Sufrió un paro cardiaco, y lo que vio no lo podrá olvidar: «Estaba en el cielo, en un sitio brutal»
![]() |
ReL |
Los testimonios relacionados con las ECM o Experiencias Cercanas a
la Muerte son, a veces, tratados como meras alucinaciones, trastornos
esquizoides.... o con un simple desdén por los más escépticos. Sin embargo, son
numerosos los estudios científicos que prueban que lo que ocurre en el lapso que hay entre que una
persona está muerta clínicamente y su "vuelta" a la vida es algo
distinto a sufrir una patología mental.
Precisamente, este martes, el popular youtuber Álex Fidalgo entrevistaba en
su podcast al cirujano Manuel
Sans Segarra, que acaba de publicar el libro La Supraconciencia existe: Vida
después de la vida. Durante la charla, el médico
aportaba una serie de datos muy reveladores sobre qué es lo que puede ocurrir
en una "experiencia cercana a la muerte".
Segarra llega a contar cómo una paciente suya, en muerte clínica,
le relató posteriormente con todo lujo de detalles qué personas concretas se encontraban en los diferentes
quirófanos del hospital, a decenas de metros de ella, en el mismo momento
en el que estaba muerta sobre la camilla. Información que luego él mismo pudo
contrastar con ordenadores, cámaras, horarios de personal, etc.
Un fenómeno, el de las experiencias cercanas a la muerte, que él
atribuye a "una conciencia no local" que "sale del cuerpo"
durante la muerte clínica –es decir, en los primerísimos minutos de una persona
con encefalograma plano– y
que puede viajar hasta Australia, si fuera preciso, "atravesar"
cuerpos, paredes, reencontrarse con familiares... o, incluso, mascotas ya
fallecidas. Relatos que, a diferencia de las alucinaciones, tienen un orden
lógico.
Entre los elementos más interesantes que aporta Segarra está,
también, el experimento que se le hace a las personas que han vivido una ECM,
donde se les pone un
objeto, que solo han visto durante su muerte clínica, y, al hablar de él, se
les activa el lóbulo occipital, es decir, el centro de procesamiento de
nuestro sistema visual. Cuando, en realidad, estas personas nunca habían visto
estos objetos más allá de esa experiencia cercana a la muerte.
Y, más sorprendente aún. Sobre cómo se ven a sí mismas las
personas con malformaciones físicas en una una experiencia cercana a la muerte, el médico asegura que se
autoperciben –"autoscopia", verse a uno mismo desde fuera– con todos
sus miembros completos. Los ciegos ven, los mancos tienen manos y los cojos
podrían caminar perfectamente. Algo que confirmaría lo que siempre ha defendido
la Iglesia sobre cómo serán nuestros cuerpos ya resucitados.
El cielo de Loreto
Un ejemplo reciente de estas experiencias cercanas a la muerte es
el de Loreto Segoviano, criada en una familia católica –del Camino Neocatecumenal–,
tiene 34 años, está casada, tiene un hijo, trabaja en la Universidad Francisco
de Madrid y hace dos años
y medio vivió una de las situaciones más fuertes de su vida. La joven madre
acaba de dar su interesante testimonio en el canal de YouTube Gospa Arts.
"A mí la muerte me daba miedo, me daba miedo el sufrimiento,
el que el cuerpo sufriera, el qué habrá después, la incertidumbre.... lo veía como algo muy
dramático, no quería pensarlo, no me gustaba. Sobre todo pensar que otra
persona se muera, la separación física, y el hecho de morirme, me
asustaba".
"Me acuerdo mucho de una película que vi con mi padre, Gran
Torino, que empezaba diciendo algo así como 'la muerte es agri-dulce, agrio
para los que se quedan pero dulce para los que se van'. Eso me ha hecho
reflexionar durante mucho tiempo, y, pensaba, realmente será así o no, hasta
que ha pasado lo que ha pasado. Cuando tienes una experiencia cercana a la muerte puedes
comprobar si es dulce o no lo es".
"Tuve a mi hijo en octubre y, en febrero, le estaba dando el
pecho, le dejé en la cuna y me eché en la cama. El niño lloraba y la chica de
la limpieza empezó a llamarme, yo ya estaba inconsciente, no respondía. Me vio que estaba convulsionando,
llamó a mi marido y pidieron una ambulancia. Me ingresaron en la UCI y ahí
vieron que tenía epilepsia, estaba muy mal, estuve 15 días con el cerebro bajo
mínimos, y en coma unos 45 días o 48 días".
"Cada vez que me intentaban despertar volvía a convulsionar.
Allí descubrieron que tenía un edema cerebral y me tuvieron que hacer un 'agujerito' en el cerebro para
desinflamar, para quitar la presión craneal. Era una incertidumbre, porque
mi tipo de epilepsia no es una epilepsia común, mi epilepsia no tiene ningún
síntoma de nada, a mí me da y me da. Yo no sabía que tenía epilepsia".
"Entonces, los médicos fueron probando y se arriesgaron
mucho, porque me daban medicación muy al límite, y, en una de esas, fue cuando tuve un paro cardíaco,
fueron tres minutos, el corazón plano, estuve muerta tres minutos.
