El Día de la Iglesia Diocesana, que celebraremos en este domingo, posee un marcado carácter vocacional. Su lema, recogido en el título de este comentario, nos invita a encontrar en nuestro interior lo que con frecuencia buscamos fuera.
Cartel de la Jornada |
La Iglesia, sin embargo, vive de la interioridad personal y comunitaria si nos tomamos en serio que somos templos habitados por el Espíritu. Jesús nos ha dicho que el Reino de Dios crece en el interior de cada uno. En otras campañas de la Iglesia Diocesana se ha puesto el acento en compartir bienes, en vivir como familia de Dios, en la participación de las tareas eclesiales.
Este año, con la mirada puesta en el Congreso de
Pastoral Vocacional del próximo mes de febrero, ponemos el foco en la vocación
que Dios propone a cada bautizado: al sacerdocio, la vida consagrada, el
matrimonio, el compromiso laical en la sociedad. En cada estado, lugar,
profesión y circunstancias personales, el cristiano es llamado a la santidad,
es decir, a realizarse plenamente según el designio de Dios. Sólo así la
Iglesia se manifestará al mundo con la belleza de sus diversos carismas y se
convertirá en el signo visible de la alianza de Dios con los hombres.
Con frecuencia, cuando pensamos en cómo ayudar a la Iglesia, no partimos de lo más decisivo y personal: ¿qué quiere Dios de mí? Discurrimos sobre lo que puedo hacer por ella —donativos, tareas, tiempo—, pero no en lo que «soy» para ella según el plan de Dios. La pregunta por el «ser» debe preceder a la del «hacer». Y esto exige recordar la máxima de san Agustín: «en el interior del hombre habita la verdad». En su carta a los cristianos de Éfeso, San Pablo pedía a Dios por ellos para que fueran «robustecidos por medio de su Espíritu en vuestro hombre interior» (Ef 3,16). Si somos sinceros, hemos de reconocer que muchos, si no la mayoría de los problemas del hombre, proceden del olvido del «hombre interior».
El filósofo Pascal afirmaba que «la infelicidad del hombre
se basa sólo en una cosa: que es incapaz de quedarse quieto en su habitación». Entrar dentro de sí
mismo, pensar y sacar conclusiones es la mejor gimnasia del espíritu (y también
del cuerpo que necesita relajarse). Es difícil escuchar a Dios en la prisa, en
el ajetreo, en la dependencia de nuestros móviles o en dejar pasar el tiempo
sin atender a la trascendencia de nuestra vida interior. Dios habla en el
silencio, nos lleva al desierto para hablarnos al corazón, se comunica a quien
le espera y escucha.
La Iglesia es ante todo una comunidad orante, como en Pentecostés, atenta siempre a la voluntad de Dios que le marca el camino. El reciente sínodo de obispos nos lo ha mostrado con claridad. El papa Francisco ha dicho que el Espíritu es el protagonista del Sínodo. Es también el protagonista de tu historia, de la mía, de la de cada cristiano que toma conciencia de su presencia y de su comunicación al espíritu del hombre que se abre para conocer la voluntad de Dios.
Esta es la gran
aventura del hombre: indagar en sus profundidades para encontrar la inmensidad
de Dios. «Un abismo
llama a otro abismo»,
dice el salmo 42. El abismo del hombre llama al abismo de Dios. Dios nos ha
hecho insaciables de felicidad para que le busquemos a él, eterno e infinito. Sólo
así edificaremos la Iglesia: si nos atrevemos a indagar en nuestro hombre
interior.
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia