El purgatorio no es un invento de los teólogos”, asegura Mons. Demetrio Fernández, Obispo de Córdoba (España), en su última columna semanal, titulada “Santos y difuntos, el más allá”.
Mons. Demetrio Fernández, Obispo de Córdoba en España. Crédito: Diócesis de Córdoba. Dominio público |
“Nuestro pecado es perdonado instantáneamente por Dios en el
sacramento [de la Confesión], pero el pecado ha dejado secuelas y cicatrices
que solo serán sanadas por el crisol del amor”, refiere el prelado en su
columna dedicada a la Solemnidad de Todos los Santos el 1 de noviembre y el día
de los Fieles Difuntos al día siguiente.
“El Purgatorio es una respuesta de amor sin recortes, donde
nuestra alma queda limpia y pura para acceder a la presencia de Dios”, prosigue
Mons. Fernández.
“La oración de la Iglesia por sus hijos difuntos, que todavía
están en el Purgatorio, es constante. Son sus hijos preferidos, porque son los
que más sufren en esa llama de amor por parte de Dios y del corazón humano en
su presencia”.
“Es un sufrimiento lleno de esperanza, porque goza ya de la
salvación. Pero es un sufrimiento que reclama nuestra colaboración y la de
todos los Santos en su favor”, resalta.
Para el Obispo de Córdoba, noviembre es un “mes de Santos y de
difuntos. Mes para plantearnos de manera más explícita cuál es el sentido de
nuestro caminar por esta vida”, recordando que sin “Dios nos hemos acarreado la
ruina”.
El purgatorio o purificación final
El numeral 1030 del Catecismo de la Iglesia Católica señala que
“los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente
purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su
muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en
la alegría del cielo”.
“La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los
elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados”, precisa
el numeral 1031.
“La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al
purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia (cf. DS 1304) y de Trento
(cf. DS 1820; 1580)”, mientras que “la tradición de la Iglesia, haciendo
referencia a ciertos textos de la Escritura (por ejemplo 1 Co 3, 15; 1 P 1, 7)
habla de un fuego purificador”.
Por Walter
Sánchez Silva
Fuente: ACI