COMENTARIO AL EVANGELIO DE NUESTRO OBISPO D. CÉSAR: «EL LENGUAJE DE JESÚS»

Mucha gente piensa, incluso entre los cristianos, que la Iglesia sería más atractiva si cambiara su lenguaje. Debería adaptarse más al gusto de la sociedad que se califica de moderna y de progreso. Esto no es nuevo.

Dominio público
Por lo que afecta a los papas, san Pablo VI, por ejemplo, dejó de ser moderno cuando rechazó la píldora anticonceptiva; y de san Juan Pablo II, se calificaba de progresista su doctrina social y de integrista la moral sexual. En cuanto al papa Francisco es interesante ver cómo se manipula su enseñanza para, según quienes lo citan, presentarle como avanzado o como conservador. Nada nuevo bajo el sol. El lenguaje de la Iglesia —en cuanto a cuestiones esenciales— siempre ha sido discutido.

Es obvio que la Iglesia debe formular la fe y las exigencias de la moral atendiendo a sus destinatarios, pero sin olvidar que ya san Pablo decía a los suyos que debía tratarlos como lactantes porque no eran capaces de recibir el alimento de adultos. La cuestión no afecta sólo a la Iglesia y a su lenguaje, sino a su destinatario y a su madurez y formación, cristiana y humana. Por otra parte, hay que discernir bien lo que hoy se entiende por lenguaje, pues la deconstrucción de la verdad acarrea también la del lenguaje, de modo que cada cual entiende lo que quiere aun cuando no corresponda a la realidad de lo que se dice. La conexión entre realidad y lenguaje es un problema gravísimo de hoy. Pero dejemos esto aparte.

En el Evangelio de hoy, Jesús se enfrenta a un problema de su lenguaje sobre la Eucaristía. Al decir que hay que comer su carne y beber su sangre, «muchos de sus discípulos dijeron: Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso? Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: ¿Esto os escandaliza? ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os dicho son espíritu y vida» (Jn 6,60-63).

Para entender bien estas palabras, conviene aclarar el binomio espíritu-carne que utiliza Jesús. La «carne» en sentido bíblico no se refiere a la realidad física del hombre, sino a su inconsistencia moral y espiritual; de ahí la contraposición con espíritu que apunta a lo que viene de Dios e inspira la conducta apropiada. Jesús acusa a sus oyentes de vivir ajenos a lo espiritual. Por eso no entienden sus palabras que son espíritu y vida. No pueden entenderlas si no aspiran a la verdad y a la vida plena. La ironía de Jesús es magnífica cuando les acusa de escandalizarse ante lo que dice. ¿Pasaría lo mismo si le vieran ascender al cielo y descubrieran entonces su origen divino?

Jesús no cambió su lenguaje ni lo adaptó para diluir el misterio de la Eucaristía. Su reproche a los discípulos les deja claro que son ellos los que deben adaptarse a su nivel: el del espíritu y el de la vida eterna. Sólo así podrán comprenderle: si dejan de ser la «carne» que no sirve de nada. Esto produjo una decepción entre los discípulos de modo que «desde entonces, mucho discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús dijo a los Doce: ¿También vosotros queréis marcharos? Simón Pedro le contestó: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,66-68).

Este desenlace es muy ilustrativo para entender que muchos dejan de seguir a Jesús porque no están dispuestos a aceptar el lenguaje de la verdad. Quieren que les halaguen los oídos con palabras vanas o retóricas que no afecten a sus presupuestos ideológicos. Pedro da en el clavo de la cuestión: ¿A quién vamos a acudir? Sólo tú tienes palabras de vida eterna. He aquí el reto fundamental del hombre: pasar de la carne al espíritu.

 + César Franco

Obispo de Segovia. 

Fuente: Diócesis de Segovia