Campeón de
la última Eurocopa con España, da testimonio de Cristo con sencillez y
naturalidad: «Las victorias y las derrotas no definen mi vida»
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OSV News. Lee Smith. Reuters |
Luis de la
Fuente (Haro, 1961) es un hombre de fe. También, y obviamente, de deporte, pues
hablamos ni más ni menos que del actual campeón de Europa y de la Liga de las Naciones.
Dicen quienes mejor le conocen que el seleccionador nacional de fútbol es un
hombre íntegro, que no se pone la careta de la fe y la careta del deporte, y su
éxito lo confirma, pues no parece posible la excelencia sin remar hacia delante
con todo lo que uno es. Y don Luis es, ante todo, un convencido de los valores
para todo. Devoto de la Hermandad del Cachorro, su vida y obra están marcadas por
esta vocación doble, pero unitaria: la de servir a su país y vivir una fe
cristiana con coherencia y sencillez. También de manera valiente, en un mundo
tan expuesto como el de la élite del deporte. Desde la excelencia en su
profesión, y sin él pretenderlo, se ha convertido en un ejemplo de cómo vivir
la religión sin complejos y ser un mejor profesional gracias a ella.
—¿Qué
valores, tanto humanos como deportivos, señalaría como claves en su éxito
dentro de un mundo tan competitivo como el del fútbol profesional?
—Lo primero que quiero destacar es que no se debe separar lo humano de lo
deportivo. En mi opinión, la base del éxito radica en una preparación adecuada,
tanto en lo profesional como en lo personal. En mi caso, mi carrera en el
fútbol ha sido un proceso continuo de aprendizaje, de adquirir experiencia y
conocimientos que me permiten aportar lo mejor de mí, tanto como entrenador
como ser humano.
Pero el
verdadero valor de todo esto radica en los principios con los que trabajamos.
Mi labor no se limita a entrenar jugadores, sino a formarlos como personas. Un
buen futbolista no solo debe ser talentoso, sino también poseer una formación
integral que lo convierta en un buen ser humano. Cuando trabajas con distintos
perfiles y personalidades, lo primero que debes hacer es ganarte su respeto y
confianza, porque si no eres una persona de valores, no vas a ser capaz de
dirigir a nadie.
En mi
experiencia, el fútbol es mucho más que una cuestión técnica. Es una constante
interacción entre lo individual y lo colectivo, y por eso mismo es crucial que
los jugadores comprendan que el trabajo en equipo, el respeto y la humildad son
claves no solo para el éxito, sino también para el crecimiento personal. Si
logramos generar este tipo de dinámicas dentro del grupo, los resultados
positivos, tanto en lo deportivo como en lo humano, se dan de forma
natural.
—Desde
fuera, parece un mundo complicado, en un contexto de mucho dinero y fama, ¿cómo
cree que afecta esto a los jugadores? ¿Se podría decir que el fútbol es el
deporte rey, pero también el menos deportivo?
—No comparto esa visión. Creo que, aunque se hagan eco de algunos aspectos
negativos del fútbol, como la especulación económica o la obsesión por la fama,
el fútbol sigue siendo una escuela de valores. La solidaridad, el esfuerzo, el
trabajo en equipo y la generosidad siguen siendo fundamentales, y es importante
que esto sea lo que prevalezca en la práctica del deporte.
Es cierto que
el dinero y la fama pueden distorsionar ciertas perspectivas, pero, en mi
experiencia, el fútbol tiene muchísimo más de positivo que de negativo. Hay
jugadores, técnicos y profesionales que viven y transmiten los valores
auténticos de este deporte. La pasión por el juego, la entrega por el equipo y
la solidaridad siguen siendo la columna vertebral de lo que debe ser el fútbol.
Aunque el
negocio y el nivel de exposición mediática han aumentado considerablemente, no
debemos perder de vista que el fútbol sigue siendo una vía para enseñar y
transmitir principios valiosos. Las historias de superación y sacrificio
continúan presentes, aunque, por supuesto, hay otros elementos que intentan
empañar esa esencia. Pero lo que nosotros, los profesionales del fútbol,
debemos hacer es poner en valor esos aspectos positivos, dentro y fuera del
campo. El fútbol puede seguir siendo una plataforma de buenas enseñanzas, pero
depende de nosotros que lo sea.
—¿Qué
responsabilidad se impone usted como entrenador ante los peligros que se
encuentran los jóvenes que destacan en el mundo del fútbol?
—En mi opinión, va más allá de ser entrenador, sobre todo en las categorías más
pequeñas, donde el técnico también tiene un componente importante como
formador. Creo que hay que empezar a educar a esos jóvenes futbolistas en esos
valores para que más adelante no se confundan. Así, cuando tengan la
posibilidad y lleguen a cierto nivel en el que seguramente tengan económica y
mediáticamente más repercusión y reconocimiento, no pierdan de vista la
realidad. Que verdaderamente tengan los pies en el suelo y no se equivoquen a
la hora de tomar decisiones. Y entiendan que todo es muy efímero y que tanto el
dinero como la fama pueden pasar, pero lo que no pasa es la calidad humana.
—¿Cómo se
gana uno la confianza de los futbolistas en un ambiente con tanto foco y tan
abonado a las polémicas?
—La confianza se gana con sinceridad, respeto y honestidad. En un mundo
tan expuesto, la transparencia es fundamental. Los futbolistas necesitan
sentirse seguros y saber que todo lo que hago como entrenador está orientado a
su crecimiento. Si los jugadores ven que estás ahí para mejorarlos como
personas y futbolistas, eso crea una relación sólida. Desde luego, todo esto
debe basarse en el respeto mutuo, porque no solo se trata de ganar partidos,
sino también de trabajar con personas. Al final, el fútbol es un deporte
colectivo, y la cohesión y el respeto son esenciales para lograr los objetivos.
Por tanto, creo
que es clave para ganar la confianza de los futbolistas hacerles entender que
estamos en esto juntos. Ellos deben saber que mi interés no solo está en que
ganemos, sino en que crezcan como profesionales y como personas. Y este es un
proceso constante, donde la comunicación abierta y sincera juega un papel
fundamental.
—¿Cómo ha
sido su camino de fe en la vida?
—Vengo de una familia católica, y eso ha sido un pilar en mi vida desde
pequeño. Mis padres me transmitieron valores cristianos que he ido
fortaleciendo a lo largo de los años. No fue algo impuesto; lo elegí
libremente, con total conocimiento de lo que significaba. Para mí, la fe es una
fuente de fortaleza y serenidad. Me da claridad para tomar decisiones, me guía
en mi día a día y me permite ser coherente con mis principios.
Hoy en día, ser
un testimonio cristiano en el mundo del deporte no siempre es fácil, pero
tampoco me preocupa. Como digo siempre, somos libres para elegir el camino que
queramos. Lo único que pido es respeto, porque yo también doy respeto a los
demás. Vivir mi fe con coherencia me da seguridad para tomar decisiones, no
solo en mi carrera como entrenador, sino en todos los aspectos de mi vida.
También me
ayuda a mantener el equilibrio emocional, especialmente en un entorno como el
fútbol, donde todo está en constante cambio. Las victorias y derrotas, aunque
importantes, no definen mi vida. Lo que realmente importa es que esté alineado
con mis principios y que mantenga una conducta coherente en todas mis acciones,
dentro y fuera del campo.
—En su
experiencia, ¿cómo el mundo del deporte, y el fútbol en particular, le hace ser
mejor cristiano? ¿Y viceversa?
—El deporte, en general, me enseña a ser mejor persona, porque trabaja los
valores de la disciplina, la constancia y el sacrificio. Como cristiano,
intento llevar esos principios también a mi vida diaria. La evaluación
constante de mi comportamiento, tanto en lo personal como en lo profesional, me
permite crecer cada día.
Creo que tanto
el deporte como la fe son círculos que se alimentan mutuamente. Si uno se rige
por valores como el respeto, la honestidad y la solidaridad, tanto en el campo
como fuera de él, esas buenas acciones se multiplican y se reflejan en las
relaciones con los demás. Mi vida cristiana me da una perspectiva más amplia y
profunda de lo que realmente importa. Si uno vive con el propósito de ser mejor
persona, de actuar con honestidad y de servir a los demás, ese mismo enfoque se
traslada a su trabajo y a su trato con los demás.
—¿Se puede
cambiar el mundo siendo entrenador de fútbol? Tienen ustedes un gran altavoz
para transmitir sus mensajes…
—No sé si se puede cambiar el mundo, pero lo que sí creo es que nuestro
comportamiento puede ser un ejemplo para muchos, especialmente para los más
jóvenes. Como figuras públicas, los entrenadores tenemos una gran
responsabilidad, no solo en el ámbito profesional, sino también en lo social.
La forma en que nos comportamos, cómo tratamos a los demás y qué valores
representamos puede influir en aquellos que nos siguen. No hablo solo de la
exposición mediática, sino también de cómo tratamos a los jugadores, cómo les
enseñamos a ser mejores personas, no solo futbolistas. El fútbol es solo un
reflejo de la sociedad, y debemos ser conscientes de lo que representamos.
La
responsabilidad de los entrenadores no termina con la táctica o la formación
técnica, sino que también incluye una dimensión educativa. Lo que los jóvenes
ven y escuchan, las decisiones que tomamos y el ejemplo que damos, todo eso
influye más de lo que imaginamos. Por eso, debemos ser responsables y
coherentes con lo que representamos.
—Ha dicho
que prefiere un equipo de buenas personas antes que de buenos jugadores. ¿Qué
significa para usted eso?
—Algo parecido, noexactamente eso: prefiero buenos profesionales, pero que
además sean buenas personas. Un futbolista debe ser un gran profesional, pero
la humanidad es igualmente importante. La forma en que se comportan dentro y
fuera del campo, cómo interactúa con el resto del equipo, tiene un impacto
directo en el rendimiento colectivo.
Creo que ser
buena persona facilita la convivencia en un equipo. Cuando digo que prefiero un
equipo de buenas personas, me refiero a que la calidad humana debe ser una base
sobre la que construir el éxito deportivo. Un buen equipo no solo se forma por
sus habilidades técnicas, sino por la química y el respeto mutuo entre los
jugadores. Es la confianza y el sentido de comunidad lo que marca la diferencia
en momentos clave.
—Hasta el
momento, su trayectoria profesional al frente de la Selección es de un éxito
tremendo, pero es consciente de que, cuando lleguen los malos resultados, el
entrenador será el más expuesto. ¿Cómo se prepara para estos momentos de cruz
profesional a través de la espiritualidad?
—Toda esta formación y valores me ayudan a entender la vida de una determinada
manera. Creo que el equilibrio es lo más importante en esta respuesta. El
éxito, como decía anteriormente, es efímero. Puede pasar que trabajemos muy
bien, pero que no se alcancen los objetivos por diferentes circunstancias. Lo
que no tiene que existir es un desequilibrio. Ni pensar que cuando ganas eres
el mejor, ni porque pierdas te conviertes en el peor. En el equilibrio es donde
radica el éxito, al igual que en entender que todo es pasajero. También creo
que es vital dar todo para intentar conseguir un objetivo y con eso la
conciencia siempre estará tranquila.
Luís Rivas
Fuente:
Ecclesia