¿CÓMO IDENTIFICA LA IGLESIA UN MILAGRO PARA NO COMETER ERRORES?

Antes de que una curación inexplicable sea atribuida a la intervención de Dios, el caso es examinado en un proceso «minucioso y preciso» ante peritos médicos, creyentes y no creyentes, como explica el Delegado de las Causas de los Santos de la archidiócesis de Madrid

Interior de la catedral de la Almudena - Pexels. Dominio público
A pesar de lo que muchos piensan, hoy siguen produciéndose milagros que son inexplicables para la Ciencia. De hecho, la validación científica de los hechos que solo pueden ser atribuidos a la intervención de Dios resulta cada vez más contundente, porque las pruebas técnicas son cada vez más rigurosas.

Pero, ¿cuáles son los pasos que sigue la Iglesia para reconocer que un hecho inexplicable para la ciencia puede ser atribuido como un milagro de Dios, concedido por la intercesión de un santo? ¿Qué mecanismos arbitra para evitar quedar en ridículo al tildar de milagroso un suceso que puede ser explicado por las meras leyes naturales?

Cuestiones como estas son las que ha respondido el sacerdote Alberto Fernández, delegado episcopal para las Causas de los Santos de la archidiócesis de Madrid, en el último número de la revista La Antorcha. Un número que esta publicación gratuita, editada cada tres meses por la Asociación Católica de Propagandistas, dedica, precisamente, a iluminar la relación entre ciencia y fe.

Una certeza rigurosa

«En las Causas de los Santos, para que un siervo de Dios sea declarado beato (excepto en el caso de los mártires), se requiere probar lo que popularmente se conoce como un milagro, realizado por Dios por intercesión de ese siervo de Dios», explica Fernández. Una prueba que no busca ensalzar lo morboso o lo espectacular, sino que tiene su razón de ser en que «es el modo por el que la Iglesia puede alcanzar la certeza moral de que ese hijo suyo está en el cielo, intercediendo ante Dios».

Aunque «puede parecer un elemento anacrónico, supersticioso o falto de rigor, sin embargo, el proceso que lleva al reconocimiento de este hecho extraordinario es minucioso y preciso, y en él intervienen distintos especialistas que juzgan la explicabilidad o inexplicabilidad científica de lo sucedido. Porque la práctica totalidad de estos sucesos están relacionados con el ámbito médico», matiza el sacerdote.

Peritos médicos, creyentes y no creyentes

Así, «cuando sucede una curación aparentemente inexplicable, después de haberse pedido la intercesión a un siervo de Dios en proceso de beatificación, en la diócesis se recoge todo el material probatorio posible (pruebas médicas, informes, imágenes, etc.), que permita definir el diagnóstico, el pronóstico, la terapia utilizada y el estado actual de la persona supuestamente sanada», explica.

En esta primera fase del proceso, «intervienen de dos a cuatro peritos médicos», explica el Delegado de las Causas de los Santos, de Madrid. Y «una vez que desde la diócesis se envía todo el material probatorio al Dicasterio de las Causas de los Santos, en la Santa Sede, allí es evaluado en primer lugar por un comité de siete especialistas, creyentes o no, peritos en la especialidad médica a la que se refiere el caso», añade.

A la hora de estudiar el caso, «por mayoría cualificada tienen que emitir un voto sobre los elementos médicos del caso anteriormente mencionados, junto con las características de la curación». Una curación que, como recuerda el sacerdote, tampoco está exenta de requisitos para ser tenida en cuenta, pues el proceso estipula que «debe ser completa, duradera, instantánea y científicamente inexplicable».

«Los milagros existen»

En un segundo momento, «una Comisión de teólogos examinan si existe relación causal entre la curación y la oración dirigida al siervo de Dios. De modo que cuando la autoridad de la Iglesia reconoce este hecho extraordinario, lo hace sobre el fundamento de unas conclusiones, en un primer momento estrictamente científicas, a las que después se une el elemento teológico de la intercesión», señala el delegado episcopal en la revista La Antorcha.

Y concluye: «Los milagros existen y son un signo de la omnipotencia de Dios, que sigue actuando, y de la profunda unión que une a los santos del cielo con los fieles que aún estamos en camino».

José Antonio Méndez
Fuente: El Debate