Quizá pensemos que si pedimos un milagro no lo recibiremos porque ya no existen, como en tiempos de Jesús, pero para ello hay ciertas condiciones
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En toda la
historia existen verdaderos milagros. Un milagro es la intervención de Dios.
Podemos decir que, por amor, Él hace una excepción para aquello que supera
nuestra naturaleza y comprensión.
Milagro es una
prueba de Dios, una práctica exclusiva de su amor omnipotente, que forma parte
de un plan mayor. El Señor no quiere mimar a sus hijos, sino salvarlos; luego,
todo milagro forma parte de su plan salvífico.
A continuación
un pequeño “diagnóstico”, en seis partes, del porqué el milagro que necesitas
no ha llegado.
1. No clamar
por milagros
Parece obvio,
pero muchos no alcanzan milagros porque no los piden, aunque existan gracias
que conseguimos sin pedir.
Un ejemplo muy
claro de eso es el sol naciente cada mañana. “Su Padre celestial, que hace
salir su sol sobre justos e injustos” (cf. Mt 5,45).
Es necesario
clamar por un milagro si lo quieres. Muchas personas pierden su tiempo
lamentándose, reclamando, pero se olvidan de que Dios lo puede todo, en todo y
en todos.
Toma ese tiempo
que pasas reclamando o murmurando y hazle una oración a Aquel para quien nada
es imposible. Ofrece tus lágrimas en oración, Él te oirá.
2. No tener
fe
"Yo les
aseguro: si tienen fe y no vacilan, no solo harán lo de la higuera, sino que si
aún dicen a este monte: 'Quítate y arrójate al mar', así se hará. Y todo cuanto
pidan con fe en la oración, lo recibirán" (Mt 21,
21-22).
Si ya estamos
clamando, pero no logramos alcanzar el milagro, puede ser que nos esté faltando
fe. En Hebreos, está una magnífica definición: “La fe es garantía de lo que se
espera; la prueba de las realidades que no se ven. Por ella fueron alabados
nuestros mayores” (Hb 11, 1-2).
El buen
testimonio justamente es esa intervención divina.
Clamar un
milagro con fe es tener la certeza de que solamente Dios es capaz de hacerlo,
pues si dependiera exclusivamente de la mano humana, nada sucedería.
3. No
perseverar
Somos de la
generación del Fast food y del Internet sin límites, donde, en
todo momento, buscamos lo ilimitado. Generación de alta tecnología y muchas
facilidades, donde estamos acostumbrados al ahora, donde nada tarda.
Sin embargo, la
lógica divina no ha cambiado, ni todo es espontáneo. ¿Cuántas personas han sido
curadas de enfermedades después de años de que su familia se arrodillara y
clamara por un milagro?
Para entender
la lógica de Dios, aprendemos con Jesús:
"Después
le enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse: 'En
una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en
la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: Te ruego que me
hagas justicia contra mi adversario'.
Durante mucho
tiempo el juez se negó, pero después dijo: 'Yo no temo a Dios ni me importan
los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no
venga continuamente a fastidiarme'
Y el Señor
dijo: 'Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus
elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar?
Les aseguro que
en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del
hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?'":
Cuando queremos
algo, de hecho, ¿no luchamos por ello? Así es en el mundo espiritual. Al
persistir en la oración, vamos tomando conciencia más y más de que Dios es el
único capaz de realizarlo, y nuestra fe crece.
4. No saber
cómo pedir
Si incluso con
fe y perseverancia el milagro aún no ha llegado, es porque estás pidiéndolo de
manera equivocada.
El milagro no
viene a partir de una fórmula o de un orden, de un rito. El “cómo” es una
manera de pedir, y el pedir es saber que el milagro depende solamente de Él, de
cualquier manera.
Es necesario
saber reconocer totalmente (mente, palabra y corazón) que solamente el Señor
puede darnos el milagro.
5. Superar
la prueba antes de que ocurra el milagro
El sufrimiento,
la tribulación, la enfermedad, cualquier adversidad que suceda no es voluntad
de Dios, pero Él lo permite, como lo permitió a Job, para que podamos crecer
con esos episodios de vida. Él como Padre, permite la adversidad, para que
crezcamos en lo sobrenatural.
Eso es muy
concreto, por ejemplo, en la cura interior, cuando muchos, tras perdonar a una
persona, logran la apertura a una cura física o logran tener fe lo suficiente
para interceder ante un imposible para su familia.
6. No es
voluntad de Dios que ese milagro ocurra
Qué difícil es
reconocer eso. Pero es una verdad tremenda. Él es amor y quiere nuestro bien.
Lo que pensamos que es bueno para nosotros puede no ser un bien real, y Dios lo
sabe. “Porque no son mis pensamientos sus pensamientos”. (Is 55,
8)
Jesús, al decir
eso, explica: “Si, pues, ustedes, siendo malos, saben dar cosas buenas a sus
hijos, ¡cuánto más su Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que
se las pidan!” (Mt 7,11).
Luego, Él no nos lo concede y no entendemos, lo importante aquí es no ser como niños caprichosos, sino que podamos reconocer y madurar en nuestra entrega a Él, y reconocer que más importante que los milagros del Señor es el Señor de los Milagros, que ya hizo el mayor milagro que fue nuestra salvación por su Pasión y Resurrección, y nos concede el precioso milagro de la Eucaristía en cada misa.
Cançao Nova
Fuente: Aleteia