Mucha gente piensa, incluso entre los cristianos, que la Iglesia sería más atractiva si cambiara su lenguaje. Debería adaptarse más al gusto de la sociedad que se califica de moderna y de progreso. Esto no es nuevo.
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Dominio público |
Es
obvio que la Iglesia debe formular la fe y las exigencias de la moral
atendiendo a sus destinatarios, pero sin olvidar que ya san Pablo decía a los suyos
que debía tratarlos como lactantes porque no eran capaces de recibir el
alimento de adultos. La cuestión no afecta sólo a la Iglesia y a su lenguaje,
sino a su destinatario y a su madurez y formación, cristiana y humana. Por otra
parte, hay que discernir bien lo que hoy se entiende por lenguaje, pues la
deconstrucción de la verdad acarrea también la del lenguaje, de modo que cada
cual entiende lo que quiere aun cuando no corresponda a la realidad de lo que
se dice. La conexión entre realidad y lenguaje es un problema gravísimo de hoy.
Pero dejemos esto aparte.
En
el Evangelio de hoy, Jesús se enfrenta a un problema de su lenguaje sobre la Eucaristía.
Al decir que hay que comer su carne y beber su sangre, «muchos de sus
discípulos dijeron: Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?
Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: ¿Esto os
escandaliza? ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El
Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os
dicho son espíritu y vida» (Jn 6,60-63).
Para
entender bien estas palabras, conviene aclarar el binomio espíritu-carne
que utiliza Jesús. La «carne» en sentido bíblico no se refiere a la realidad
física del hombre, sino a su inconsistencia moral y espiritual; de ahí la
contraposición con espíritu que apunta a lo que viene de Dios e inspira la
conducta apropiada. Jesús acusa a sus oyentes de vivir ajenos a lo espiritual.
Por eso no entienden sus palabras que son espíritu y vida. No pueden
entenderlas si no aspiran a la verdad y a la vida plena. La ironía de Jesús es
magnífica cuando les acusa de escandalizarse ante lo que dice. ¿Pasaría lo
mismo si le vieran ascender al cielo y descubrieran entonces su origen divino?
Jesús
no cambió su lenguaje ni lo adaptó para diluir el misterio de la Eucaristía. Su
reproche a los discípulos les deja claro que son ellos los que deben adaptarse a
su nivel: el del espíritu y el de la vida eterna. Sólo así podrán comprenderle:
si dejan de ser la «carne» que no sirve de nada. Esto produjo una decepción
entre los discípulos de modo que «desde entonces, mucho discípulos suyos se
echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús dijo a los Doce:
¿También vosotros queréis marcharos? Simón Pedro le contestó: Señor, ¿a quién
vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,66-68).
Este
desenlace es muy ilustrativo para entender que muchos dejan de seguir a Jesús
porque no están dispuestos a aceptar el lenguaje de la verdad. Quieren que les
halaguen los oídos con palabras vanas o retóricas que no afecten a sus
presupuestos ideológicos. Pedro da en el clavo de la cuestión: ¿A quién vamos a
acudir? Sólo tú tienes palabras de vida eterna. He aquí el reto fundamental del
hombre: pasar de la carne al espíritu.
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia