![]() |
El sacerdote y canonista Jorge de Salas. Dominio público |
—
Cuéntenos un poco más cómo acaba usted en Suecia.
— Yo soy de aquí, de Zaragoza. Tengo
ahora mismo 66 años y estudié en el colegio de los jesuitas. Aquí conocí el
Opus Dei, y la verdad es que me encantó y me vinculé bastante joven. Empecé la
carrera de Derecho en el 75, pero en el 77 me marché a hacer el tercer curso a
Barcelona para poder recibir una formación más específica del Opus Dei. Y
luego, después del servicio militar, me trasladé a Roma para ultimar los
estudios de Filosofía y Teología y Juan
Pablo II me ordenó sacerdote en 1983.
Después de la ordenación, regresé a la Universidad
de Navarra para ultimar los estudios de Derecho Canónico y a hacer un doctorado
en Derecho Canónico. La idea originaria era quedarme allí como profesor, y
estaba empezando a dar clases cuando el obispo de Estocolmo —donde se había
empezado la labor estable del Opus Dei— le pidió al vicario regional de la Obra
un sacerdote «que sea canonista, porque necesito una persona que me ayude en
para todo el tema tribunal matrimonial».
Me preguntaron si estaba
dispuesto a irme a Suecia, porque yo le había escrito al prelado del Opus Dei
diciéndole que contase conmigo para lo que hiciese falta, que me encantaría. Mi
ilusión era ir a Nueva Zelanda, pero me dijeron ir a Suecia y fui encantado. Al
principio fue muy duro, porque es un país muy bonito, muy diferente, muy
moderno –bueno, al principio no era tan moderno–, pero fue un poco
decepcionante ver que todo el modelo sueco de la socialdemocracia se estaba
yendo abajo.
Me encontré un país retrasado,
muy cerrado, «muy sueco», es decir, no había apenas inmigración, que vino
después. Ahora, es todo diferente. Ahora es un país muy abierto, y la verdad es
que es un sitio estupendo.
Acoger y escuchar
— Y, como
vicario judicial de Estocolmo, le toca estudiar todos los casos de nulidades
matrimoniales.
— Sí; habremos estudiado más de
mil casos matrimoniales en 40 años. Es un trabajo pastoral de primer orden. Es
importantísimo hacerlo bien. La gente ha sufrido mucho. Muchas, muchas personas
que vienen a nuestro al tribunal lo han pasado muy mal, y por eso hay que
acogerles, escucharles, ayudarles, entender y ver. Ver la verdad de las cosas.
Yo estoy muy agradecido que, tanto el obispo anterior, como el obispo actual,
que es el cardenal Anders Arborelius —un
cardenal totalmente papable, por
cierto— nos han dado todos los medios para poder realizar nuestro trabajo bien.
— En
Suecia, la Iglesia católica es minoritaria...
— Es muy internacional. Es una
Iglesia que ha crecido mucho en estos últimos años por la inmigración, y
contamos con más de 80 nacionalidades diferentes.
— La idea
que tenemos en España sobre Suecia es, quizás, la de un país muy materialista y
poco espiritual. ¿Es así?
— Sí, sí, totalmente. La Iglesia
luterana está muy secularizada. Funciona muy bien, pero no tiene ese arraigo,
digamos, eclesial, pastoral, de llevar a las almas a Cristo. Conserva las
iglesias preciosas, muy bonitas, que dan mucho apoyo a la gente. Pero a veces
falta ese amor a Cristo, de llevarlo a las almas.
Hace unos años, pocos años, se
hizo la conmemoración del 500 aniversario de la de la Reforma Luterana en la
ciudad de Lund, al sur de Suecia. Se invitó al Papa Francisco,
que accedió a venir entonces, y le dio otro carácter a esa celebración. Yo
pienso que, si el Papa Francisco no hubiese venido, hubiese sido una
celebración de unos pocos que hubiesen hablado muy bien temas teológicos y nada
más. Pero cuando el Papa accedió venir a Lund, todo aquello se disparó, y
vinieron más de 600 periodistas de todo el mundo. Fue realmente un acto
precioso y ecuménico, en diálogo.
500 años de Lutero
— Algunos
lo criticaron como un acto sincretista y que, de algún modo, «reconocía» la
obra de Lutero...
— No, pero no fue así. No fue
así. Nosotros dejamos muy claro desde el comienzo que no era una celebración.
No se podía utilizar esa palabra ni ninguna parecida, sino que era una
conmemoración; simplemente, conmemorar. Y, sobre todo, hay que pensar que este
encuentro no solamente era para conmemorar los 500 años, sino también el 75
aniversario del comienzo del diálogo ecuménico que comenzó en la ciudad de
Lund.
Los centenarios que la Iglesia
luterana hizo de su propia Reforma siempre fueron «triunfantes». El 400
aniversario fue tremendo, porque vino el propio Bismarck, con todo ese
nacionalismo alemán. Pero el año 500 fue un centenario de diálogo. Los textos
son impresionantemente buenos y en un clima de amistad, en un clima de decir: Tenemos que dejar que el Espíritu Santo sople,
nos lleve.
— Estuvo
usted muy involucrado en el centenario, por lo que veo...
— Yo fui el traductor del Santo
Padre, estuve todo el rato con él en ese viaje.
— ¡No me
diga! No sabía yo ese detalle.
— Recuerdo que un obispo que iba
en el coche con el Papa, en petit comité le
dijo al Santo Padre: ¡Ya lo hemos hecho,
ya lo hemos hecho! Y, ahora, ¿cuál es el siguiente paso? Y el Papa
Francisco, le miró, se echó a reír y dijo a los presentes: Yo no soy el Espíritu Santo; no sé cuál es el
siguiente paso, pero lo que hemos hecho está muy bien, y ahora hay que ir dando
pequeños pasos.
El Papa me hizo muchísimas
preguntas sobre la situación de la Iglesia en Suecia. Creo que le pude
contestar a todo y tuvimos una conversación personal preciosa, y nos hicimos
muy amigos, tanto que yo después lo he ido a visitar varias veces a Roma. He
ido también con personas amigas o con grupos, y una vez le ofrecí un cuadro de San Ignacio que compré en una subasta.
Al Papa le encantó.
En otro viaje siguiente, cuando
le fui a saludar, me dijo: Jorge, cada
vez que veo el cuadro que me regalaste rezo por ti. Y entonces me dijo que
lo han limpiado en los Museos Vaticanos y lo habían datado en el 1600. Yo le
dije que me encantaría ir a verlo, y me respondió que por supuesto. Yo te digo luego a qué hora puedes venir esta
tarde, me contestó. Después, en un momento concreto, me dice: Ven a las 15:15. Y fui a Santa Marta a las
15:15. Me estaba esperando.
—
Teniendo tanta cercanía con el Papa Francisco, y perteneciendo usted al Opus
Dei, quizás le habrán extrañado todos los cambios que ha estado llevando a cabo
el Santo Padre con la Obra...
— Me parece a mí que no es tanto
el Santo Padre el que se mete en esas cosas, sino que él confía en juristas del
Vaticano. El Santo Padre tiene una gran devoción por San Josemaría, pero además
una devoción que viene de años. Tiene varios amigos, muy amigos, del Opus Dei.
En concreto, el Procurador de la Obra, Carlos
Nannei, es un íntimo amigo del Papa. Yo también le conozco mucho, y cuando
se lo dije al Santo Padre, me dice en plan de broma: ¡Uy,
evita las malas compañías!
El Papa valora mucho al Opus Dei,
pero mucho. En la situación jurídica hay cosas que a lo mejor merece la pena
cambiar, o no; no lo sé. Esa no es mi especialidad de Derecho Canónico. Va a
haber un congreso especial con varios juristas que saben mucho de Derecho
Canónico por parte de la Prelatura y otros del Vaticano después de la Semana
Santa donde se van a aprobar los estatutos para presentarlos para la aprobación
del Dicasterio del Clero. Después, tendrá que se el Papa quien dé el visto
bueno final.
Álex Navaja
Fuente: El Debate