¿Cómo entender el que la Iglesia, siendo misericordiosa, en virtud de su Fundador, tiene en su legislación interna una pena tan grave como lo es la excomunión? ¿Estas son contradictorias y antagónicas? ¿o están en consonancia y son complementarias?
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fot. ChiccoDodiFC / Shutterstock |
Los católicos
profesamos que la Iglesia es una, santa, católica y apostólica. Estos atributos
son naturales y esenciales a su vocación y misión recibidas de nuestro Señor
Jesucristo, y manifestadas por el Espíritu Santo que, en su efusión en
Pentecostés, inauguró la misión evangelizadora de la Iglesia, y la sostiene
firme en ella.
Las heridas
a la comunión
En su
peregrinación a la plenitud del Reino, la Iglesia ha sufrido numerosas heridas,
producidas por los pecados de sus miembros. Apostasías, herejías y cismas han
estado presentes en todo tiempo.
El mismo libro
de los Hechos de los Apóstoles narra el caso de Simón, el mago, (8, 9-24), que ofreció comprar con su dinero el don del
Espíritu Santo. El apóstol Pedro fue muy severo al sentenciar: “En este asunto
no tienes tú parte ni herencia, pues tu corazón no es recto delante de Dios”
(v.20). Esta fue la primera excomunión que, de manera explícita, declaró el
apóstol Pedro. Claro que antes ya se había registrado otra en la persona del
discípulo traidor, Judas Iscariote.
Unidad, no
uniformidad
Entre las
heridas más profundas y persistentes a la comunión está el cisma; es decir, la
no sujeción a la autoridad de la Iglesia, presidida por el apóstol Pedro, sus
sucesores, y los Obispos en comunión con él.
El cisma, a
diferencia de la herejía, es una herida que echa raíces profundas en el tiempo
pues no basta una aclaración doctrinal por parte del magisterio de la Iglesia,
sino una purificación de los corazones para recobrar la unidad perdida.
Tenemos, por ejemplo, el cisma de la Reforma luterana (siglo XVI) que devino en
el protestantismo. Las diferencias doctrinales originales acabaron por
superarse, pero la herida cismática permanece sin cicatrizar.
Hablar de
cismas y excomuniones no es anacrónico. En efecto, somos testigos de dos casos
muy mediáticos y recientes: en junio de 2024 10 monjas Clarisas rompieron
la comunión con la Santa Sede y en julio de este mismo año, el arzobispo Carlo
María Viganó fue declarado cismático.
¿Cuál es el
objetivo de estas sanciones?
La Iglesia,
fiel a su carisma de Madre que cuida a sus hijos, y Maestra que los instruye,
no solo tiene el derecho y potestad para sancionar las faltas de sus hijos,
sino la obligación de hacerlo con un único sentido de conversión del pecador en
orden a su santificación.
La excomunión
no es venganza, sino medicina que hace evidente el delito y motiva al
arrepentimiento a fin de que la persona se convierta y viva en la comunión.
Es importante
aclarar que la Iglesia no excomulga. Es la propia persona que, con sus delitos,
rompe la comunión con la Iglesia. La Iglesia solo llega a presentar las
materias de excomunión y a seguir juicios que lleven a conocer si hubo o no
delito que suponga una declaratoria de excomunión.
Consecuencias
de la excomunión
Lo primero y
más importante es señalar que el sacramento del Bautismo, dado que imprime
carácter, no lo borra la excomunión. La persona excomulgada siempre será parte
de la Iglesia, pero al margen de la comunión con ella.
La pena supone,
en la práctica, el no poder recibir ningún sacramento, ni siquiera el de la
Penitencia y la Sagrada Eucaristía. ¡¿Habrá algo más grave, doloroso y
riesgoso?! Y si la persona llegara a hacerlo, incurriría en sacrilegio. En caso
de que el excomulgado sea ministro Ordenado, tampoco puede celebrar la Santa
Misa, ni administrar sacramentos, ni ejercer ningún acto propio del Orden
sacerdotal, incluyendo la enseñanza, el gobierno, o acto administrativo
alguno.
Si bien es
cierto que nadie puede afirmar la condenación de una persona excomulgada,
también lo es, en mayor medida, que tampoco se le puede canonizar a priori.
Expresiones populares como: “es un santo”, “es una mártir”, referidas a una
persona que carga esta pena, no abonan a la reconciliación ni a la unidad, sino
que perjudican a la persona excomulgada al hacerle creer que el cisma es algo
correcto, además de dañar aún más la comunión eclesial.
¿Qué podemos
hacer por una persona excomulgada?
1. Oración
Lo primero es
orar por la persona excomulgada. Pedir al Espíritu Santo que le asista con su
luz y fuerza para que se decida a emprender el camino de regreso a casa.
2. Reparación
Segundo, hacer
reparación por el daño a la Iglesia, Cuerpo de Cristo; y profesar nuestra fe
con renovada devoción.
3. Meditación
Tomar
conciencia de la gravedad del caso, a fin de no seguir el mismo camino, el cual
lleva, necesariamente, al mismo destino.
4. Entendimiento
Entender que
los disensos son válidos y valiosos en la comunión de la Iglesia, no al margen
de ella. Estos disensos en la comunión han sumado a la reflexión teológica y,
con ella, el Espíritu Santo ha regalado a la Iglesia una mayor comprensión del
misterio de nuestra fe.
5. Exhortar
Si se tiene la posibilidad, exhortar a la persona excomulgada a que, humildemente, enmiende su ruptura para bien de la Iglesia y salud de su alma.
Luis Carlos Frías
Fuente: Aleteia