Yo sabía que me había ido. Me reanimaron y me empezaron a reducir la
medicación, muy poco a poco, para intentar ir despertándome, no sé si fueron 20
días así".
Encuentro con Juan Mari
"Cuando me despertaron, me acuerdo perfectamente de estar en
la cama y tener en el lado derecho una voz masculina, no sé si era un médico o
un enfermero, que me decía 'Loreto, Loreto, estás en el hospital, tranquila,
que está todo bien'. Lo
estaba escuchando, pero no me podía expresar, porque además tenía la
traqueotomía. No podía hablar pero me estaba enterando".
"Ya cuando me desperté del todo le dije a mi marido 'yo sé
que me he ido y que he vuelto', y mi marido se callaba. 'Yo sé que me he ido y que he estado
con una persona, que es el padre de un amigo mío, con Juan Mari y le he visto
bien, sano, porque él estaba enfermo, y hemos hablado cara a cara, o sea,
no necesitando gesticular, no de escucharnos nuestra voz, sino de alma a alma,
de mirada a mirada, y él estaba perfecto, que sepas que está estupendo, que
está bien, no os preocupéis, que él está perfecto'".
"Yo sabía que me había muerto y que estaba en plenitud. Que
estaba en el cielo, en un sitio brutal, donde hay una paz que no te puedo
explicar, no hay un concepto, no hay una palabra que lo defina. Era felicidad en estado puro, pero
no la felicidad que nosotros conocemos, de risas, sino un estado muchísimo más
allá que alcanza absolutamente todo, que nada importa, que el tiempo no te
importa, no sabes si pasan cinco minutos o pasan veinte, es una experiencia
brutal, sobre todo de plenitud, de paz".
"Mira que a mi hijo lo quiero con locura, pero, incluso, en
algún momento, sí que deseé quedarme allí, aunque suene muy duro y
políticamente incorrecto decirlo. He estado tan bien, y no como un concepto
egoísta, sino que he
experimentado esa felicidad, esa plenitud tan grande, que todo lo demás me
sobra. Es muy complicado explicarlo, si no lo vives no puedes saber
esa sensación. Es otro nivel".
"Los miedos que yo tenía de la muerte se han
disipado. No me gusta la muerte, en tanto en cuanto es la separación
física, porque tengo cosas que me atan, mi hijo, mi marido, mi familia. Lo
terrenal me tira, pero, como sé que luego hay algo más, tengo una tranquilidad
en ese aspecto. La muerte es un paso, no es 'me muero y todo se acaba'. Es un paso a algo que he podido
ver, no sé si es la plenitud, no sé si he visto el todo o si hay incluso más
allá, es solo el principio del caramelito".
Capaz de volverlo a
sentir
"Mi familia pensaba contarme mi paso por el hospital a su
debido tiempo y cuando lo hicieron era como confirmar que realmente lo que había vivido no era ni un
sueño ni un producto de la medicación. Era la manera de confirmar en mi
interior que realmente eso era real (...). No me he preocupado por saber si me
cree la gente. Yo, en realidad, he tenido esa experiencia y ya está, quien me
ha preguntado se lo he contado. Pero, al final, es algo mío, por mucho que me
intenten creer o no, no intento convencer a nadie, sé lo que he vivido y ya
está".
"Han pasado dos años y medio, y la sensación que tengo es que, si cierro los ojos, soy
capaz de volver a sentir lo que sentí. Mientras que un sueño, por muy
realista que sea, se va disipando con el tiempo".
"Por mi forma de ser, soy muy nerviosa y me gusta controlar
las cosas, y me he sentido en una paz absoluta, que sé que no viene de mis propias fuerzas, eso tiene que venir
de Dios. Sigo en esa paz de decir 'en mis fuerzas yo no lo puedo llevar',
cuanto más me he proyectado, peor me han salido las cosas en la vida. Yo sé que
eso no viene de mí y no me viene una energía extraña ni nada de eso, porque la
energía puede estar un ratito, pero la presencia de Dios no se va, está
siempre, aunque haya momentos de sufrimiento".
"Tengo el sosiego del tema de la muerte, de ver que realmente tú vives y que, cuando mueres, lo llamamos 'muerte', pero es seguir viviendo de otra manera. Esa tranquilidad sí que me la ha dado, y también el darme cuenta de que hay cosas que son banales, que no van a ningún lado, darme cuenta de que quiero exprimir el tiempo con la gente a la que quiero y pensar en el hoy, no pensar en el mañana, yo no sé si mañana voy a estar, intentar disfrutar lo que tengo en cada momento sin proyectarme, vivir al día".
"Les diría que estén tranquilos, que la incertidumbre preocupa pero que luego hay plenitud. Cuando vives este tipo de experiencias dices 'mira qué tonta he sido, estaba preocupada por algo que era bueno'. Tranquilo que no mueres, tu esencia sigue, muere lo que es el cuerpo, la carne, pero tú sigues, tú eres mucho más que un simple cuerpo y esa esencia es lo que perdura (...). La vida no termina. La vida en la tierra acaba pero es vida después de la vida. Después de la experiencia que he tenido lo veo así. Antes veía que mi vida acaba y, ahora, lo veo como que es un proceso que continúa".
Puedes ver íntegra la charla con Loreto en este enlace.
J. Cadarso
Fuente: Religión en Libertad