El documento final del Sínodo de la Sinodalidad, dado a conocer el sábado 26 de octubre tras un proceso sinodal de dos años, cuenta con ocho párrafos aprobados por unanimidad, a diferencia del resto, que recibió al menos un voto en contra de un padre sinodal.
Crédito: Daniel Ibáñez / ACI Prensa. Dominio público |
Ya que el documento sólo fue
publicado por el Vaticano en italiano e inglés, el equipo de
ACI Prensa tradujo los párrafos que se citan a continuación y que fueron
párrafos aprobados por los 355 miembros que participaron de la votación final,
es decir, sin votos en contra.
Párrafo 1
“Cada
nuevo paso en la vida de la Iglesia es un regreso a la fuente, una experiencia
renovada del encuentro con el Resucitado que los discípulos vivieron en el
Cenáculo la noche de Pascua. Como ellos, nosotros también, participando en esta
Asamblea sinodal, nos hemos sentido envueltos por Su misericordia y tocados por
Su belleza. Viviendo la conversación en el Espíritu, escuchándonos mutuamente,
hemos percibido Su presencia entre nosotros: la presencia de Aquel que, al
donar el Espíritu Santo, continúa suscitando en Su Pueblo una unidad que es
armonía en las diferencias”.
Párrafo 15
“Del
Bautismo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo surge la identidad
del Pueblo de Dios. Esta se realiza como una llamada a la santidad y un envío
en misión para invitar a todos los pueblos a acoger el don de la salvación (cf.
Mt 28,18-19). Es, por tanto, del Bautismo, en el cual Cristo nos reviste de Sí
(cf. Gal 3,27) y nos hace renacer del Espíritu (cf. Jn 3,5-6) como hijos de
Dios, de donde nace la Iglesia sinodal y misionera. Toda la vida cristiana
tiene su fuente y su horizonte en el misterio de la Trinidad, que suscita en
nosotros el dinamismo de la fe, la esperanza y la caridad”.
Párrafo 34
“«La
criatura humana, en cuanto de naturaleza espiritual, se realiza en las
relaciones interpersonales. Cuanto más las vive de manera auténtica, más madura
también su propia identidad personal. No es aislándose como el hombre se valora
a sí mismo, sino poniéndose en relación con los demás y con Dios. La
importancia de tales relaciones se vuelve entonces fundamental» (CV 53). Una
Iglesia sinodal se caracteriza como un espacio en el cual las relaciones pueden
florecer, gracias al amor mutuo que constituye el mandamiento nuevo que Jesús
dejó a Sus discípulos (cf. Jn 13,34-35). En medio de culturas y sociedades cada
vez más individualistas, la Iglesia, «pueblo reunido en la unidad del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo» (LG 4), puede dar testimonio de la fuerza de las
relaciones fundadas en la Trinidad. Las diferencias de vocación, edad, sexo,
profesión, condición y pertenencia social, presentes en cada comunidad
cristiana, ofrecen a cada uno ese encuentro con la alteridad indispensable para
la maduración personal”.
Párrafo 51
“Debemos
mirar a los Evangelios para trazar el mapa de la conversión que se nos exige,
aprendiendo a hacer nuestros los actitudes de Jesús. Los Evangelios nos lo
«presentan constantemente escuchando a las personas que se le acercan por los
caminos de la Tierra Santa» (DTC 11). Ya se tratara de hombres o mujeres, de
judíos o paganos, de doctores de la ley o de publicanos, de justos o de
pecadores, de mendigos, de ciegos, de leprosos o enfermos, Jesús no despidió a
nadie sin detenerse a escuchar y sin entrar en diálogo. Reveló el rostro del
Padre al acercarse a cada uno allí donde se encuentra su historia y su
libertad. Del escuchar las necesidades y la fe de las personas que encontraba
brotaban palabras y gestos que renovaban su vida, abriendo el camino a relaciones
sanadas. Jesús es el Mesías que «hace oír a los sordos y hablar a los mudos»
(Mc 7,37). A nosotros, Sus discípulos, nos pide comportarnos de la misma manera
y nos otorga, con la gracia del Espíritu Santo, la capacidad de hacerlo,
moldeando nuestro corazón al Suyo: solo «el corazón hace posible cualquier
vínculo auténtico, porque una relación que no se construye con el corazón es
incapaz de superar la fragmentación del individualismo» (DN 17). Cuando nos
ponemos a escuchar a los hermanos y hermanas, participamos en la actitud con la
que Dios, en Jesucristo, se acerca a cada uno”.
Párrafo 58
“Cada
bautizado responde a las necesidades de la misión en los contextos en los que
vive y opera, a partir de sus propias inclinaciones y capacidades, manifestando
así la libertad del Espíritu al otorgar sus dones. Es gracias a este dinamismo
en el Espíritu que el Pueblo de Dios, al ponerse en escucha de la realidad en
la que vive, puede descubrir nuevos ámbitos de compromiso y nuevas formas de
cumplir su misión. Los cristianos que, de diversas maneras —en la familia y en
otros estados de vida, en el lugar de trabajo y en las profesiones, en el
compromiso cívico o político, social o ecológico, en la elaboración de una
cultura inspirada en el Evangelio, así como en la evangelización de la cultura
del entorno digital— recorren las vías del mundo y en sus ambientes de vida
anuncian el Evangelio, son sostenidos por los dones del Espíritu”.
Párrafo 140
“La
noche de Pascua, Cristo entrega a los discípulos el don mesiánico de Su paz y
los hace partícipes de Su misión. Su paz es plenitud del ser, armonía con Dios,
con los hermanos y las hermanas, y con la creación; la misión es anunciar el
Reino de Dios, ofreciendo a cada persona, sin excepción, la misericordia y el
amor del Padre. El gesto delicado que acompaña las palabras del Resucitado
evoca lo que Dios hizo en el principio. Ahora, en el Cenáculo, con el soplo del
Espíritu comienza la nueva creación: nace un pueblo de discípulos misioneros”.
Párrafo 144
“La
Iglesia ya cuenta con muchos lugares y recursos para la formación de discípulos
misioneros: las familias, las pequeñas comunidades, las parroquias, las
agrupaciones eclesiales, los seminarios, las comunidades religiosas, las
instituciones académicas, así como los lugares de servicio y trabajo con la
marginalidad, las experiencias misioneras y de voluntariado. En todos estos
ámbitos, la comunidad expresa su capacidad de educar en el discipulado y de
acompañar en el testimonio, en un encuentro que a menudo hace interactuar a
personas de diferentes generaciones. También la piedad popular es un tesoro
precioso de la Iglesia, que instruye a todo el Pueblo de Dios en camino. En la
Iglesia, nadie es puramente destinatario de la formación: todos son sujetos
activos y tienen algo que ofrecer a los demás”.
Párrafo 152
“El
relato de la pesca milagrosa termina con un banquete. El Resucitado ha pedido a
los discípulos que obedezcan a Su palabra, que echen las redes y las saquen a
la orilla; sin embargo, es Él quien prepara la mesa e invita a comer. Hay panes
y peces para todos, como cuando los multiplicó para la multitud hambrienta.
Hay, sobre todo, asombro y encanto en Su presencia, tan clara y resplandeciente
que no requiere preguntas. Al comer con los Suyos, después de que lo habían
abandonado y renegado, el Resucitado abre de nuevo el espacio de la comunión e
imprime para siempre en los discípulos la marca de una misericordia que abre al
futuro. Por eso, los testigos de la Pascua se identificarán así: «nosotros que
hemos comido y bebido con él después de su resurrección de los muertos» (Hch
10,41)”.
Por Diego
López Marina
Fuente: ACI