Recuperar los domingos implica abrazar el descanso y la adoración como elementos esenciales para nuestras vidas, no lujos que podemos disfrutar solo cuando y si es conveniente
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En la cultura actual de constante
movimiento, los domingos, lamentablemente, suelen perder su identidad. El
ajetreo y el bullicio de la vida cotidiana invaden el día de descanso, dejando
poco espacio para cualquier otra cosa (reflexión, oración, pasatiempos muy
necesarios, descanso o tiempo en familia) además de las preocupaciones
relacionadas con el trabajo. Nuestra obsesión por la productividad y el
consumismo que la acompaña nos han llevado a creer que el descanso, la
ociosidad o simplemente no tener nada que hacer es algo malo, tal vez incluso
pecaminoso. Equiparamos el valor con la actividad constante y, al hacerlo, nos
privamos del significado más profundo
del descanso .
Sin embargo, la tradición católica, en su
sabiduría, continúa invitándonos a recuperar el domingo como el Día del
Señor , un tiempo apartado.
La tradición de santificar el domingo
tiene raíces bíblicas. Su formulación más explícita se encuentra en el tercer mandamiento : “Acuérdate del día
de reposo para santificarlo” (Éxodo 20:8). Desde los primeros días de la
Iglesia, el domingo se marcó como un día para celebrar la resurrección de
Cristo y para alejarse de las actividades mundanas para hacer lugar a lo
espiritual y a las relaciones. Sin embargo, para muchos, el domingo se
ha vuelto indistinguible de cualquier otro día de la semana : está
lleno de recados, obligaciones y el zumbido constante de las distracciones
digitales.
Recuperando el domingo
Para recuperar el domingo es necesario un
cambio de perspectiva bastante sencillo. En lugar de verlo como un día más para
ponernos al día con el trabajo o las tareas domésticas, podemos abordarlo como
un regalo, una pausa que Dios ha creado en el ritmo monótono de nuestras
vidas. Es una invitación a alejarnos del ruido y encontrar descanso físico,
espiritual y emocional. Asistir a misa (la culminación del domingo) nos permite
establecer este cambio y nos brinda un horizonte diferente: nuestras vidas no
están destinadas a transcurrir en una cadena de producción y consumo sin fin.
Después de la misa, los domingos se pueden
recuperar simplificando las actividades . Haga todo lo posible
por reservar un tiempo para la reflexión tranquila, a solas. Puede
ser una caminata en la naturaleza, leer las Sagradas Escrituras o pasar tiempo con
los escritos de un santo favorito. Disminuir el ritmo y pasar tiempo a solas
nos permite estar más presentes para Dios y los demás.
Encontrando la alegría
Para quienes tienen familia, recuperar el
domingo también significa mostrarles a los niños la alegría y la importancia de
este tiempo especial y sagrado. Considere la posibilidad de reservar tiempo
para una comida familiar especial, libre de las distracciones electrónicas
cotidianas, como los teléfonos y la televisión, donde la conversación fluye y las
relaciones se profundizan. Piense en ello como una forma de crear
recuerdos duraderos y relevantes para sus hijos. En un mundo que
a menudo valora la productividad por encima de todo, mostrarles que los
domingos son diferentes puede inculcarles un sentido de equilibrio y una
conexión más profunda con la fe.
En definitiva, recuperar el domingo
consiste en aceptar el descanso y la adoración como elementos
esenciales de nuestra vida , no como lujos que podemos disfrutar solo
cuando sea conveniente. Al hacer un esfuerzo consciente por honrar este día,
creamos un espacio para que Dios obre en nosotros, recordándonos que no estamos
hechos solo para trabajar, sino para tener comunión con Él.
Daniel
Fuente: Aleteia