COMENTARIO AL EVANGELIO DE NUESTRO OBISPO D. JESÚS VIDAL: "FELICES"

Quién de entre nosotros no quiere ser feliz? Pero ¿dónde se encuentra la felicidad?

Dominio público
Algunos me dirían que en el dinero, en tener muchos bienes materiales, casas, coches, capacidad de viajar y hacer todo lo que me apetezca… El colmo de este camino sería que nos tocara la lotería... 

Pero realmente no es así, pues sabemos de muchos que tienen dinero en gran cantidad y, sin embargo, no son felices, sino que están cargados de miedos y preocupaciones. El dinero viene siempre acompañado del miedo a perderlo y el agobio por protegerlo y aumentarlo.

Otros, entonces, dirían que la felicidad es la acumulación de placer o, al menos, la ausencia de sufrimiento. Piensan que, quitando de su horizonte lo que les causa sufrimiento, ya sea una persona, o una enfermedad o el miedo a padecerla, o los conflictos que nos amargan la existencia, encontraré la paz y así la felicidad. Pero tampoco es así, porque esta es una definición negativa de felicidad. 

Si apartamos todo de nuestro lado, puede que en un primer momento alcancemos algo de paz, pero pronto nos damos cuenta de que lo que nos hace sufrir no está solo fuera, sino que también lo llevamos dentro, con nosotros. Además, por ese camino acabaríamos en la soledad más profunda. Y cuando esta soledad no es libre y habitada, será causa de tristeza y amargura.

Entonces, ¿dónde encontrar la felicidad? La felicidad está en ser amado, es más, la felicidad está en amar. En el Evangelio, Jesús nos dice que felices son los pobres, los que tienen hambre, los que lloran o los que son rechazados a causa del evangelio. ¿Es esto verdad? La razón está en lo que sigue: porque ellos serán saciados, serán consolados, y suyo es el Reino de los Cielos. 

Serán felices, porque en su pobreza, podrán encontrarse a Aquel que los ama siempre y en cualquier circunstancia. Por contra, los que están saciados o los que se ríen victoriosos y henchidos de sí mismos, creen que se bastan y no necesitan de nadie. Este es camino de perdición y fracaso que conduce irremediablemente a la soledad y la tristeza.

Esta semana estamos celebrando, en torno a fiesta de san Valentín, la semana del matrimonio. Celebramos con alegría la vida de aquellos que han perseverado en la fidelidad y celebran sus bodas de oro y de plata. Y acompañamos a aquellos que por alguna causa no pueden celebrarlo, pues viven el dolor de la separación. El matrimonio es una vocación preciosa. Una llamada de Dios a ser testigos de su amor al mundo en fidelidad generativa y fecunda. Nos alegramos con tantos jóvenes que están abiertos a esta llamada y acogen la propuesta que Dios les hace de fundamentar su unión en el amor de Jesucristo. 

Y les decimos que queremos acompañarlos. Que la boda no sea el final de un camino, sino el principio de una senda de felicidad que se descubre es cierto, en medio de alegrías y sufrimientos en los que el amor conyugal se va anudando: un amor fiel, un amor único, un amor que se da en la alteridad del hombre y la mujer, radicalmente distintos, irreductibles el uno al otro, y absolutamente iguales en su dignidad. Hoy quiero deciros, bienaventurados los que se casan por la Iglesia y celebran su unión en el Señor, poniéndole a él como fundamento. En él encontrarán la esperanza y la fortaleza para perseverar en la fidelidad y crecer cada día en su amor fecundo.

 + Jesús Vidal 

Obispo de Segovia

Fuente: Diócesis de Segovia