lo hemos hecho! Y, ahora, ¿cuál es el siguiente paso? Y el Papa Francisco, le miró, se echó a reír y dijo a los presentes: Yo no soy el Espíritu Santo; no sé cuál es el siguiente paso, pero lo que hemos hecho está muy bien, y ahora hay que ir dando pequeños pasos.

El Papa me hizo muchísimas preguntas sobre la situación de la Iglesia en Suecia. Creo que le pude contestar a todo y tuvimos una conversación personal preciosa, y nos hicimos muy amigos, tanto que yo después lo he ido a visitar varias veces a Roma. He ido también con personas amigas o con grupos, y una vez le ofrecí un cuadro de San Ignacio que compré en una subasta. Al Papa le encantó.

En otro viaje siguiente, cuando le fui a saludar, me dijo: Jorge, cada vez que veo el cuadro que me regalaste rezo por ti. Y entonces me dijo que lo han limpiado en los Museos Vaticanos y lo habían datado en el 1600. Yo le dije que me encantaría ir a verlo, y me respondió que por supuesto. Yo te digo luego a qué hora puedes venir esta tarde, me contestó. Después, en un momento concreto, me dice: Ven a las 15:15. Y fui a Santa Marta a las 15:15. Me estaba esperando.

— Teniendo tanta cercanía con el Papa Francisco, y perteneciendo usted al Opus Dei, quizás le habrán extrañado todos los cambios que ha estado llevando a cabo el Santo Padre con la Obra...

— Me parece a mí que no es tanto el Santo Padre el que se mete en esas cosas, sino que él confía en juristas del Vaticano. El Santo Padre tiene una gran devoción por San Josemaría, pero además una devoción que viene de años. Tiene varios amigos, muy amigos, del Opus Dei. En concreto, el Procurador de la Obra, Carlos Nannei, es un íntimo amigo del Papa. Yo también le conozco mucho, y cuando se lo dije al Santo Padre, me dice en plan de broma: ¡Uy, evita las malas compañías!

El Papa valora mucho al Opus Dei, pero mucho. En la situación jurídica hay cosas que a lo mejor merece la pena cambiar, o no; no lo sé. Esa no es mi especialidad de Derecho Canónico. Va a haber un congreso especial con varios juristas que saben mucho de Derecho Canónico por parte de la Prelatura y otros del Vaticano después de la Semana Santa donde se van a aprobar los estatutos para presentarlos para la aprobación del Dicasterio del Clero. Después, tendrá que se el Papa quien dé el visto bueno final.

Álex Navaja

Fuente: El Debate