Daremos cuenta a Dios de todas nuestras palabras, recuerda el padre Ed Broom
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Dominio público |
El
padre Ed Broom, OMV (Oblato de la Virgen María), conocido
también como Padre Escobita, fue ordenado sacerdote por Juan Pablo II en 1986. Es vicario en la parroquia
de San Pedro Chanel en Hawaiian Gardens (California). A continuación
reproducimos un artículo suyo sobre el control de las malas lenguas, publicado
en su blog.
De la abundancia del corazón habla
la boca: Reglas para el control de la lengua
Jesús dijo que de la abundancia del
corazón habla la boca, y que daremos cuentas de todas las palabras que salgan
de nuestra boca. Santiago, en el capítulo 3 de su epístola, claramente nos
invita a usar la lengua para alabar a Dios.
A continuación detallamos diez sugerencias útiles. ¡Leámoslas y apliquémoslas
en nuestras conversaciones cotidianas!
1. Reza al Espíritu Santo. ¡Mira a los apóstoles! Antes de
Pentecostés huyeron, e incluso Pedro negó a Jesús con su lengua. Después de la
primera novena de Pentecostés, hay una transformación radical. Pedro pronuncia
una homilía de Pentecostés y convierte… ¡a 3000 personas! ¿Cómo? Invocando al
Espíritu Santo. He aquí una breve, pero potente oración: “Ven Espíritu Santo,
ven a través del Corazón de María”.
2. ¡Piensa! Dice Santiago que deberíamos ser rápidos para escuchar
y lentos para hablar. ¡Así que lo siguiente es evitar la impulsividad! ¡Piensa
antes de hablar! ¡Con cuánta frecuencia hemos hablado impulsados por el
momento, sin reflexión, y hemos herido a la persona y hemos pagado las
consecuencias! La Imitación de Cristo afirma: “Pocos han
lamentado haber mantenido silencio, muchos haber hablado en mal momento”.
3. La Regla de Oro. Recuerda esta preciosa y poderosa norma de
Jesús: “Haz a los demás lo que quieres que los demás te hagan”. Podemos
aplicarlo al hablar: “Dile a los demás lo que quieres que ellos te digan a ti”.
4. ¡Calla! Las madres suelen enseñar a sus hijos este axioma: “Si
no tienes algo bueno que decir, entonces no lo digas”. ¡Buen consejo!
5. ¿Estás nervioso? En momentos de agitación, es mejor no hablar.
Mejor retírate a tu habitación, reza una parte del Rosario, y luego regresa a
la conversación tranquilo y sereno. En la agitación, el mal espíritu trabaja en
nosotros y eso también afecta a lo que decimos.
6. ¡Da ánimos! Aprende palabras de ánimo. Todos necesitamos
refuerzo, apoyo y consuelo. ¡Sé un Bernabé! Bernabé fue uno de los últimos
apóstoles y su nombre significa “hijo de la consolación”. ¿Por qué no formar un
Club Bernabé?
7. ¡Perdón! Cuando te equivoques con lo que has dicho y hieras a tu
prójimo, haz acopio de humildad y valor suficientes para pronunciar dos
palabras muy difíciles: “¡Lo siento!”. Shakespeare dio en el clavo: “Errar es
atributo humano, perdonar es atributo divino”.
8. Lectura espiritual. Puede ser que lleguemos a un vacío interior:
tenemos poco que decir que tenga un valor real. Forja el hábito de una buena
lectura espiritual (media hora al día) y muchos pensamientos santos,
edificantes y santificantes transformarán tu mente y tu corazón en palabras que
servirán para santificar verdaderamente a los demás. En la Contemplación
para alcanzar amor, San Ignacio dice que el amor se expresa dando. ¿Por qué
no compartir con los demás los tesoros espirituales de tu corazón?
9. ¡Recuerda la Santa Comunión! Recuerda que hablas con la misma
lengua con la que recibes al Señor eucarístico, al Señor de los Señores y Rey
de Reyes. ¡Ojalá lo que hablemos refleje a quién acabamos de recibir en nuestra
lengua y en nuestros corazones!
10. El modelo de María. Mira a María y pide su poderosa intercesión
para ayudarte en lo que digas. Imagina a María hablando a San José, a Jesús, a
Santa Isabel, a otros. ¡Cuánto amor, cuánta atención, cuánta amabilidad, cuánta
dulzura, cuánta humildad, cuánta discreción, cuánta alegría…! Sin duda, esa
María que dijo “sí” a la Palabra de Dios alcanzará para nosotros la gracia de
decir con claridad, convicción y caridad cada palabra que provenga de nuestra
boca: “Mi alma proclama la grandeza del Señor, y mi espíritu se alegra en Dios
mi Salvador”, proclamó en el canto del Magnificat.
Traducción
de Carmelo López-Arias.
Fuente:
ReL