El viaje del
Papa Francisco a Córcega en diciembre estará dedicado a la “religiosidad
popular en el Mediterráneo”. Es el tema de un encuentro organizado en Ajaccio,
que el Papa concluirá. Es una ocasión para reflexionar sobre su aprecio por
estas prácticas devocionales, que sigue promoviendo.
«Pido, pues,
que nadie menosprecie la fervorosa devoción del santo pueblo fiel de Dios, que
en su piedad popular busca consolar a Cristo», escribe Francisco en su reciente
encíclica sobre la devoción al Sagrado Corazón de Jesús , Dilexit
nos («Él nos amó»).
Hacer la fe
accesible, visible, accesible a los sentidos y fácil de memorizar para el
“pueblo de Dios” es un eje esencial para Francisco.
Nunca ha dejado
de abogar, en su vida de sacerdote, obispo y Papa, por un enfoque de la fe que
recurra no sólo a recursos intelectuales, sino también a la sensibilidad y a
las emociones... incluso si esto significa promover prácticas un poco
sorprendentes desde cierto punto de vista.
Como arzobispo
de Buenos Aires, por ejemplo, solía ofrecer a los niños una catequesis
provocadora en la que literalmente “quemaba al diablo”.
“Preparaba un
gran diablo de tela y metía petardos dentro. Daba una clase de catecismo y
luego encendía el fuego... ¡Era una explosión de petardos! Todos gritaban. Los
niños se divertían. Era un teatro, pero les ayudaba a recordar. Para mí era una
manera de hacerles vivir el 'tercer ejercicio' de la primera semana de
Ejercicios Espirituales. En este ejercicio, san Ignacio quiere estimular la
capacidad de condenar el mal y suscitar el odio al pecado”, contaba el Papa
Francisco en 2016.
En 2001, el
Vaticano publicó un Directorio sobre piedad popular y liturgia ,
que ofrece una visión general de cómo la Iglesia entiende estas devociones
(desde las procesiones hasta ciertas tradiciones vinculadas a un santuario
particular u otros actos), además de advertir contra malentendidos y excesos.
Inmunizar a
la Iglesia
Ya en su
primera exhortación apostólica Evangelii Gaudium , publicada en el otoño de
2013, el Papa Francisco explicó que las devociones populares “tienen mucho que
enseñarnos; para quien es capaz de leerlas, son un locus theologicus que
reclama nuestra atención”.
En ese
documento, el Papa destacó que la religiosidad popular es lo que luego llamaría el “sistema inmunológico” de la Iglesia
contra todos los reduccionismos e intelectualismos que excluyen a una parte del
pueblo de Dios de la comprensión de los misterios cristianos.
En la misma
línea, en marzo de 2020, el papa Francisco quiso “inmunizar” a la Iglesia
frente a una estrategia para afrontar el shock global provocado por la pandemia
de COVID-19 basada únicamente en la salud y la seguridad físicas. Para ello,
ofreció al mundo una bendición Urbi et Orbi excepcional , en una plaza de San
Pedro vacía bajo la lluvia que caía sobre el Cristo de San Marcello al Corso.
Unos días antes
había acudido a esa iglesia cercana a la plaza Venecia, en el centro de Roma,
para rezar ante este crucifijo, que los romanos veneran desde que una procesión
con este Cristo en la cruz puso fin a una epidemia de peste en 1522.
De este modo,
Francisco tocó el alma popular de la capital italiana al referirse a este
símbolo histórico, como lo ha hecho más de cien veces al ir a rezar ante el
icono de María Salus Populi Romani en la Basílica de Santa María la Mayor .
Un tesoro
por purificar
El éxito de las
devociones populares, desde el Vía Crucis del Viernes Santo hasta las procesiones
marianas del 15 de agosto y el 8 de diciembre, refleja una necesidad real por
parte del “pueblo fiel de Dios” de vivir su fe utilizando símbolos poderosos y
visibles.
Pero esto puede
implicar ciertas ambigüedades. Por ejemplo, sobre todo en el sur de Italia, las
procesiones religiosas congregan a una parte importante de la población, pero a
veces son interceptadas por la mafia.
En septiembre
de 2020, al margen de una visita a Calabria, el cardenal Pietro Parolin,
secretario de Estado del Papa, habló de la necesidad de “purificar la
religiosidad popular de elementos que no son propios, a fortiori si
son elementos del submundo o de la criminalidad”.
También
el Directorio sobre piedad popular y liturgia publicado
en 2001 por la Congregación para el Culto Divino, que hasta hoy sigue siendo el
principal documento de referencia del Vaticano sobre el tema, advierte de
ciertos excesos.
“Las formas de
religiosidad popular pueden a veces aparecer corrompidas por factores
incompatibles con la doctrina católica”, advirtió Juan Pablo II en el mensaje
introductorio del documento. “En tales casos, es necesario purificarlas con
paciencia y prudencia, mediante el contacto con los responsables y una
catequesis atenta y respetuosa, a no ser que incoherencias radicales exijan
medidas inmediatas y decisivas”, explicó, sin negar el impacto positivo de
estas devociones.
¿El fin de
la “iconoclastia”?
Más allá de
estos matices, la insistencia del Papa Francisco en el valor de estas prácticas
populares marca una clara ruptura con una cierta “iconoclastia” que marcó al
catolicismo en algunas regiones en la segunda mitad del siglo XX.
En nombre de
una mala interpretación del “espíritu del Concilio”, algunos párrocos
rechazaron ciertas tradiciones religiosas como supersticiones, llegando incluso
a desechar algunas estatuas de santos.
Esta lógica de
liquidación de las prácticas tradicionales, que se manifestó especialmente
entre los años 1960 y 1980, contribuyó a generar ciertas divisiones. Detrás de
la rehabilitación de las tradiciones populares y de los símbolos de la piedad
católica que el Papa Francisco quiere subrayar, está también en juego la
promoción de la unidad de la Iglesia.
Cyprien Viet
Fuente: Aleteia